top of page

HUELLAS

 

Sientes que te llevas a cuestas. Sientes la pesadez de tus pasos; el golpeteo metálico de tus huesos. Miras a lo lejos y ves tu soledad desnuda. ¿Sólo yo tendré una historia jamas contada?

Te detienes en ese pajarillo que huye ante los pasos de otro insignificante. Miras sus pasos, oyes su respiración agónica, ¡de repente! ...ese también tendrá una historia jamás contada.

ANTE EL UMBRAL DEL AUTOENGAÑO

 

¡Yo no tengo la culpa!

¡No soy yo, no soy yo!, es algo dentro de mí que actúa por mí

Este poder que me subyuga no es mío

No puedo controlarlo.

Es más grande que todas mis fuerzas

 

Demian

 

Demian’, la obra, tiene dos personajes principales: Max Demian y Emil Sinclair. La novela gira en torno a la vida de Sinclair, marcada por la presencia de Demian (joven aproximadamente de la misma edad); Demian, que funge como su ‘guía  espiritual’, es un joven inteligente, astuto e irónico, con una personalidad bien definida. Sinclair, joven inteligente pero tímido, descubre todo el potencial de su fuero interno, con tendencias místicas, despertadas gracias a la influencia de su amigo.

En ésta obra Herman Hesse luce en toda su plenitud, conllevando al lector a una secuencia de discurso que en cualquier momento es irrumpido por una frase o cuestionamiento que despierta más interés en el lector,  provocando una hemorragia tanto en el texto mismo como en la impresión estética del que lee. El ambiente místico-parapsicológico, aprehensivo en Demian, se revela a partir de tres tópicos  primordiales: la soledad, la señal y la mirada.

 

La soledad como sentimiento y realidad concreta, cumple una gran función en las obras de Hesse. Quizás la influencia de oriente; la figura de Cristo cuando se retira al monte de los olivos y Zaratustra cuando se marcha a la montaña, refuerzan en Hesse su concepción mística del espíritu.

 

De ‘La Señal’, Demian manifiesta –a Emil–  que tanto él como su madre Eva,  tienen ‘la señal’, pero que también esa señal la ha descubierto en Sinclair. Demian cree lo que dice, no actúa de mala fe, y Sinclair poco a poco lo llega a creer, luego de que se ha expandido en él un interés por lo místico. En boca de Demian, el autor manifiesta que “lo que existió en un principio y constituye el punto de partida de la historia fue la señal”

[i]. Según Demian todos temían la señal que llevaba Caín en la frente, porque esa señal representaba el poder de espíritu:

 

 Se tenía miedo a los hijos de Caín marcados con una ‘señal’ y se explicó aquella señal, no como lo que realmente era, como una distinción, sino como todo lo contrario. Se dijo que los hombres marcados por aquella señal eran sospechosos e inquietantes, y así sucedía, en efecto. Los hombres valerosos y de carácter han inquietado siempre a las demás gentes. Resultaba, pues, harto incómodo que existiese una raza de hombres sin miedo e inquietantes, y se le colgó un sobrenombre y una fábula para vengarse de ella y para justificarse un poco del miedo sufrido[ii].

 

Y bajo esta concepción del mundo se puede notar la semejanza con el planteamiento nietzscheano de la transmutación de valores, en donde tiempos antes de la voluntad de poder imperante del cristianismo, lo ‘bueno’ era el poderoso, y lo ‘malo’ el débil. Luego, con el cristianismo se efectuó la transvaloración, en donde el ‘bueno’ será ahora el débil (el que ama a su enemigo), y el ‘malo’ será entonces el poderoso (el egoísta).

‘Los marcados’, esos que llevan la señal, los “superhombres” estarían preparados para el destino incierto:

 

Nosotros, los marcados, no debíamos preocuparnos por la estructuración del porvenir. Cada confesión, cada doctrina salvadora, nos parecía de antemano muerta y sin sentido. Sólo concebíamos como deber y destino el que cada cual llegara a ser él mismo, que viviera entregado tan por completo a la fuerza de la naturaleza en él activa que el destino incierto le encontrara preparado para todo, trajera lo que trajera[iii].

 

 

El aspecto parapsicológico de este misticismo se descubre por vez primera en la concepción de la ‘mirada’; así, Demian dice a Sinclair:

 

Nadie puede pensar lo que quiere ni hacer pensar a otro lo que a él se le antoje. Lo que sí se puede es observar bien a alguien, y entonces es posible acertar muchas veces lo que piensa o que siente en un momento dado y anunciar lo que hará en el momento siguiente. Es muy sencillo pero la gente no lo sabe. Claro está que es preciso ejercitarse un poco[iv].

Con ojo clínico se puede notar que en ciertos momentos de la literatura de Hesse, se entrevén las concepciones filosóficas del autor. A través de la mirada se contempla el objeto que se quiere alcanzar, pero hay que orientar toda la voluntad hacia solo aquello que se puede conseguir. La moral estoica y cristiana se descubre en este aspecto, en la medida en que tales morales promulgan que nos aferremos a nuestros medios y no mirar más allá de ellos. Y por  otra parte, esta visión del entorno se puede ver posteriormente en la concepción de proyecto que se adquiere más tarde en Sartre.

Al respecto, en Demian se manifiesta:

“Yo puedo fantasear muchas cosas, imaginarme, por ejemplo, que mi mayor deseo sería llegar al Polo Norte, o algo semejante; pero solo podré quererlo así con suficiente intensidad y realizarlo cuando el deseo viva realmente en mí y todo mi ser se halle penetrado de él[v].

 

Finalmente, el móvil filosófico más importante, tanto en Demian como en El Lobo Estepario se refiere a las dualidades. En Demian, la novela, se representa en primer lugar como la concepción de dos mundos o el enfrentamiento entre Dios y el Diablo, para finalmente integrarse en una totalidad, cuyos contrarios se manifiestan al mismo tiempo.

Para Sinclair hay dos mundos: el mundo luminoso y el mundo tenebroso. El mundo luminoso es el mundo bueno y permitido, y el mundo tenebroso es el mundo prohibido. El primer mundo –desde el punto de vista metafísico– es el mundo ideal y el segundo es el mundo real. Luego de que Sinclair empieza a relacionarse con el mundo exterior (con el mundo fuera de su casa) el mundo ideal se empieza a desenmascarar, desnudándose finalmente como el mundo real…el mundo tenebroso.

Demian también tiene –pero de manera más brutal– dos mundos, que son: Dios y el Demonio. Dios es el mundo luminoso, y el Demonio es el mundo tenebroso de Sinclair. Tal visión de mundo compartida, los une más intelectualmente. 

 

 

 

‘¡El Dios se llama Abraxas!’

 

“Abraxas…Este nombre aparece citado en varias fórmulas mágicas de la antigua Grecia, y se ha supuesto que era el de un espíritu maligno como los que todavía son temidos y conjurados entre los pueblos salvajes. Sin embargo, otras hipótesis adscriben a Abraxas una mayor importancia, viendo en él una divinidad encargada de la función simbólica de reunir en sí lo divino y lo demoníaco[vi].

 

Abraxas no es el Demonio del mundo tenebroso. Abraxas es Dios y Demonio. Él reina, a la vez, sobre el mundo luminoso y el mundo tenebroso, porque Abraxas es uno y otro a la vez.

 

Pictorius, el organista, el segundo amigo de Sinclair, también había oído de Abraxas  –y no por casualidad– y le recuerda a su amigo el significado de su Dios:

Querido Sinclair, nuestro dios se llama Abraxas y es dios y demonio; entraña en sí el mundo luminoso y el oscuro. Abraxas no tiene nada que oponer a ninguno de sus pensamientos ni a ninguno de sus sueños. No lo olvide usted. Pero le abandonará en cuanto usted llegue a ser normal e irreprochable. Le abandonará y buscará otra olla en la que coser sus pensamientos[vii].

 

El conocimiento de Abraxas acerca a los suyos a aquello que les dio origen, o sea, a la contemplación de las cosas y formas irracionales de la naturaleza. Pictorius, siguiendo con su discurso, menciona:

El abandono a las formas irracionales singulares y enrevesadas de la naturaleza, engendra en nosotros un sentimiento de la coincidencia de nuestro interior con la voluntad que las hizo nacer y acaban por parecernos creaciones propias, obra de nuestro capricho, vemos temblar y disolverse las fronteras entre nosotros y la naturaleza, y conocemos un nuevo estado de ánimo del que sabemos ya si las imágenes reflejadas en nuestra retina proceden de impresiones exteriores o interiores. Ninguna otra práctica nos descubre tan fácil y sencillamente como ésta hasta qué punto somos creadores y como nuestra alma participa siempre en la continua creación del mundo[viii].

 

__________________

[i] Hesse, Herman. Demian: La historia de Juventud de Emil Sinclair. Editores Mexicanos Unidos, 1990., p.47.

[ii] Ibídem; p.47.

[iii] Hesse: Demian (2): http://biblio3.url.edu.gt/Libros/2011/Demian.pdf,   p.58.

[iv] Hesse: Demian., p. 75.

[v] Ibídem; p.78.

[vi] Hesse: Demian., pp. 119-120

[vii] Ibídem; p.140.

[viii] Ídem., p.113.

bottom of page