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La Estética del Lobo (1)

 

 

"En el curso de los últimos años me he dado cuenta de que nunca me sería posible expresar mis creencias y mis convicciones sino mediante las alegorías de la poesía. No sirvo para comunicar directamente una doctrina” (2. Hermann Hesse).

 

En todas sus obras Hesse despliega sus diversas estéticas, no únicamente referida a cómo presenta su literatura, sino también a su manera de concebir el arte; hay que recordar que Hesse produjo obras pictóricas maravillosas que podrían enmarcarse bien con su manera literaria de ver el mundo. Mas cuando hablamos de estética, el universo debe ampliarse también a los efectos que la naturaleza y el ambiente en general inciden significativamente en Hesse y, por ende, en sus personajes y creaciones. También es posible rastrear en él una especie de estética cultural que se desprende de los juicios de valor de sus personajes.

 

Por otro lado, hay que decir que en algunas ocasiones sus visiones estéticas arrastran prejuicios nacionalistas, cuando por ejemplo valora “la música”. En realidad se sobreentiende qué entiende Hesse por “música” al hacer una aseveración tan extrema y limitada:

Mucho tiempo estuve reflexionando también durante aquel paseo nocturno acerca de mi extraña relación con la música, y reconocí una vez más que esta relación tan emotiva como fatal para con la música era el sino de toda la intelectualidad alemana. En el espíritu alemán domina el derecho materno, el sometimiento a la naturaleza en forma de una hegemonía de la música, como no lo ha conocido nunca ningún otro pueblo. Nosotros, las personas espirituales, en lugar de defendernos virilmente contra ellos y de prestar obediencia y procurar que se preste oídos al espíritu, al logos, al verbo, soñamos todos con un lenguaje sin palabras, que diga lo inexpresable, que refleje lo irrepresentable. En lugar de tocar su instrumento lo más fiel y honradamente posible, el alemán espiritual ha vituperado siempre a la palabra y a la razón y ha mariposeado con la música. Y en la música, en las maravillosas y benditas obras musicales, en los maravillosos y elevados sentimientos y estados de ánimo, que no fueron impelidos nunca a una realización, se ha consumido voluptuosamente el espíritu alemán, y ha descuidado la mayor parte de sus verdaderas obligaciones (3).

 

Sobre esto último hay al inicio de  El Lobo Estepario un desprecio solapado a toda música que no sea "Clásica". Algo típico del eurocentrismo, en este caso alemán. Basta para ello recordar el caso de Theodor Adorno, filósofo y músico con su concepción del Jazz. Pero Harry Haller sí empieza abrirse al Jazz, e incluso al Tango. Su sensibilidad estética es latente; hace una descripción del disfrute estético popular y del gusto de la élite y, es ahí cuando menciona a Hamsun a la par de Nietzsche (*). Lo que implica que también tenía en claro lo significativo de la creación del noruego y su obra más significativa ‘Hambre’.

El mundo de los locales de baile y de placer, de los cines, de los bares y de las rotondas de los hoteles, que para mí, solitario y estético, seguía teniendo siempre algo de inferior, prohibido y degradante, era para María, Armanda y sus compañeras, sencillamente el mundo, ni bueno ni malo, ni odiado ni apetecible; en este mundo florecía su vida breve y llena de deseos; en él estaban ellas en su elemento y tenían experiencia. Les gustaba un champaña o un plato especial en el grill-room, como a uno de nosotros puede gustarnos un compositor o un poeta, y en un nuevo baile de moda o en la canción sentimental y pegajosa de un cantante de jazz ponían y derrochaban ellas el mismo entusiasmo, la misma emoción y ternura que uno de nosotros en Nietzsche o en Hamsun (4)

Asimismo, a pesar de su primer eurocentrismo, nos lega algo sorprendente para su época, al poner en duda el gusto estético de la élite, y ¡élite alemana!; lo que solo es posible cuando un intelectual-artista se embarra de la estética de las periferias.

María me hablaba de aquel guapo tocador de saxofón, Pablo, y de su song americano, que él les había cantado alguna vez, y hablaba de esto con un arrobamiento, una admiración y un cariño, que me emocionaba y conmovía mucho más que los éxtasis de cualquier gran erudito sobre goces artísticos elegidos con exquisito gusto. Yo estaba dispuesto a entusiasmarme con ella, fuese como quisiera el song; las frases amorosas de María, su mirada voluptuosamente radiante abrían amplias brechas en mi estética. Ciertamente que había algo bello, poco y escogido, que me parecía por encima de toda duda y discusión, a la cabeza de todo Mozart, pero ¿dónde estaba el límite? ¿No habíamos ensalzado de jóvenes todos nosotros, los conocedores y críticos, a obras de arte y artistas, que nos resultaban hoy muy dudosas y absurdas? ¿No nos había ocurrido esto con Liszt, con Wagner, a muchos hasta con Beethoven? ¿No era la floreciente emoción infantil de María por el song de América una impresión artística tan pura, tan hermosa, tan fuera de toda duda como la emoción de cualquier profesor por el Tristán o el éxtasis de un director de orquesta ante la Novena Sinfonía? (5).

 

En lo que respecta a este apartado sobre la estética de Herman Hesse se hace menester rememorar unos párrafos hermosos de El Lobo Estepario dedicados a la meditación sobre la estética musical. ¡Qué mejor que la pluma del propio Hesse!:

-Señor Pablo -le dije; iba jugando con un bastoncito delgado, negro y con adornos de plata-. Usted es amigo de Armanda; éste es el motivo por el cual yo me intereso por usted. Pero he de decir que usted no me hace la conversación precisamente fácil. Muchas veces he intentado hablar con usted de música; me hubiera interesado oír su opinión, sus contradicciones, su juicio; pero usted ha desdeñado darme ni siquiera la más pequeña respuesta.

Me miró riendo cordialmente, y en esta ocasión no me dejó a deber la contestación, sino que dijo con toda tranquilidad:

 

-¿Ve usted? A mi juicio no sirve de nada hablar de música. Yo no hablo nunca de música. ¿Qué hubiese podido responderle yo a sus palabras tan inteligentes y apropiadas? Usted tenía tanta razón en todo lo que decía... Pero vea usted, yo soy músico y no erudito, y no creo que en música el tener razón tenga el menor valor. En música no se trata de que uno tenga razón, de que se tenga gusto y educación y todas esas cosas.

-Bien; pero, entonces, ¿de qué se trata?

-Se trata de hacer música, señor Haller, de hacer música tan bien, tanta y tan intensiva, como sea posible. Esto es, monsieur. Si yo tengo en la cabeza todas las obras de Bach y de Haydn y sé decir sobre ellas las cosas más juiciosas, con ello no se hace un servicio a nadie. Pero si yo cojo mi tubo y toco un shimmy de moda, lo mismo da que sea bueno o malo, ha de alegrar sin duda a la gente, se les entra en las piernas y en la sangre. De esto se trata nada más. Observe usted en un salón de baile las caras en el momento en que se desata la música después de un largo descanso; ¡cómo brillan entonces los ojos, se ponen a temblar las piernas, empiezan a reír los rostros! Para esto se toca la música.

-Muy bien, señor Pablo. Pero no hay sólo música sensual, la hay también espiritual. No hay sólo aquella que se toca precisamente para el momento, sino también música inmortal, que continúa viviendo, aun cuando no se toque. Cualquiera puede estar solo tendido en su cama y despertar en sus pensamientos una melodía de La Flauta encantada o de la Pasión de San Mateo; entonces se produce música sin que nadie sople en una flauta ni rasque un violín.

-Ciertamente, señor Haller. También el Yearning y el Valencia son reproducidos calladamente todas las noches por personas solitarias y soñadoras; hasta la más pobre mecanógrafa en su oficina tiene en la cabeza el último onestep y teclea en las letras llevando su compás. Usted tiene razón, todos estos seres solitarios, yo les concedo a todos la música muda, sea el Yearning o La Flauta encantada o el Valencia. Pero, ¿de dónde han sacado, sin embargo, estos hombres su música solitaria y silenciosa? La toman de nosotros, de los músicos, antes hay que tocarla y oírla y tiene que entrar en la sangre, para poder luego uno en su casa pensar en ella en su cámara y soñar con ella.

 -Conformes -dije secamente-. Sin embargo, no es posible colocar en un mismo plano a Mozart y al último fox-trot. Y no es lo mismo que toque usted a la gente música divina y eterna, o barata música del día.

Cuando Pablo percibió la excitación en mi voz puso en seguida su rostro más delicioso, me pasó la mano por el brazo, acariciándome, y dio a su voz una dulzura increíble.

-Ah, caro señor; con los planos puede que tenga usted razón por completo. Yo no tengo ciertamente nada en contra de que usted coloque a Mozart y a Haydn y al Valencia en el plano que usted guste. A mí me es enteramente lo mismo; yo no soy quien ha de decidir en esto de los planos, a mí no han de preguntarme sobre el particular. A Mozart quizá lo toquen todavía dentro de cien años, y el Valencia acaso dentro de dos ya no se toque; creo que esto se lo podemos dejar tranquilamente al buen Dios, que es justo y tiene en su mano la duración de la vida de todos nosotros y la de todos los valses y todos los fox-trots y hará seguramente lo más adecuado. Pero nosotros los músicos tenemos que hacer lo nuestro, lo que constituye nuestro deber y nuestra obligación; hemos de tocar precisamente lo que la gente pide en cada momento, y lo hemos de tocar tan bien, tan bella y persuasivamente como sea posible. Suspirando, hube de desistir.

Con este hombre no se podían atar cabos (6).

 

Si ponemos más cuidado al espíritu estético de Hesse, podemos ver surgir una especie de estética sensualista que involucra no solo la vitalidad de lo natural, sino también las cosas que para los demás ‘están muertas’ pero que toman vida con el creador, en este caso el esteta o el artista. Incluso lo trivial, la moda, puede adquirir un sentido respetable.

Podemos también olfatear en El Lobo Estepario una especie de estética óntica, como la que experimenta ante la tapia. Como cuando nos  embrujamos ante ciertas cosas sin tener claro el por qué

Tranquila me miraba la oscura pared de piedra, envuelta en niebla profunda, hermética, hondamente abismada en su sueño. Y en ninguna parte había una puerta, en parte alguna un arco ojival, sólo la tapia oscura, callada, sin paso. Sonriente, seguí mi camino, saludé amable con la cabeza al tapial: «Buenas noches, tapia; yo no te despierto. El tiempo vendrá en que te derribarán, te llenarán de codiciosos anuncios comerciales, pero entretanto aún estás ahí, aún eres bella y callada y me gustas» (7).

 

Y si las ‘cosas muertas’ toman vida, más aún lo vivo que a los ojos de Harry brilla y palpita. He ahí la bellísima imagen de un jardín; porque Hesse, además de pintor, se perdía en sus plantas, flores, frutos y árboles.

Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo «comestible» y la «mala hierba», entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos (8).

 

Hemos dicho que también la moda podría tomar sentido para la mirada sensible de un espíritu artista. Así es, incluso en la moda, que podríamos considerar trivial, vulgar, como objetivo indigno para ser tomado en cuenta por una estética superior, puede su apreciación ser significativa. En este caso los objetos de moda son entendidos como una plástica del amor, de la seducción. Valoremos entonces, si la aprehensión estética de Harry tiene mérito alguno:

En estas cosas, de las cuales yo entendía y sabía hasta entonces menos que de cualquier lengua esquimal, aprendí mucho de María. Aprendí ante todo que estos pequeños juguetes, objetos de moda y de lujo, no sólo son bagatelas y una invención de ambiciosos fabricantes y comerciantes, sino justificados, bellos, variados, un pequeño, o mejor dicho, un gran mundo de cosas, que todas tienen la única finalidad de servir al amor, refinar los sentidos, animar el mundo muerto que nos rodea, y dotarlo de un modo mágico de nuevos órganos amatorios, desde los polvos y el perfume hasta el zapato de baile, desde la sortija a la pitillera; desde la hebilla del cinturón hasta el bolso de mano. Este bolso no era bolso, el portamonedas no era portamonedas, las flores no eran flores, el abanico no era abanico; todo era materia plástica del amor, de la magia, de la seducción; era mensajero, intermediario, arma y grito de combate (9).

 

Una Estética Literaria

El lobo estepario (1927) y 'Hambre' (1890) ésta última de Knut Hamsun, son las novelas antecedentes de la literatura existencial, con algunas de Dostoievski, en donde cuyo personaje es un intelectual “idiota optimista” la mayoría de las veces, y en otras –las menos– un intelectual pesimista más cercano a los personajes de Raskolnikov y a Iván Karamazov.

Si bien se podrá ver que consideramos las obras de Hesse como maravillosas, dignas de elogios y de inspiración, no por ello son ‘perfectas’. De hecho nunca he leído una obra perfecta. Nunca será posible, al menos que sea escrita por un ser perfecto, mas si dejamos de lado estas disquisiciones metafísicas de la creación, hay que recordar que al leer leemos a un mortal con el que podemos discrepar. Yendo al grano: No me parece convincente cómo Hesse eleva intelectualmente a la joven Armanda por encima de Harry, y no me es creíble, porque  Armanda, como personaje, no logra representarla como “luminaria”, y  hace ver al viejo Harry como un tonto ingenuo

 Extraordinaria fue la mirada que me dirigió Armanda, una mirada llena de complacencia, de burla y picardía y de camaradería comprensiva, y al mismo tiempo tan llena de gravedad, de ciencia y de seriedad insondable. -Eso no lo harás -dijo maternalmente-. Tu vida no ha de ser superficial y tonta, porque sepas que tu lucha ha de ser estéril. Es mucho más superficial, Harry, que luches por algo bueno e ideal y creas que has de conseguirlo. ¿Es que los ideales están ahí para que los alcancemos? ¿Vivimos nosotros los hombres para suprimir la muerte? No; vivimos para temerla, y luego, para amarla, y precisamente por ella se enciende el poquito de vida alguna vez de modo tan bello durante una hora. Eres un niño, Harry. Sé dócil ahora y vente conmigo, tenemos hoy mucho que hacer. Hoy no he de volver a ocuparme de la guerra y de los periódicos. ¿Y tú? (10).

Es curioso cómo la gran literatura de los escritores más brillantes, siente simpatía por los personajes masculinos buenos moralmente, tan buenos que sea comprensible su ingenuidad, no así su estupidez. Quizás en algún momento Dostoievski estuvo claro en eso y escribió explícitamente su novela El Idiota.

Harry Haller, el intelectual, el viejo, está dispuesto a obedecer sumisamente las órdenes de la joven Armanda:

-Tú, no olvides lo que me has dicho. Has dicho que yo te mande, que para ti sería una alegría obedecer todas mis órdenes. No lo olvides. Has de saber, pequeño Harry, que lo mismo que a ti te pasa conmigo, que mi cara te da respuesta, que algo dentro de mí sale a tu encuentro y te inspira confianza, exactamente lo mismo me pasa también a mí contigo. Cuando el otro día te vi entrar en el «Aguila Negra», tan cansado y ausente y ya casi fuera de este mundo, entonces presentí al punto: éste ha de obedecerme, éste se consume porque yo le dé órdenes. Y he de hacerlo. Por eso te hablé y por eso nos hemos hecho amigos. (…) -Has de cumplir tu palabra, amigo, o ha de pesarte. Recibirás muchas órdenes mías y las acatarás, órdenes deliciosas, órdenes agradables, te será un placer obedecerlas. Y al final habrás de cumplir mi última orden también, Harry (11).

 

La ingenuidad de Haller sale a relucir en su relación con "Armanda". Le falta calle, por lo que no rompe totalmente con la imagen del idiota, tan cara a Dostoievski. La imagen del personaje con calle estará un poco en Henry Miller y en Bukovsky, pero más en los Western de Leone, lo que se asemejará más a la imagen del malo.

 

Catarsis Creativa

Como párrafo aparte podemos entrever una intencionalidad catártica, una especie de catarsis creativa. Quizás es éste el eslabón estético más difícil de precisar en la obra de un artista: su sublimación en tanto creador, así como lo sublimidad de sus toques, de sus pinceladas, la mayoría de las veces tan sutiles que se nos escapan. Estamos acá en el universo de lo sublime, que se presenta en Hesse como una especie de catarsis melancólica del amor, al revivir la esencia de sus relaciones amorosas del pasado mediante una especie de regresión. Apuesto (porque me lo creo) que plasmar esto en el papel fue catártico para Hesse, pero es también una invitación no intencionada para que el lector haga lo mismo mediante la lectura; porque si no es a través de ella... ¿a quién le importa?

…Así volví a vivir otra vez, bajo estrellas más venturosas, toda mi vida de amoríos, empezando por Rosa y las violetas. Rosa se esfumó y apareció Irmgard, y el sol se hacía más ardiente, las estrellas más embriagadoras, pero ni Rosa ni Irmgard llegaron a ser mías; peldaño a peldaño hube de ir ascendiendo, hube de vivir muchas cosas, aprender mucho, tuve que volver a perder a Irmgard y también a Ana. Volví a querer a todas las muchachas a las que había querido antaño en mi juventud, pero a cada una de ellas podía inspirar amor, a todas podía darles algo, de todas y cada una podía recibir una dádiva. Deseos, sueños y posibilidades, que antes solamente en mi fantasía habían vivido, eran ahora realidad y tomaron vida. ¡Oh, vosotras todas las flores fragantes, Ida y Lore, vosotras todas, a las que en otro tiempo amé todo un verano, un mes entero, un día! (12).

 

La impresión estética que nos produce la obra literaria de Herman Hesse refleja infinidad de aspectos. Como escritor es de la calidad de Dostoievski; nos conduce a la confusión entre lo real  y lo onírico. Su “Teatro mágico: solo para locos” y sus rótulos o inscripciones nos desorientan y nos conducen a un sueño de opio, pero esa es una de las riquezas inigualables de la obra literaria de Hesse. ‘La droga surrealista’ de su escritura nos transporta de un lugar a otro: desde sus juicios morales hasta su intuición mística, nos arrastra sin percatarnos de ello a su concepción filosófica del mundo; al sumergirnos en el éxtasis estético-literario de sus obras, que son una puerta al mundo de lo onírico. Los personajes de Hesse, al igual que los de Dostoievski, tienen o toman autonomía; no sabemos, de buenas a primeras, cuál es la postura que toma, rescata, censura o defiende Hesse, lo más que se puede es sospechar penetrando en su historia individual. Hesse es tan subliminal como su literatura.

En "Solo para locos" se empieza a sentir el ambiente literario existencial propio de Hesse. Se empieza a sentir su sello. Se empieza a sentir que es a Hesse y no a otro a quien se lee. Ejemplo de ello se aprehende en una de las páginas filosóficas existenciales más profundas de la literatura.

 Armanda le dice a Harry:

-Tú llevabas dentro de ti una imagen de la vida, estabas dispuesto a hechos, a sufrimientos y sacrificios, y entonces fuiste notando poco a poco que el mundo no exigía de ti hechos ningunos, ni sacrificios, ni nada de eso, que la vida no es una epopeya con figuras de héroes y cosas por el estilo, sino una buena habitación burguesa, en donde uno está perfectamente satisfecho con la comida y la bebida, con el café y la calceta, con el juego de tarot y la música de la radio. Y el que ama y lleva dentro de sí lo otro, lo heroico y bello, la veneración de los grandes poetas o la veneración de los santos, ése es un necio y un quijote. Bueno. ¡Y a mí me ha ocurrido exactamente lo mismo, amigo mío! Yo era una muchacha de buenas disposiciones y destinada a vivir con arreglo a un elevado modelo, a tener para conmigo grandes exigencias, a cumplir dignos cometidos. Podía tomar sobre mí un gran papel, ser la mujer de un rey, la querida de un revolucionario, la hermana de un genio, la madre de un mártir. Y la vida no me ha permitido más que llegar a ser una cortesana de mediano buen gusto; ¡ya esto solo se ha hecho bastante difícil! Así me ha sucedido. Estuve una temporada inconsolable, y durante mucho tiempo busqué en mí la culpa. La vida, pensé, ha de tener al fin razón siempre; y si la vida se burlaba de mis hermosos sueños, habrán sido necios mis sueños, decía yo, y no habrán tenido razón. Pero esta consideración no servía de nada absolutamente. Y como yo tenía buenos ojos, y buenos oídos y era además un tanto curiosa, me fijé con todo interés en la llamada vida, en mis vecinos y en mis amistades, medio centenar largo de personas y de destinos, y entonces vi, Harry, que mis sueños habían tenido razón, mil veces razón, lo mismo que los tuyos. Pero la vida, la realidad, no la tenía. Que una mujer de mi especie no tuviera otra opción que envejecer pobre y absurdamente junto a una máquina de escribir al servicio de un gana-dineros, o casarse con uno de estos gana-dineros por su posición, o si no, convertirse en una especie de meretriz, eso era tan poco justo como que un hombre como tú tenga, solitario, receloso y desesperado, que echar mano de la navaja de afeitar. En mí era la miseria quizá más material y moral; en ti, más espiritual; la senda era la misma. ¿Crees que no soy capaz de comprender tu terror ante el fox-trot, tu repugnancia hacia los bares y los locales de baile, tu resistencia contra la música de jazz y todas estas cosas? Demasiado bien lo comprendo, y lo mismo tu aversión a la política, tu tristeza por la palabrería y el irresponsable hacer que hacemos de los partidos y de la Prensa, tu desesperación por la guerra, por la pasada y por la venidera, por la manera cómo hoy se piensa, se lee, se construye, se hace música, se celebran fiestas, se promueve la cultura. Tienes razón, lobo estepario, mil veces razón, y, sin embargo, has de sucumbir. Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más. El que hoy quiera vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni como yo. El que en lugar de chinchín exija música, en lugar de placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad verdadero trabajo, en vez de jugueteo pura pasión, para ése no es hogar este bonito mundo que padecemos.... (13)

Finalmente Hesse lega una obra maestra compleja  y con un contenido implícito que lo supera, aunque él mismo lo expli-citara (expli-cara). Puso hablar a su 'inconsciente' a través de su arte. 'Teatro Mágico' incompresible para mí­ en otra época; un recurso surrealista embrujado por la droga. Ahora lo veo como disociación existencial, filosofía literaria pura: ¿Qué es el ser? es preguntar quién soy-yo. Eres el cúmulo de ‘yos’ que fuiste, y son tantos que aparecen y se desvanecen como fantasmas, como sombras. Todos pululan en tu presente...

Vi, durante un pequeñísimo momento, al Harry que yo conocía, pero con una cara placentera, contra mi costumbre, radiante y risueña. Pero apenas lo hube reconocido, se desplomó, segregándose de él una segunda figura, una tercera, una décima, una vigésima, y todo el enorme espejo se llenó por todas partes de Harrys y de trozos de Harry, de numerosos Harrys, a cada uno de los cuales sólo vi y reconocí un momento brevísimo. Algunos estos Harrys eran tan viejos como yo; algunos, más viejos; otros, completamente jóvenes, mozalbetes, muchachos, colegiales, arrapiezos, niños. Harrys de cincuenta y de veinte años corrían y saltaban atropellándose; de treinta años y de cinco, serios y joviales, respetables y ridículos, bien vestidos y harapientos y hasta enteramente desnudos, calvos y con grandes melenas, y todos eran yo, y cada uno fue visto y reconocido por mí con la rapidez del relámpago, y desapareció; se dispersaron en todas direcciones, hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia dentro en el fondo de espejo, hacia fuera, saliéndose de él (14).

 

En muchos momentos se resbala la estética hessiana, metamorfoseándose sutil y subliminalmente en una especie de estética surrealista. Hesse divaga, problematiza y en cualquier momento nos desorienta con su pluma. Es Hesse, antecedente de Kafka y del surrealismo literario. Entre las muchas inscripciones que vio Harry en el ‘Teatro Mágico’ había una que decía:

Instrucciones para la reconstrucción de la personalidad.

Resultado garantizado

Esto se me antojó interesante y entré en aquella puerta (…) Me puso un espejo delante de la cara, otra vez vi allí la unidad de mi persona descompuesta en muchos yos, su número parecía haber aumentado más. Pero las figuras eran ahora muy pequeñas, aproximadamente como figuras manejables de ajedrez (…) Con los dedos silenciosos e inteligentes, cogió mis figuras, todos los ancianos, jóvenes, niños y mujeres, todas las piececillas alegres y las tristes, las vigorosas y las débiles, las ágiles y las pesadas; las ordenó con rapidez sobre el tablero formando una combinación, en la que aquéllas se reunían al punto en grupos y familias, en juegos y en luchas, en amistades y en bandos enemigos, reflejando al mundo en miniatura. Ante mis ojos arrobados hizo moverse un rato al pequeño mundo lleno de agitación, y al mismo tiempo tan en orden; lo hizo jugar y luchar, concertar alianzas y librar batallas, comprometerse entre sí, casarse, multiplicarse; era en efecto un drama de muchos personajes, interesante y movido. Luego pasó la mano con un gesto sereno por el tablero, tumbó suavemente todas las figuras, las juntó en un montón y fue construyendo, artista complicado, con las mismas figuras un juego completamente nuevo, con grupos, relaciones y nexos diferentes en absoluto (15).

 

El gran pecado de Harry fue haber tomado lo mágico por real. Haber tomado muy en serio lo imaginario sin humor alguno: ensucia el “bonito mundo alegórico con manchas de realidad”. Mientras mantenía una discusión con Mozart, éste se metamorfoseó en Pablo, a lo que Harry exclamó: ¡Pablo!, ¿dónde estamos?

-Estamos -sonrió- en mi teatro mágico, y si por caso quieres aprender el tango, o llegar a general, o tener una conversación con Alejandro Magno, todo esto está la vez próxima a tu disposición. Pero he de confesarte, Harry, que me has decepcionado un poco. Te has olvidado malamente, has quebrado el humor de mí pequeño teatro y has cometido una felonía; has andado pinchando con puñales y has ensuciado nuestro bonito mundo alegórico con manchas de realidad. Esto no ha estado bien en ti. Es de esperar que lo hayas hecho al menos por celos, cuando nos viste tendidos a Armanda y a mí. A esta figura, desgraciadamente, no has sabido manejarla; creí que habías aprendido mejor el juego. En fin, podrá corregirse.

Cogió a Armanda, la cual, entre sus dedos, se achicó al punto hasta convertirse en una figurita del juego, y la guardó en aquel mismo bolsillo del chaleco del que había sacado antes el cigarrillo. Aroma agradable exhalaba el humo dulce y denso; me sentí aligerado y dispuesto a dormir un año entero. Oh, lo comprendí todo; comprendí a Pablo, comprendí a Mozart, oí en alguna parte detrás de mí su risa terrible; sabía que estaban en mi bolsillo todas las cien mil figuras del juego de la vida: aniquilado, barruntaba su significación; tenía el propósito de empezar otra vez el juego, de gustar sus tormentos otra vez, de estremecerme de nuevo y recorrer una y muchas veces más el infierno de mi interior. Alguna vez llegaría a saber jugar mejor el juego de las figuras. Alguna vez aprendería a reír (16).

 

Hay que reconocer que parte del genio literario de Hesse consiste en llevar al lector de un 'mundo real' y creíble, a un mundo increíble que se hace creíble por la sutileza de su pluma. Ya Hesse, desde sus primeros escritos ensaya con esta aspiración literaria que logra magistralmente en El Lobo Estepario y en su obra cúlmine El juego de los abalorios.

NOTAS

1. Víctor Alvarado Dávila: https://drive.google.com/file/d/1l2wu78rqqHFH8ELDqmaP-BRGyf3kAe7d/view

*Es muy frecuente, para no decir demasiado, que en muchas obras literarias  –y en Hesse no es la excepción– se hace referencia a grandes escritores, músicos y artistas. Podrá pensarse que es una muestra de erudición y vanidad de los escritores, y a veces lo es, pero creo que en este caso es más cercano a la admiración y al agradecimiento que profesa el escritor por quienes le han inspirado.

2. Illan, Ramón: Hermann Hesse: Un escritor amado y odiado. Huellas, sf:

https://www.uninorte.edu.co/documents/7399101/fcabb8c4-69e9-40bd-bb71-8f669e50fb05

Hesse, Hermann: El Lobo Estepario (LE2 p.56):

https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxzYWRlMjAxNTIwMTZlbnA1fGd4OjRjODI5ZGI4NDJiMDg5ODU

3. Ibídem; pp.57-58

4. Óp., cit., p.58.

5. Ibídem; pp.54-55.

6. Ibídem; pp.8-9.

7. Ibídem; p.21.

8. Ibídem; p.60.

9. Ibídem; p.48.

10. Ibídem; p.43.

11. Ibídem; p.88.

I2. bídem; p.63.

13. Ibídem; p.77.

14. Ibídem; p.84.

15. Ibídem; pp.96-97.

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