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- ESCRITOS -
VÍCTOR MANUEL
EN EL FIRMAMENTO
Cuando niño pocas veces me detuve a meditar, casi todo mi andar era
irreflexivo y hasta instintivo, sin embargo, cuando llegaba la noche y mi hermano
y yo seguíamos jugando (aunque ya era la hora de dormir), nuestra irreflexión se
agotaba dándole cabida a la prevención. Nuestros ojos y oídos estaban más
atentos cuando la oscuridad se apoderaba con lentitud del agónico atardecer y, al
llamado de nuestros padres para ir a dormir, Roberto y yo estábamos bien
dispuestos a obedecer cuando el progresivo temor nos invadía. Teníamos un
pretexto y a él nos aferrábamos para huir de los murmullos provenientes de
aquellos árboles de tamarindo y aguacate.
Había noches en que nos acompañaba una muchacha cuya misión era
cuidarnos. Nuestros padres asistirían a una reunión de amigos. En aquellos días,
podría decirse que tales salidas eran constantes. Ellos volverían tarde. "Como a
medianoche". Esto lo sabía tanto Josefina como nosotros. Sin embargo, su orden
era mandarnos a dormir como de costumbre. ¡Cuánto queríamos a Josefina
cuando desobedecía a Mamá!, siempre y cuando fuera en nuestro beneficio.
Al marcharse los adultos, quedábamos bajo expensa de los cuentos de
Juanita. En aquél momento, el apagón de luces en Liberia era el ingrediente
faltante. Salimos al patio. Abrimos el gran portón de cinc que daba al frente del
parque más viejo del pueblo. El paisaje era simplemente solitario y silencioso. La
"Ermita de la Agonía" estaba a nuestra derecha, mientras a la izquierda
podíamos ver la calle por donde de vez en cuando transitaba una bicicleta 28, con
el típico foco de dínamo, cuya luminosidad dependía de la velocidad que llevaran
las ruedas. Alguno que otro ciclista llevaba el foco en las manos o en la boca,
proyectando una luz tenue y opaca.
- !Güilas, vean hacia arriba¡ -exclamó Juanita.
Miramos al cielo, y vimos incontables estrellas relucientes. La noche estaba
hermosa.
- ¿Lo ven? ¡Es un platillo volador¡ ¿Ven como se mueve?
¡Sí, sí!, ¡era cierto!, ¡era un platillo volador! Iba de izquierda a derecha. Pasaría la
Ermita y se ocultaría detrás de ella, cerca del río.
Creo que descendió en el río. Tuvimos miedo. Todos lo vimos. Sólo que
había un problema...
Mi hermano y yo, a pesar de que divisamos el Ovni, ambos lo vimos
diferente. Incluso, ni siquiera hoy en día nos ponemos de acuerdo. Cosa
evidente era que del platillo salían unas "patas" que parecían transportarlo.
Roberto decía que las patas pegaban al suelo, y aunque yo también las vi, eran
muy pequeñas para tocar tierra. Con ellas caminaba en el cielo.
Estoy seguro que mi descripción es la más veraz, pues resulta ser la más
lógica. Pero, ¿cómo afirmar que lo que él vio era falso? Puedo decir que su
percepción infantil se entremezcló con su imaginación, al ser excesiva esta
última, pero, ¿cómo negar un hecho que ambos ojos vieron? Puedo decir que
creímos verlo, pero, ¿cómo negar que lo que creímos ver no era lo que vimos? Y,
entonces, ¿vimos algo o no vimos nada? ¡No sé! Me parece que la aventura
imaginaria fue lo importante. Lo difícil es cuando no sabemos distinguir bien
entre lo imaginario y lo real.
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