top of page

NEBLINAS

 

...y Tinieblas.

EL APOSENTO

ISBN-978-9968-642-03-3

* Viajeros entre brumas

* En el firmamento

* La escupa del Diablo

* La visita nocturna

* La iniciación

* En busca del más allá

* Entre el delirio y la cordura

* La Vieja y la mesa

* Intrusos

* La guija y la lluvia

* Visitas efímeras

* La casa del bajo

* En tiempo de cuaresma

* Bifurcaciones

* La familia Martínez

* Sombras borrosas

* Extraños por la niebla

* La presencia

El Aposento

 

              LA CASA DEL BAJO

 

            En aquella nueva ocasión, Roberto, Efraín, Humberto, “el loco Armenio”, ‘El Conde’ y yo, alquilaríamos lo que luego bautizaríamos como “la casa del bajo”, ubicada antes del puente entre Carmiol y Guadalupe.

            La casa del bajo era ‘la casa del bajo’ porque encima de ella estaba otra casa. En realidad no eran casas, más bien eran apartamentos de tres cuartos y el nuestro era el del bajo, porque para llegar a él había que bajar unas escaleras después de abrir el herrumbrado, bullicioso, grande y alto portón que daba a la calle. El primer cuarto -que era el más grande de todos- daba al frente con las escaleras, en él se instalaron mi primo Humberto y “el loco Armenio”. El segundo aposento, luego de atravesar la sala, era el más pequeño; el cual, a pesar de tener un traga luz en donde se podían ubicar algunas plantas, era el más húmedo y oscuro de los tres. En él nos ubicamos ‘el Conde’ y yo. El último de todos era el más bonito y confortable, pues además de tener en la parte de atrás un pequeño jardín, Efraín y mi hermano Roger podían hacer uso de un baño propio, mientras  los demás,  debíamos usar el baño colectivo, aunque  con la salvedad de que  Roger y Efraín también lo usaran, pues en realidad esas fueron las reglas antes del sorteo. Era obvio que, arreglos tales debían de hacerse por sorteo.

            En la casa del bajo la cocina estaba al fondo, después una puerta que daba al cuarto de pilas, luego un portón y por último un patio que no existió mucho tiempo, y digo esto porque a pesar de estar resguardado por un muro de cemento que nos separaba del río contaminado de Guadalupe, un día de tantos se hundió. En aquella tarde escuchamos un estruendo que antecedía el derrumbe, viendo más tarde cómo nuestro patio se hundía cayendo al río. Solo nos quedó un pedacito de patio que nos permitía tender la ropa. Lo que nos alarmaba un poco, es que un día de tantos desapareciera la casa del bajo con nosotros dentro. Pero eso es adelantar las cosas. Lo cierto es que al principio estábamos felices en nuestro nuevo aposento.  En realidad, era un apartamento tranquilo en donde casi no penetraba el ruido de la calle. Lo único que en ocasiones nos molestaba era la obsesión de nuestra vecina de arriba que a eso de la medianoche le daba por acomodar sus muebles. Pero bueno, nosotros tratamos de comprender a la pobre que, a pesar de estar casada, permanecía días enteros sola a la espera de su marido, añorando su regreso; o quizá, corría los muebles por aburrimiento para matar el tiempo, para tener algo que hacer.

 

🦇

 

    Como buen noctámbulo, yo prefería estudiar y trabajar por las noches en mis ensayos filosóficos, porque siento que entrada la noche me concentro  mejor gracias al silencio. Una vez que todos o la mayoría dormía, me ubicaba cerca de la puerta principal en mi viejo y cómodo sillón, poniendo encima de él una tabla que utilizaba como un escritorio improvisado. Una noche cualquiera, puse en la grabadora un casete con la cuarta sinfonía de Beethoven, que me había regalado mi amigo Ernaldo –que en aquél entonces seguía sus estudios de música en la universidad–, y como aquella grabadora era de las nuevas, de esas en donde la cinta pasa a la otra cara, escuché la sinfonía varias veces. Al principio me pude concentrar bien, pero luego, aquella música me alteraba, poniéndome un poco nervioso y alterando mi concentración, y para colmos, uno de mis compañeros me tocó la puerta sin insistir, como queriendo asustarme, pero su intención fue equívoca, porque si pudo abrir el portón que conecta la casa con la calle, era obvio que debía de tener la llave de la puerta. No le seguí el juego, logré concentrarme, y luego de cinco minutos aproximadamente, él jugó con el llavín. De nuevo me hice el desentendido y continúe trabajando. Aquel necio tardó más tiempo para tocar la ventana con las uñas, sacándome de mi concentración, y ya decidido para que me dejara de joder, me levanté, pero antes quise ver cuál de todos era el juguetón; corrí las cortinas y me asomé por la ventana, y al no ver a nadie dirigí mi mirada en dirección a las escaleras y al portón. Nadie. Abrí la puerta, subí las escaleras y pude comprobar que el candado estaba enllavado. Ya desconfiado,  cerré la puerta y abrí los cuartos para ver quien faltaba por llegar. Nadie. Un poco aturdido, después de haber trabajado por varias horas y de oír hasta el cansancio la cuarta sinfonía de Beethoven, decidí ir a dormir para no seguir imaginándome cosas.

 

 

🦇

 

            Como Efraín trabajaba hasta los domingos en el restaurante de pollos fritos “AS de Oros”, su día libre era entre semana, el cual aprovechaba para lavar y aplanchar su ropa, ver televisión y comer  algo que no fuera pollo frito.

            Una mañana, como a eso de las diez, Efraín lavaba a mano en la pila, pues para nosotros pensar tener lavadora era algo similar a una película de ciencia ficción.  Mientras lavaba, alguien pasó por sus espaldas quizá a tender ropa, y al regresar  este, Efraín quiso preguntarle algo. Pero no era nadie ¡Nadie! Aterrado, a plena luz del día, fue a despertar a cualquiera de nosotros, mas andábamos en clases. Aquella mañana, aquel día, Efraín volvió a comer pollo frito.

 

 

🦇

 

            Llovía, llovía fuerte. Eran como las cuatro de la tarde. ‘El Conde’ y yo decidimos poner a chorrear café. Pusimos en la grabadora música rock de finales de los sesentas y principios de los setentas, y al saber que ya se aproximaba una de nuestras favoritas (Hotel California), dejamos de parlar y la escuchamos con sumo placer. Gracias a la concentración que en aquel momento nos albergó, pudimos notar y apreciar algo que a través de los años de matizar la misma pieza no habíamos descubierto: una melodía triste y lejana. Nos miramos directo a los ojos, e inmersos en el éxtasis, nos confesamos uno al otro que nunca habíamos escuchado aquella tonada. Terminada la pieza, la pusimos de nuevo, pero por ninguna parte volvimos a escuchar aquella melodía. Intrigados, la pusimos tres y cuatro veces. Ya derrotados, confundidos y asustados, optamos por guardar el casete después del escepticismo y algunas mofas de nuestros compañeros…pero solo de algunas mofas…cargadas de miedo.

 

🦇

            A media noche, la mujer solitaria, la vecina, la aficionada a correr los muebles, hacía otra vez de las suyas. A la mañana siguiente, día en que debíamos pagar la mensualidad del apartamento, nos quejamos solapadamente con el dueño, preguntándole con ironía por qué dicha señora le daba por acomodar la sala todos los días a eso de la medianoche. El señor quedó estupefacto y pálido. Y nos refirió que nuestra vecina había abandonado el apartamento hacía dos meses después de que mataron a su marido en una discoteca en playa Jacó.

 

🦇

 

            Después de varios años de compartir apartamento, aquel buen grupo se disgregó por varias razones. Roberto se ubicó por unos meses en la casa de una tía nuestra, ‘el Conde’ continuó otros estudios en nuestra provincia, Efraín y Armenio no me acuerdo a dónde fueron, y solo Humberto y yo continuamos viviendo en ‘la casa del bajo’, pero esta vez, con la compañía de Ernaldo y su novia Celina. Más tarde, llegaría Ramón, hermano mayor de Ernaldo, quien estaría con nosotros por un tiempo. Ramón vino a la capital no a estudiar sino a vender enciclopedias a domicilio. Instalándose en el cuarto con Humberto, sufriría a causa de los eructos y estruendosos pedos hediondos de este último. Yo permanecería en mi cuarto, mientras Ernaldo y Celina ocuparían el cuarto dejado por Roberto y Efraín.

            Aunque el ambiente era diferente, obviamente por la llegada de los nuevos compañeros y por la ausencia de mis antiguos camaradas, era siempre agradable; se podría decir que estábamos ‘entre los mismos’ desarraigados.

            Nuestros temas predilectos eran concernientes a cosas sobrenaturales. Algo fácil de adivinar después de todo lo que he contado. Al único que no le gustaba hablar de tales cosas era a Humberto por su naturaleza miedosa, pero comprensible si  supieras de la traumática  secuela que arrastraba desde niño. Mas por el momento mi primo se preocupaba solamente de estudiar y de comer sabroso, aunque tuviera repercusiones serias una vez dormido. Me refiero a los gases pestíferos que hacían, que en ocasiones, Ramón tuviera que salir del cuarto con su catre, que acomodaba a la par de unos sillones grandes y confortables que habían comprado Ernaldo y Celina. ¡Claro que me acuerdo de esos sillones! Nunca tuvimos nada igual en todos los años de alquiler en la capital. Pero bueno, tampoco eran tan grandes para el gordo de Ramón que no podía darse el lujo de dormir mal, pues todas las mañanas tenía que ir a trabajar para darle sustento a su familia, ¡más ahora que tenía una linda niña recién nacida!  La situación en verdad era difícil para todos, nunca fue del todo holgada, de ahí la camaradería y la solidaridad entre nosotros y para con aquellos que en ocasiones nos visitaban.

 

       Un fin de semana llegó la hermana de Celina, a quien tenían la intención de poner a dormir en el sillón, si no fuera porque gustoso le ofrecí que durmiera en mi habitación, mientras yo me acomodaba en el sillón. Y fue así que, durante algunas noches, dormí sin interrupción alguna, y me desperté abruptamente solo una vez. En dicha ocasión me desperté medio asustado al escuchar algo a la par, alguien que se movía acostado en su catre. Vi el cuerpo gordo que me daba la espalda, de seguro que otra vez aquellos gases azules y calientes lo habían despachado de su cuarto, luego me di la vuelta para seguir durmiendo.

 

     Al día siguiente, como a eso de las  ocho de la mañana, Celina me despertó para que compartiera con ellos uno de los típicos y exquisitos desayunos que preparaba. Y hablando de todo un poco, me mostré contento por el ímpetu responsable de Ramón que se había levantado más temprano que todos para ir a trabajar. De momento el silencio.

 

  • Ramón no se ha levantado más temprano que nosotros –dijo Ernaldo... Porque su chiquita estaba enferma, tomó el último bus de ayer a las ocho de la noche.

  • Entonces, ¿quién durmió a mi lado?...

 

🦇

 

            Parecía que aquello se estaba despertando, tomando cada vez más fuerza, quizá por la historia familiar de mi amigo Ernaldo y de su hermano Ramón, aunque estos ni la quisieran ni la propiciaran.

            Una noche, mientras nuestra querida pareja dormía, Ernaldo se asustó de golpe cuando vio y sintió a su compañera encima de él, jugando con fuerza y furia a ahorcarlo.  Ernaldo la increpó molesto ¿Qué te pasa Celi? ¡Me asustaste! Y ella, con más furor apretó su cuello, él sintió que le faltaba aire, sorprendiéndole la fuerza de ella que él nunca se había imaginado que tuviera. Ya no parecía que era un juego, la tomó con fuerza del antebrazo y pudo zarandearla, a la vez que logró gritarle otra vez, ¡¿qué te pasa, qué te pasa Celi?! Ella lo soltó mientras irrumpió en llanto a la vez que juró gritando  ¡No soy yo Naldo, no soy yo, no soy yo…!

 

🦇

 

            Tiempo después, cuando me trasladé a vivir de nuevo con mis antiguos camaradas, el cuarto que antes habité, llegó a ocuparlo por algunos meses la mamá de Celina. Y lo que me contaron fue tenebroso y extramundano.

            Una noche, Ernaldo y Celina fueron despertados por un grito escalofriante que sólo decía, ¡Ernaldo, Ernaldo, Ernaldo! Era la mamá de Celina quien pedía auxilio. Ambos corrieron a socorrerla. Ella estaba sentada en la cama templando y sudando frío. Y cuando lograron consolarla les contó que sintió un enorme peso sobre ella que la estaba ahorcando. Ella vio un enorme bulto negro, como una sombra corpórea, y al no poder librarse y mucho menos gritar, rezó: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino, haz tu voluntad así en la tierra como en los cielos, líbranos del mal… Y la sombra corpórea desapareció, a como pudo, logró sentarse en la cama, las piernas les temblaban de pánico, lo que le impedía salir a buscar ayuda, y aunque quería gritar auxilio, apenas lograba respirar, vio entonces en penumbra, cerca de la puerta, al final de la cama, una mecedora antigua en la que se mecía dulce y apacible una anciana que tejía con un gato negro en sus regazos. Pudo gritar entonces, mientras la anciana extrañada miró en la lejanía sin fijar los ojos sobre ella, de pronto interrumpieron en su auxilio y la imagen fantasmal se esfumó. Terminada la historia, los tres oyeron debajo de la cama un rumiar felino. Ellas miraron a mi amigo como diciéndole “usted es aquí el hombre”, y él, con todo el miedo imaginable, se asomó, mientras escuchaban algo similar al sonido que se produce cuando de forma abrupta se arrastra por el suelo una caja con ropa, y si aquello quiso salir, no pudo en aquél instante. La casa estaba bien cerrada.

  

 

🦇

 

            Dos años más tarde, solo Humberto seguía viviendo en aquella casa –aquél a quien nunca asustaron–, mientras Ernaldo y Celina, ya casados, se fueron a vivir al centro de Guadalupe en una gran casa de madera, vieja pero hermosa.           Muchas cosas habían cambiado, como por ejemplo, Ramón regresó a nuestra provincia a vivir de lleno con su familia, y yo, yo tenía una nueva pareja, sin embargo la amistad entre todos seguía siendo la misma, y nos visitábamos a menudo los fines de semana. Un sábado, Viviana y yo visitaríamos a nuestra pareja amiga; pasamos por Humberto que estaba en nuestra ruta,  y una vez en la casa de Ernaldo y Celina la pasamos muy bien, acompañados de ricos tragos y exquisitos bocadillos. Dormimos ahí, incluyendo a Humberto y, a la mañana siguiente, los invitamos a nuestro apartamento. De nuevo hicimos una escala en ‘la casa del bajo’ y Viviana le pidió a Humberto el baño prestado, que estoy seguro no lo hubiera solicitado de darse cuenta de todos los acontecimientos siniestros que se vivieron ahí. Dicho esto a mis amigos, escuchamos a Viviana desesperada e histérica, llorando y pegando alaridos como una desquiciada gritando, ¡sáquenme de aquí Dios mío! ¡sáquenme de aquí! A toda velocidad, a como pudimos, la sacamos arrastrada, pues ella estaba tendida sobre el suelo queriendo mover sus piernas pero sin lograrlo. Humberto, por su parte, regañaba a gritos a su espectro: – “¡¿Qué es la mierda hijueputa?! ¡¿Qué es la mierda?! ¡Dejá ya de joder malparido!”

            La víctima, ya consolada fuera de la casa, pero siempre temblando de miedo, nos contó que cuando terminó de lavarse el rostro con la intención de maquillarse un poco, vio a través del espejo a una mujer joven y blanca con un turbante transparente, mas al voltearse, no vio a nadie, miró veloz a través del espejo y la vio estática con la ceja izquierda arqueada, volteó de nuevo y no vio a nadie y, al instante, el pánico, el horrorrr, la desesperación y la loocuuraa…

__________________

 

 

bottom of page