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LA ESCUPA DEL DIABLO

 

 

            Tenía 5 años cuando vi por primera vez “la escupa del diablo”. Así la nombró uno de mis compañeros del ‘Kinder Garden’.

 

            No sé por qué, siempre, en el segundo recreo, gustaba pasear solo por el gigantesco terreno del Kinder, el cual, la mayoría de las veces, era poco transitable, puesto que el zacate estaba muy crecido, más bien, era monte que zacate, pero yo me las arreglaba para apartarlo de mi camino, con tal de llegar a mi árbol predilecto, al que subía con ansias, esperando con poca atención el sonido de la campana de entrada.

 

            Un día de tantos, un viernes por cierto, llegué al árbol y debajo de este encontré una gran espuma blanca-blanca. Me quedé observándola con detenimiento. Pensé que era de un animal extraño y grande. Miré a mí alrededor. No encontré nada. Ese día no subí a mi árbol. Me fui corriendo donde estaban jugando mis compañeros.

 

            Todo el fin de semana no podía desprender de mi mente la espuma blanca-blanca, mas  no le conté a nadie. Era mi secreto. Era yo el destinado a develar tal misterio. Creo que en ese día nació mi espíritu de investigador.

 

            Pero bueno, desenredar el misterio de la espuma blanca-blanca era una empresa estrictamente individual, al menos al inicio.

 

            El lunes siguiente, primer día de clases de la semana, no esperé hasta el último recreo para ir en busca de la espuma blanca-blanca. No vi nada. Tal vez la encontraría en el segundo recreo, pero nada. Incluso, al final de la clase corrí a buscarla antes de que mi papá pasara por mí, pero nada. Visité mi árbol el martes, el miércoles y el jueves, y no fue sino hasta el viernes que la pude ver otra vez. De nuevo miré a mi alrededor, no divisé ningún animal. Ese día me di cuenta de que mi investigación no avanzaba en nada. El fin de semana esperé con ansias que fuera lunes para seguir con mi trabajo. De nuevo, ni el lunes ni el martes ni el miércoles ni el jueves pude encontrar nada. El día clave era el viernes, esto quería decir que mi investigación avanzaba por lo menos un poco. Dos viernes después seguía buscando al supuesto animal, pero luego mi intuición cambió. ¡No existía tal animal! ¿Qué era entonces? En ese momento me percaté de que necesitaba de un asistente a quien tendría que contarle mi gran secreto; fui en busca entonces de mi mejor amigo. Su tesis fue: “si esta espuma no es de ningún animal… ¡es entonces la escupa del diablo!”. Cuando terminó de decirlo me miró a los ojos muy asustado. Él creía en lo que decía y cuando noté la desesperación  y la angustia en su mirada… yo también le creí. Salimos desbocados de ahí, y Oscar no aguantó guardar el secreto por más tiempo. A los minutos todo el clan lo sabía. Las palabras de mi amigo se entrecortaban por la respiración intensa y agónica. Todos me miraron, no sé si tenían miedo de mí o de la escupa del diablo.

Durante varios días no nos atrevimos a poner un pie en mi querido árbol. Ahí habitaba de modo invisible el diablo, decían mis compañeros.

 

Un día de tantos, con precisión un viernes, nos armamos de valor y todo el grupo de los más valientes nos decidimos ir a ver lo prohibido y lo siniestro. Yo iba a la cabeza del clan con mi amigo Oscar detrás y el grupo muy pegado a él.  Los más intrépidos pudieron ver “la cuecha del diablo”, al menos por unos segundos, pues todos salimos despavoridos al escuchar un estruendo subterráneo a plena luz del día.

 

            No sé si la escupa del diablo prevalece hoy en día. Desde hace muchos años nadie ha vuelto hablar de ella.

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