
- ESCRITOS -
VÍCTOR MANUEL
.PATOLOGÍA EXISTENCIAL*
Por alguna razón desconocida se sentía especial, se sentía destinado para grandes cosas. Alucinó con la fama mundial pero el tiempo pasaba y no sucedía nada; se hacía viejo y la fama nunca llegó. Se sentía cansado de tanta indiferencia. Se sentía triste; pero un día, después de mucho tiempo, se percató, con cierta felicidad, qué era parte de aquello que lo deprimía con frecuencia. Se percató que el deseo y la creencia en la posibilidad de la fama le acribillaban el corazón, y como ya se sentía viejo y cansado, optó por abandonar aquél sueño ridículo. Tomó conciencia de su locura. Fue consciente de que la raíz de su propia enfermedad era él mismo, así que decidió erradicar aquél mal desde lo más profundo posible. La consciencia de aquella desfachatez era dolorosa en su reconocimiento. Se sentía ridículo y estúpido, pero había que actuar mediante el único método con el que había sido posible suprimir su mal de conciencia anterior: la autosugestión.
Cuando joven había coqueteado con la hipnosis y con prácticas parapsicológicas que lo condujeron a la autosugestión que, aunque tediosa, había sido muy efectiva.
Hacía poco que se había destetado, a través de la autosugestión, de un pasado agradable que, por ya no tenerlo, le lastimaba cuando lo recordaba.
Lógico resulta que lo que es pasado ya no es en su concretud; pero existencialmente el pasado puede seguir existiendo como una ausencia-presente, y era precisamente eso lo que le hundía en la melancolía cuando lo revivía en su pensamiento y, por ende, en sus sentimientos.
Decidió neblinear el recuerdo de sus amistades de antaño y lo sitios que acompañaban sus recuerdos inolvidables; y lo logró bastante bien, gracias a una autosugestión que duró casi dos años. Consciente era que aquello quedaría en lo más recóndito de su fuero interno, pero sabía que nunca podría ir más allá de lo posible. Al menos ya no sentía aquella melancolía que le lastimaba. Ahora tenía otra catarsis que hacer. Primero, aceptó con vergüenza su delirio de fama mundial. Luego su alucinación de fama continental. Más tarde aceptó su sueño de ser famoso en su país. Y así, fue disminuyendo sus ilusiones pretenciosas antes de su ocaso: Ser famoso en su provincia; ser famoso en su ciudad; famoso en su trabajo; en su barrio. Pero el pobre tuvo que aceptar, con mucho, mucho dolor que, ¡si no era famoso en su propia casa!, ¡ni entre sus mascota! Debería de extirpar aquella gigantesca patología.
Ahora se le ve de lejos, caminando entre lomas y matorrales, entre árboles y flores, con los ojos bien abiertos y la mirada ida, pero apacible. Incluso, pareciera que ha encontrado un poco de paz. Al menos esa paz que da el cansancio, luego de luchar contra sus propios fantasmas.
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*. Víctor Manuel (AD)