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DEL ESTILO FILOSÓFICO

En la actualidad, el estilo filosófico imperante, aquél que se encuentra especialmente en las producciones académicas universitarias a través de libros y revistas institucionales, consiste en un estilo cada vez más formal y cuadrado, y pareciera que otra de sus características es que sea aburrido y difícil de aprehender. Es como si se quisiera continuar a contracorriente la ironía nietzscheana que dice: “Los poetas enturbian las aguas para que parezcan profundas”. En este caso podemos decir lo mismo aplicado a la mayoría de filósofos de academia. Solo basta que consultes una revista académica de filosofía y sentirás inmediatamente una invitación a no leerla. Por todo lado, se ve esa invitación empezando por los aspectos estéticos de la publicación en sí: Portada, tipo de papel (color y textura) opacidad en sus imágenes ¡si es que las hay!, así como los elementos formales que la componen y aparecen como preludios,  ¡o “frenudios”! al texto. Se ha optado por omitir las interrogantes o dudas que podrían ser interesantes como recursos literarios de enganche o anzuelo. En síntesis, se opta por lo que ellos llaman “artículo científico”, en lugar del ensayo filosófico.

La pretensión de objetividad científica aplicada a la filosofía, por culpa también de una corriente filosófica conocida como positivismo; y hoy más acertadamente denominada “neopositivista”, cobra sus facturas en toda reflexión filosófica que, no necesariamente responde a los estudios en el campo de la Lógica, la Epistemología o de la Filosofía de la Ciencia. Mas estos antecedentes de exigencia de estilo van más allá del positivismo, pudiendo encontrar su primera explosión (aunque no formación) en la edad moderna; y no estoy pensando –ni mucho menos- en un Descartes o en un Bacon, pues a pesar de que trataron temas referentes al método filosófico o científico, sus estilos buscaban –quizás inconscientemente– que el lector no se aburriera, aunque los temas que se trataran fueran profundos y delicados. Es con Spinoza, quien curiosamente a pesar de abordar un tópico sumamente interesante, a como lo es  el tema de las emociones, su abordaje se da de “modo geométrico y matemático”. Aunque después tenemos a Kant, quien a pesar de haber demostrado tener buena pluma filosófica cuando escribía la “Metafísica de las costumbres’ y la ‘Estética Trascendental’, se empeña en escribir una serie de bodrios empezando con la ‘Crítica de la Razón Pura’. ¡Desde el título ahuyenta!, incluso al lector familiarizado con los textos filosóficos.

 

Luego de esta obra, cuyas tesis son importantísimas para el posterior despliegue filosófico, se puede decir que dichas tesis podrían haber sido planteadas de manera más agradable, con el propósito de que llegaran a la mayor cantidad de lectores. Pero en su lugar, la filosofía pura busca ‘institucionalizarse' como disciplina élite.

La ‘Crítica de la Razón Pura’ aborrece los ejemplos y, cuando estos aparecen, son ejemplos abstractos consecuentes con los frutos de la ‘Razón Pura’. Sus novedades filosóficas bien podrían haber sido planteadas con la mitad de extensión del texto en cuestión, pero la filosofía institucional tiende a construcciones imperiales, mamotretos de páginas que escandalizan.

¡Si los textos filosóficos además de extensos gozan navegar en oraciones turbulentas, es porque son profundas y misteriosas! ¡El conocimiento ha de ser conseguido con dificultad para ser valorado!

La idea de secta de la antigüedad, encuentra su variante en la academia moderna mediante sus bodrios inmamables.

  • ¡Si yo no entiendo es porque soy bruto y ellos son luminarias!

¿Pero no será que los filósofos académicos o no saben escribir o se empeñan en escribir lo más oscuro posible para aparentar profundidad? ¡Mucho cuidado con la sentencia aristotélica que dice: “Quien no sabe escribir, no sabe”.

En 1807 aparece Hegel con su ‘Fenomenología del Espíritu’, inventando, de acuerdo a sus necesidades comprensivas, una serie de términos cuyos conceptos no distan de ser oscuros (Espíritu Absoluto, Ser ‘en-sí’, Ser-para-sí, etc.) y, para complicar aún más las cosas, vendrá Heidegger, el oscuro moderno, con su Ser y Tiempo, con su Dasein y cuantas nociones raras posicionan cada vez más la filosofía como poseedora de una jerga especializada.

No se trata de subestimar los grandes aportes de la filosofía, sino de subrayar que dichos aportes pudieron haber sido ofrecidos en términos más comprensibles. La ‘realidad’, o lo que se entienda por ella, no puede sobrepasar sus altas posibilidades de comprensión. Es entonces cuando se sospecha acerca de cuál es la intencionalidad no explicitada del estilo filosófico académico. Existe un estilo. No es que los filósofos académicos no sepan escribir. Es que se han empeñado –para ser tomados en serio-    en escribir de la manera aquí esbozada. Quizás uno de las mayores pruebas la tenemos en Sartre. Premio nobel de literatura, poseedor de una pluma fascinante. Teórico de la estética literaria que propone la tesis de la cortesía para con el lector, escribe sin embargo, una serie de obras dirigidas únicamente a especialistas (La Trascendencia del Ego, El Ser y la Nada, Crítica de la Razón Dialéctica), desde cuyos títulos nos amenaza de complejidad. Nuevamente, sus tesis profundas bien podrían haber sido explicadas con un estilo más comprensible.

Hay que asegurar que la filosofía, a pesar de su complejidad, no necesariamente puede ser presentada de manera compleja. Compleja es la filosofía, pero tampoco lo es tanto a como nos la exponen los filósofos académicos, cuando terminamos descifrando sus acertijos.

La filosofía es y puede ser interesante. No hay que escribir como Barthes o Derrida para ser original. Contemporáneo a ellos y al propio Sartre, encontramos el estilo único e inigualable de Cioran. Estilo apegado a su sensibilidad. Leyéndolo sin pausa se le encuentra el ritmo, su sentido y su sensibilidad. Si lo abandonamos por un tiempo y luego volvemos a él, al principio es como subir una pendiente y luego continuamos en una recta; es como cuando nos ejercitamos después de tanto tiempo de no hacerlo; los primeros dos o tres días el cuerpo duele, luego nos adaptamos y más adelante ni siquiera sentimos el esfuerzo, vamos volando.

Sin embargo, ni Cioran ni Feyerabend (éste último con su ‘Diálogo sobre el Conocimiento’) inauguran una nueva forma de escribir filosofía. Los conocidos ‘Diálogos’ de Platón, nos acercan al mundo filosófico a través de diálogos donde se  transita de posiciones encontradas unas a otras, haciendo honor a la mayéutica socrática que transita entre la curiosidad, la ironía y la refutación, en una dialéctica que no necesariamente nos lleva siempre a buen puerto. Ahí lo más importante es la filosofía como un quehacer que busca cada vez más desconocer menos. Si las respuestas tentativas son importantes, lo son más las nuevas dudas que generan. Hay aquí un brindis por la curiosidad permanente; lo que expresa vida, vitalidad en tanto ‘quehacer’.

Marcados por la sensibilidad de la época, los Cínicos y los Cirenaicos filosofan desde anécdotas –fidedignas o no-  para llenar de vida los tópicos filosóficos. Refranes, referencias históricas, mitos y ejemplos cotidianos son algunos de los recursos válidos para hacer filosofía. No se queda en la mera especulación abstracta sin alma. La filosofía tiene sentido porque es parte de la vida vivida. Confucio, aproximadamente medio siglo antes que Sócrates, despliega una filosofía fragmentada; es decir, “filosofa sobre todo”. No hay en ellos tratados especializados, posiblemente porque fueron sus discípulos quienes recopilaron sus enseñanzas. En la antigüedad eso era lo que predominaba. Indicador quizás de que la filosofía permanecía atada al vivir diario.  Lao-Tzé en su ‘Tao Te King’ es una recopilación específica sobre el Tao. De manera similar encontramos una recopilación específica del tema del Sabio en ‘El Centro Invariable’ de Confucio. Mas en otro texto del mismo Confucio, en sus ‘Analectas’, los temas son múltiples, llenos de anécdotas que dotan de sentido a su filosofía en tanto situación. Dos mil años más antiguo que estos filósofos encontramos las ‘Máximas’ de Ptahhotep, dedicadas a su hijo como recomendaciones para el buen vivir en comunidad; antecedente milenario de las morales de Aristóteles.

Muchos de los filósofos griegos, inmersos en su quehacer, transmitían también su filosofía desde la oralidad. Casos son muchos: Pitágoras, Sócrates, Cínicos y Cirenaicos e incluso el mismísimo Aristóteles entre otros, nunca escribieron un tratado aunque nos lo parezca por lo que nos hicieron llegar sus discípulos. De tal manera, podemos encontrar tratados específicos, lo que abre camino a la especialidad: La Metafísica, la Política, la Moral, del Alma, etc. Importante y funcional si se trata de perseguir un tema que nos interese, lo que significa que alguien que se ha dedicado a escribir páginas enteras sobre escritura, por ejemplo, es probable que sea un especialista.

El estilo filosófico que busca ser leído y comprendido en sus dimensiones posibles, de acuerdo  a las situaciones ahí representadas no quedó en la antigüedad.

En pleno poderío del académico pensamiento absoluto del espíritu filosófico de Hegel, aparecía en la periferia el germen de una filosofía vitalista. Arthur Schopenhauer, rescatando la sensibilidad griega predominante de hacer filosofía, y no contentándose con ello, amplió los horizontes de la filosofía occidental buscando más allá, en Oriente, desde la India hasta China. Su filosofía honesta, vital, es en gran parte una oposición a la filosofía universitaria, institucionalizada, central –a pesar de ser teóricamente neo-kantiano, pero no así en su estilo. Trascendiendo la filosofía de pupitre, filosofa desde la periferia íntima. Posibilidad tenía de hacerlo Schopenhauer, gracias a una herencia.

Su estilo, inspirado en las estructuras aforísticas del español Baltazar Gracián, inaugurará un estilo filosófico que permitirá el surgimiento de la magia aforística de un ‘Así habló Zaratustra’. Friedrich Nietzsche se erigirá  entonces como el escritor de estilo filosófico insuperable, atrayente y demoledor. Algunos seguirán su estilo de manera brillante, como es el caso de Miguel de Unamuno, pluma prodigiosa que bebía de los manantiales de Gracián y de un Kierkegaard que embriaga con sus dolorosas y ambivalentes incertidumbres la imaginación inquieta de sus lectores. ‘Temor y Temblor’ hará temblar la razón.

Quizás el estilo filosófico más atrayente que sobrevive en las periferias deba mucho, quizás demasiado –y esto hay que decirlo– , a la literatura filosófica de un Dostoyevski; por lo que no es casual que escritores como Henry Miller, Albert Camus y Ernesto Sábato, entrelacen, como el Abraxas de Hermann Hesse, el mundo filosófico y literario, pues al fin y al cabo ambos mundos se mueven en uno solo: en el ‘espíritu humano’, en ese espíritu que eres tú o soy yo, en cuyos intereses todos tienen cabida.

1. Víctor Alvarado Dávila

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