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III. Deconstrucción Universitaria

  • Víctor Manuel
  • 25 jun
  • 18 Min. de lectura

 

 



III. Deconstrucción Universitaria

 

Víctor Alvarado Dávila

Filósofo

 

 

 

Democracia forzada

 

En término vulgares, la idiosincrasia del país espera que todo ciudadano ejerza su derecho al voto, convirtiéndolo más bien en un deber al voto; porque todo país que se jacta de ser democrático sin realmente serlo le tiene un pavor al abstencionismo, porque es, precisamente este recurso, quien cuestiona la manera cómo los gobiernos de turno se apropian del discurso democrático y por ende de la susodicha “democracia”.

 

A nivel país, no hay represión explícita y directa por no votar. En la universidad sí. Los propietarios universitarios tienen derecho a no votar, pero si no votan se les coacciona y se les castiga con una disminución del salario, es por eso, y no por otra razón, que el nivel del abstencionismo es muy bajo en la institución universitaria; lo que resulta paradójico, porque si bien se dice que la universidad es la conciencia crítica de la sociedad, dicho mecanismo político universitario tiene horror a que se ponga entre paréntesis la supuesta auténtica “democracia” universitaria como institución pública; es algo así como el terror que tiembla cuando al interior de la comunidad universitaria se experimenta una disminución paupérrima del sentido crítico, por lo que se lanzan todos los recursos educativos y psicológicos para supuestamente demostrar que el sentido crítico en los estudiantes y profesores no está por el suelo, sino que, por el contrario, ha sido salvado.

 

Cualquiera de dichos procederes de autoengaño colectivo, resultan sumamente peligrosos, es como hacerse de la vista gorda cuando nuestra enfermedad se empieza notar a los ojos de los demás: Nosotros, muy en el fondo, sabemos que estamos enfermos, pero no queremos aceptarlo, por lo que nos hacemos los tontos, recurrimos al autoengaño mientras le damos tiempo al cáncer para que se convierta en metástasis.

 

 

 

Partidismo Patético

 

La Universidad ha sido tomada. La democracia en la universidad compite con la democracia gubernamental (casi que reducida al ámbito del voto y a la pertenencia a los partidos políticos); ha empañado el papel del libre pensador, el cual se mueve especialmente en el entorno universitario.

A la mayoría de los universitarios se le hace muy difícil separar su papel de intelectuales del papel de ciudadano. Si planteamos una pregunta álgida y difícil, como, por ejemplo, “Si tenemos que elegir entre nuestro papel como ciudadano y nuestro papel como intelectual ¿cuál debemos priorizar? Sabemos que, en este contexto, todo intelectual es ciudadano, mas no todo ciudadano es intelectual. Lo que significa, en este caso,  que el papel principal del ciudadano universitario consiste en su papel como intelectual[1], así como el médico de debe primero a sus a sus pacientes  y el ingeniero a  la seguridad de sus estructuras, etc., y, en segundo lugar, a las necesidades del Estado, que son establecidas y puestas en marcha por los gobiernos de turno que, muchas veces van en contra de los ideales del estado de bienestar para todos (en donde se favorece únicamente a unos pequeños grupos, como a las empresas privadas nacionales e internacionales.

 

 

El panorama vivido en la comunidad universitaria es un reflejo en pequeño, de lo que pasa en el país. A nivel país, seguimos siendo muy primitivos. Se continúa viendo el mundo de manera polarizada: Liberacionistas o de la oposición, católicos o evangélicos, saprissistas o liguistas. ¡Patético, ¿no?

 

Cualquier acción o propuesta, aunque sea buena  -y nos beneficie a todos- , si viene de nuestros opositores, hay que buscar la manera de obstaculizarla.

 

La manera partidista de ver el mundo es uno de los principales cánceres sociales, por lo que también ha infectado a la comunidad universitaria; de ahí que no es reciente que los partidos políticos nacionales funcionen al interior de la comunidad universitaria desde hace muchas décadas, lo que supone, no solo el ocaso del libre pensamiento, sino también el afianzamiento del servilismo, del clientelismo, y del autoritarismo, cuando determinado partido político se instaura en las rectorías universitarias, lo que conlleva muchas veces al acoso laboral y a  la represión.

 

Cuando un profesor universitario se adhiere o pertenece a un partido político, su capacidad y sentido crítico se pone en riesgo, porque verá el mundo desde la óptica del partido político al que se adhirió; es algo así como cuando se pertenece a una religión x, cuya característica esencial es el dogmatismo, sea la religión que sea, y es claro que cualquier tipo de dogmatismo, sea religioso o político, carcome cualquier sentido crítico y cualquier libre pensamiento.

 

Pues bien, muchísimos profesores ven el mundo desde su prisma partidista. Y es quizás este elemento, el germen del cáncer universitario.

Por el contrario, el libre pensador debe aspirar a cuestionarlo todo, a cuestionar libremente la situación nacional, regional y global, así como la situación al interior del entorno universitario. Solo así se podrá acercar al ideal de objetividad al que aspira.

 

Si el pensar y el actuar del profesor universitario está mediado por los intereses de partido, se traiciona así el espíritu universitario, porque ni siquiera se verá como una necesidad urgente la purga por eliminar dicha óptica de intereses mediados, sino que, por el contrario, verá dicho proceder como algo natural, que responde a una especie de egoísmo intrínseco.

De tal manera, la supuesta crítica subyacente en la opinión de los docentes se escapa a cualquier argumentación racional, limpia de otros intereses mezquinos, por lo que, sigue siendo una opinión acrítica, lejos de una auténtica argumentación. Al no salir de dicho pantano, cualquier sentido o pensamiento crítico es imposible, lo que significa que, sin solventar esta situación, el mal canceroso universitario está lejos de ser erradicado y, lo que, es más, es posible que entremos en un periodo de metástasis que llevará a la aniquilación de lo que en la actualidad y predominantemente se entiende por “universidad”. Ante este panorama, puede que algo distinto surja, aunque lleve el mismo vocablo “universidad”, pero que heredará los genes del mismo virus.

 

Ojalá sólo unas pocas enfermedades aquejaran a la universidad, pero ya vemos que son muchas

 

 

 

Universidad Enferma

 

Desde antes del arribo de la Pandemia del COVID, ya se veía acercarse una voluntad Autoritaria -cual ola que crece al estilo de Hokusai- al interior de las políticas de gobierno nacional, como al interior de la estructura y el sistema de las políticas universitarias. Pasada la Pandemia, hoy surfeamos en las indiferentes aguas tumultuosas de una universidad politizada, desordenada. burocratizada y poco amigable; entregada al discurso y a los intereses globales de capital, gestados por las políticas al interior de la homogeneización de la educación superior.

 

Aunque en la Universidad existe en las periferias un discurso crítico de tales políticas, al interior de sus prácticas, la Universidad actúa en contra de ellas. Lo que se evidencia en un discurso que da por sentado ciertos presupuestos, como, por ejemplo, lo atinente al susodicho "Desarrollo" y sus sucedáneos (Desarrollo sostenible, desarrollo amigable con el ambiente, etc.) De igual manera, lo atinente al discurso de "Descentralización" y "Regionalización" que, si funciona, solo funciona en el texto, en la teoría.

Se ha dado también una pérdida de la actitud crítica real. Las decisiones cada vez son más diametrales, amparadas en la cuestionable "Democracia Representativa" que más bien atenta con la utopía democrática al interior de la comunidad universitaria.

 

Claro resulta que la visión de desarrollo a la que apunta la universidad, es poco crítica, o, mejor dicho, es servil a los intereses de desarrollo de las políticas globales internacionales. La universidad, se ha montado en el tren del “desarrollo global”, movida por el horror de quedarse atrás. Ha firmado la carta magna universitaria. Se ha creído el discurso de la globalización de la educación. Por lo que se ha encaminado a la estandarización y homogeneización de las carreras, de los planes de estudio, los títulos, las acreditaciones, las políticas de intercambio internacional entre docentes y estudiantes, y se enorgullece por subir en los rankings internacionales entre las “mejores universidades” por obedecer las políticas educativas que voluntariamente ha firmado. Y lo más alarmante aún, es haber aceptado los préstamos del Banco Mundial aún a sabiendas de lo que eso implica. En síntesis, si una institución sin “fines de lucro” no puede pagar a tiempo sus deudas -lo que es muy probable- se les “perdona” su atraso si entregan su soberanía y autonomía, mediante la aceptación de las nuevas “políticas educativas globales”: readaptación a las “nuevas necesidades”, a los “nuevos tiempos”.

 

El “Desarrollo neoliberal” de la Universidad actual nos aventura a visualizarla a 10 años plazos como una especie de desastre en amplias esferas. Y tras de eso, hay un hecho contundente que ni siquiera se toma en cuenta y que tampoco las universidades en el mundo se han dado a la tarea de estudiar seriamente. Se trata del efecto pandemia.

 

El efecto pandemia se da en la mayoría de las esferas de la civilización moderna, occidental y oriental. Pero aquí solo precisaría referirse superficialmente a la esfera educativa superior.

 

La gente quedó harta de la pandemia. Nadie quiere hablar de ella. Ni siquiera pensarla. Y mucho menos, problematizar su efecto mediante simposios, charlas, mesas redondas, libros, etc. Y su abordaje ha sido somero y muy por la superficie. Parece que solo pasamos de la presencialidad a la virtualidad y de nuevo a la presencialidad. Parece que solo hubo un cambio de método. Mas la situación de pandemia agudizó lo ya patente: la individualidad, la indiferencia y el egoísmo; y entramos a la nueva situación de presencialidad con un rebosamiento de todo ello.

 

Por otro lado, la situación de pandemia improvisó prácticas institucionales que resultaron cómodas y que, luego entrada en la presencialidad, se han continuado gestando precisamente por su comodidad. Los docentes nos acostumbramos a las reuniones virtuales en las que muchas veces asistíamos de mentirillas mientras hacíamos otras cosas. Sin poner mucha atención a los temas que se discutían, aprobamos sin reflexión y crítica alguna, disposiciones que venían cocinadas desde arriba y que solo necesitaban de un simple voto virtual. Y, por otro lado, las autoridades veían todo ello como una vía fácil para “avanzar”, algo así como cuando sube la gasolina y la canasta básica en tiempos en que los ciudadanos están enajenados sumergidos en las festividades religiosas o políticas, en sus fiestas cívicas y en los campeonatos de fútbol.

 

Si bien la ciudadanía estaba acostumbrada a la obediencia acrítica, el efecto pandemia reforzó la obediencia en los ciudadanos y la voluntad autoritaria en las autoridades universitarias. El confort se da en ambas vías.

 

Asimismo, aunque antes de la pandemia, la democracia -o lo que se cree de ella- se venía resquebrajando gracias a la susodicha “democracia representativa”, el efecto pandemia la hace más patética y alejada de un ideal de democracia decente y aceptable. Tal es así que la creencia en que la democracia universitaria se refleja mediante el voto, se coacciona a sus propietarios a que voten, eliminando casi a la fuerza la posibilidad de abstencionismo. Se le tiene horror al abstencionismo porque es el que verdaderamente atenta contra la democracia ficticia; no vaya a ser que se evidencie que nadie cree en dicha ficción. El abstencionismo es importante para toda institución que se cree democrática, porque es un síntoma de enfermedad. ¿Qué pasaría si los síntomas de enfermedad no existieran o no quisiéramos hacer caso de ellos? Simplemente la gente caería muerta en los caños.

 

En materia de institución que brinda títulos universitarios puede que la cantidad de títulos disminuyan y esto porque cada vez hay menos matrícula, hay menos estudiantes y hay más deserción paulatina con el tiempo. Siempre ha sido así, pero ahora la situación se agudiza.

 

Docentes interinos ven que disminuyen sus posibilidades de supervivencia en la institución universitaria que los desangra con bajos salarios, con aumento en el control autoritario, con la ausencia de estímulo realmente efectivo, con disminución en sus condiciones de trabajo, con aumento en años de trabajo y cotización para pensiones que desde ya están amenazadas de no existir, permanecen en ella porque simplemente no ven mejores condiciones de supervivencia. Inmersos en una desafección profunda estarán dispuestos a regalar las notas (y por ende los títulos) incluso a estudiantes fantasmas, con tal de que no disminuya la cantidad de estudiantes inscritos en sus clases para que no les cierren sus cursos y no terminen en la calle taxiando con un automóvil eléctrico que les financió la misma institución donde trabajan.

 

Antes de la situación de pandemia, se hicieron factibles los préstamos del Banco Mundial para la construcción de varios edificios, “previendo”, supuestamente, un crecimiento en las universidades públicas, aún a sabiendas del rebajo paulatino de los gobiernos de turno al presupuesto a la educación.

 

Llegó la pandemia: Caos.

Se volvió a las aulas: Disminución y deserción de estudiantes es la tendencia, y en algunos casos, hasta ahora se están empezando las construcciones que se aprobaron años atrás. El panorama puede que apunte a Universidades con pocos estudiantes y profesores, pero con gigantescas estructuras fantasmas que se deteriorarán porque no habrá presupuesto para mantenimiento.

 

Esto es parte del pronóstico a 10 años plazo de este “desarrollo liberal-real” en la universidad. Mas como no me interesa seguir ahondando en lo obvio, por inevitable, termino diciendo lo siguiente:

 

Si se piensa en base a lo ideal, obviamente, al susodicho “desarrollo” no solo hay que cambiarle su significado, sino también, acuñar otro mejor término que, bien podría ser “devenir”, el cual no arrastra un trasfondo ideológico o moral. O quizás, explicitar más lo que se entiende por “desarrollo”, y es esto lo que siempre se ha intencionado ocultar, pues no se habla de “Desarrollo Liberal” o de “Desarrollo Socialista”. Ningún “Desarrollo” per se, incluye o excluye a todos, es decir, que no existe tal “Desarrollo” sin su apellido, lo cual es importante para saber de qué estamos hablamos o a qué nos estamos refiriendo. Si no fuera eso importante, tampoco sería necesario que cada uno de nosotros llevara apellidos. Las cosas hay que llamarlas por su nombre o bien darle un nombre para identificarlo, aunque dicho apellido sea contrario a la realidad, como el caso de los partidos políticos a los que se les puede dar el nombre que quiera, aunque no respondan realmente a eso.

Así las cosas, para entendernos o para darme a entender, hablaré idealmente de un “Desarrollo Ideal” (pues aún no quiero improvisar un apellido sin antes una debida meditación, cosa en la que en este momento no tengo tiempo para gastar).

 

El “Desarrollo Ideal” (frente al “Desarrollo Liberal” en el que está inmersa la Universidad), es casi que imposible. Para ello tendría que empezar por discutirse críticamente el “sagrado” Estatuto Orgánico. Mas dicha discusión ha de ser auténticamente democrática y que incluya verdaderamente a toda la comunidad universitaria, pero para que eso sea efectivo, los resultados no se logran de la noche a la mañana mediante un Congreso Universitario, en donde sus memorias guardarán polvo por años.

 

Quizás, la única forma posible es mediante una práctica constante de apertura crítica a la discusión. Pero hoy más que nunca, la Universidad está muy lejos de propiciar una efectiva realización. Eso implicaría también sacrificar la docencia[2], en favor de la inexistente Acción Comunitaria (eje que no se incluye en la Acción Social). Y esto sólo sería posible, si hay modificación de la actual concepción de docencia, para incluir dentro de ella la acción comunitaria, es decir, que parte del papel de los docentes sea dedicarle tiempo laboral a las mesas redondas, conferencias, simposios, etc.

 

Para que se modifique el Estatuto Orgánico, se le debe primero discutir, y para discutirlo se le debe primero conocer en sus implicaciones, y las ganas de conocerlo solo puede ser estimulado si existe una comunidad universitaria activa, en donde los universitarios deseen asistir a las mesas redondas, etc, movidos por el simple deseo gratuito de aprender, como cuando las personas desean ir a un concierto o actividad cultural sin que medie recompensa o castigo por no asistir.

 

Luego de un interés por conocer, discutir y modificar el Estatuto Orgánico, ha de estar el interés por discutir la Universidad que tenemos y la Universidad que deseamos, lo que no sería tan difícil, instaurado ya un quehacer sólido y necesario por el conocimiento y la discusión, mediante las actividades antes mencionadas.

 

A su vez, es imprescindible la necesidad por “conocer el conocer”, es decir, la necesidad de conocer qué debemos entender por “conocimiento”, o cuál es el tipo de “deseo de conocimiento” al que debe aspirar la futura universidad. Y quizás podemos decir que uno de los graves problemas en los que está inmersa la universidad, radica en una “crisis existencial epistemológica”, en donde se ha puesto el énfasis en un epistemológica dirigida, altamente controlada y poco eficiente, olvidando que el auténtico conocimiento que se sostiene y se arraiga es el conocimiento que es interesado, cuya fuente está en el interés intrínseco de aquél que desea conocer porque le place, sin mira exclusiva a un fin, es decir, cuando la acción de conocer se ve a sí misma como medio, siendo a sí misma su propio fin.

 

Solo mediante un cambio de actitud existencial en lo que respecta al conocimiento y a la manera de adquirirlo, de contrastarlo, de ponerlo a prueba y de afianzarlo, podríamos aventurarnos a imaginar una nueva universidad verdaderamente libre, comprometida y responsable, y por ende sólida.

 

Personalmente, el ideal de universidad que concibo. Implica primero la defensa de su propia autonomía, y se trata de una verdadera autonomía, no solo respecto a los intereses de los gobiernos de turno, sino también a la incidencia de las políticas universitarias internacionales, por lo que la universidad debería:

 

  1. Sembrar la necesidad de discusión y crítica al interior de sí misma, como pilar fundamental de la comunidad universitaria.

  2. Fusionar la acción social y la investigación con la docencia. 

  3. Liberar sus ataduras epistemológicas para que los científicos innoven conforme a las necesidades intrínsecas de las regiones.

  4. Adaptarse  -en términos pedagógicos-  a la era de la “inteligencia artificial”.

  5. Renunciar a seguir inscrita a las políticas universitarias globales.

  6. Renunciar a depender moralmente de los rankings internacionales de las supuestas “mejores universidades del mundo” (que son tales por la obediencia a acercarse a los estándares gestados por las universidades económicamente más poderosas, y por la incidencia del BM y el FMI, etc., en las políticas educativas).

 

 

 

 

Transuniversidad

 

Uno de los problemas medulares en toda “institución universitaria” radica en la visión política de mundo que, implícita o explícitamente sostiene y exterioriza.

Grave sería suponer que lo que actualmente se entienda por “Política” incluya la visión filosófica, cuando es precisamente lo contrario. Es más, lo que se podría entender actualmente por “política” está muy alejado de su concepción filosófica originaria (en textos tan antiguos como “La Política” de Aristóteles). La “política” actual responde a un accionar tendiente al “desarrollo” y a un desarrollo que solo es liberador, sostenible y justo en el papel, en su retórica.

 

O, dicho de otra manera, el grave problema radica en la "visión de desarrollo" que incluso se reproduce en el discurso institucional universitario, olvidando o ignorando que ni siquiera el uso de los términos es gratuito, ya que el vocablo "desarrollo" ha sido acuñado por la ideología política liberal o neoliberal.

Por otro lado, suponiendo la ingenuidad en el uso de los términos, lo primero que hay que decir, es que dicho "desarrollo" no debe responder a las necesidades de las políticas neoliberales, en las que la universidad se ha inscrito sin meditado cuestionamiento, al aceptar las premisas de la globalización y los dictados de los tratados internacionales que ha firmado (como la Carta Magna Universitaria que busca homogeneizar la educación y estandarizar los planes de estudio y las carreras, olvidando las situaciones específicas de cada región).

 

Así las cosas, para alcanzar el ideal de transuniversidad, éste se lograría si:

 

  1. Se incluye una reflexión crítica sobre la función ética y social de cada curso al interior de sus carreras. Es decir, que las humanidades estén siempre presentes en cada uno de los cursos. Pero para ello, es menester un cambio en la manera como se “pragmatizan” las humanidades.

 

  1. Menester será que la acción social y la investigación dejen de funcionar separadamente. Es decir, actualmente, un docente puede hacer investigación si desea subir de categoría académica, y hará oficialmente acción social si tiene un proyecto inscrito. Mas la propuesta consiste en que parte del curso se divida en una actividad de impacto social y un tiempo de al menos de 3 lecciones que se dediquen a investigación, en donde una 4 semana sea para presentar a los estudiantes y a la comunidad universitaria los resultados de dicha investigación. Es obvio que la preocupación mezquina y limitada de ese ente abstracto que es el contratante y que se conoce como Universidad esté “preocupada” (¿?) por saber en qué se ocuparían los estudiantes durante esas tres semanas. Pues bien, pueden ocuparse en la lectura y en la asimilación de la misma, en contraste con otras actividades académicas, tales como, análisis de documentales, películas y libros y en la elaboración de un trabajo de evaluación. La educación, la pedagogía y la metodología de la educación debe cambiar apuntando a la asimilación, lo que constituye el verdadero aprendizaje, en contraposición a la actual “política educativa” que, más bien, apuesta a la acumulación de contenidos que, por exceso, no se logran asimilar adecuadamente.

 

  1. La Inteligencia Artificial que, actualmente está en pañales, debe ponerse al servicio del conocimiento interesado, pero el docente debe cerrar las puertas al estudiantado que, abusando de la IA realice trampa. Se deberá volver a las presentaciones, exposiciones, mesas redondas, etc., (preferiblemente no virtuales) sacrificando la entrega de trabajos escritos, lo que puede que incluya a las tradicionales tesis de graduación.

 

  1. En el ámbito político y económico, al interior del posicionamiento universitario, urgente y necesaria se hace la negación del accionar tendiente a la visión de desarrollo neoliberal, así como la desmitificación de dicho discurso. El discurso neo-liberal de desarrollo económico; “desarrollo económico” que es imposible de alcanzar sin haberse subido de previo al tren de la globalización (que se mueve encima de los rieles puestos por los países más poderosos del mundo) se debe desmitificar. Porque una mejor forma de práctica económica de con-vivencia para nosotros, sí es posible. Pero dicha práctica no es rentable para el tipo de “desarrollo económico” que sólo sirve a los países más poderosos. No solo los medios de difusión se han encargado de difundir la mentira neoliberal que se ha convertido en una “verdad” sentida por repetición, sino que al mismo tiempo ha sido puesta en boca de los titulados de las universidades que se acoplan y reproducen el discurso de poder de los grupos más poderosos. No obstante, referirme más en detalle a lo que sigue, no será posible, no solo por falta de tiempo, sino más bien porque me abriga un sentimiento de impotencia y de “pérdida de tiempo”. No creo que esto sea leído, y si lo es, siento que no será tomado en cuenta como lo que hasta el momento he venido diciendo y repitiendo por años. El problema no es tanto la desafección, sino el por qué, de dónde viene, cuáles son sus causas. Quizás, la universidad ya llegó muy tarde a toda esta preocupación. Si es que llegó. Inmersos en esta situación global, ser optimista es un síntoma de ignorancia o ingenuidad. Y, sin embargo, lo único a lo que jamás debemos renunciar es a la resistencia o a la rebeldía, aunque sea absurda.

 

  1. Se debe denunciar y renunciar a las políticas universitarias globales, porque de no ser así, todo lo anterior será baladí e imposible de conseguir. Por lo que antes de la renuncia se ocupa de una convicción por parte de la comunidad universitaria; y aún más, para que exista dicha convicción es necesaria previamente una estructura que permita efectivamente la crítica y la discusión de las políticas universitarias a través de actividades como las ya dichas: congresos, simposios, mesas redondas, etc., abiertas libremente a toda la comunidad universitaria. De esta manera, puede que la estructura se active. Pero para que dicha estructura pueda activarse, es menester una conciencia por parte de la comunidad universitaria, pero como la comunidad universitaria cada vez es más indiferente, ignorante y obediente; pareciera que sólo mediante el accionar de las “autoridades políticas universitarias” (aprovechando la moral de obediencia que mueve a la comunidad universitaria) podría activarse dicha estructura organizativa. Lo lamentable, es que las autoridades políticas universitarias también padecen el virus de la indiferencia, la ignorancia y la obediencia. En este caso, o hay ignorancia o hay conocimiento. Si hay conocimiento, este conocimiento sería cínico o maquiavélico, lo que confirma a su vez la indiferencia.  Respecto a la obediencia, puede que se dé también por ignorancia o baja autoestima. O imitamos por carecer de autonomía (como siervos menguados) a los “hermanos mayores”, o siguiendo el camino marcado por las universidades más poderosas, nos replegamos a las relaciones de poder y control impuestas por los estados más fuertes.

Se debe romper con la globalización de la universidad. Porque romper con las políticas universitarias de la globalización da libertad. Seguir como firmantes de estos tratados internacionales, significa seguir bailando el vals con la música y los cánones de la voluntad impuesta por las universidades más poderosas, que no casualmente coinciden en su origen con los países más poderosos del mundo.

 

  1. Se debe renunciar a la moral de los rankings internacionales. La renuncia moral a los rankings internacionales de las supuestas “mejores universidades del mundo”; implica que, los auténticos estándares a los que debe aspirar una universidad son los construidos de manera autónoma al interior de sí misma, mediante una continua discusión, reflexión y crítica de sus propias aspiraciones. Ya es tiempo de abandonar la edad infantil de la obediencia y de asumir la edad adulta de la libertad, la responsabilidad y el compromiso.

 

  1. Se deben romper las ataduras epistemológicas. Y esto es también muy difícil, porque existe un elemento subjetivo interiorizado que condiciona la famosa “objetividad" del científico. Si bien la situación de las universidades o de las comunidades universitarias de América Latina, padecen de un problema de autoestima o de sentimiento de inferioridad, algunos pocos, sí tienen fe en sus científicos y pensadores. Podrá sorprender llevar síntomas individuales a ámbitos más generales, pero también es obvio reconocer que, si hay 10 cobardes, estos 10 cobardes unidos conformarán un grupo de cobardes. Por lo que, si la mayoría de los individuos que conforman una comunidad universitaria no se manifiestan individualmente, y no son personas críticas individualmente hablando, no lo serán tampoco en grupo. Podrán convertirse en hienas o pirañas en grupo, pero siempre necesitarán de un Cristo dispuesto a dar su vida por ellos e incluso dispuesto a perdonarlos cuando no sepan lo que hacen.


Si en América Latina los miembros (de manera individual) de las comunidades universitarias arrastran una baja autoestima o un sentimiento de inferioridad al momento de compararse con sus “pares” de las “universidades más prestigiosas del mundo”, es obvio que agrupados sudarán en grupo su baja autoestima y su inferioridad. Lo que se manifiesta en no creerse capaces de fabricar para su país, sus propios automóviles, sus propios electrodomésticos, sus propias bombillas, etc., etc. Aquí estamos frente a un problema de mentalidad, por lo que es necesario un cambio de la misma, pero volvemos a lo mismo, eso será posible sólo si hay un cambio en la educación y en la visión de mundo, pero para esto es necesario primero una crisis, es decir, una crítica, una discusión y una reflexión profunda. Y es aquí cuando la filosofía es necesaria, pero no la filosofía monopolizada por la academia universitaria, indiferente al acontecer de los tiempos. Se necesita de una acción filosófica disruptiva. 

 



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[1] Los otros tres pilares han de depender del cultivo de la intelectualidad, porque sin esta base principal, la investigación, la docencia y la acción social serán estériles. Cuando un universitario deja de leer, estudiar, analizar y discutir, su reflejo, como decadencia, se evidenciará en cualquiera de los otros pilares.

[2] Tal parece que, al intelectual latinoamericano, además de que se le disminuye su tiempo de ocio, se le vuelca exclusivamente a la docencia (o peor aún, a las labores burocráticas que contribuyen con el olvido de lo que antes sabía)


 
 
 

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