II. Humanidades en Decadencia
- Víctor Manuel
- 22 jun
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Actualizado: 25 jun

TRANSUNIVERSIDAD EN LA ERA POSTPANDÉMICA
II. Humanidades y Decadencia
Víctor Alvarado Dávila
Filósofo
De la Crítica y la Discusión como necesidad Universitaria
Hay que resucitar lo que debe mover especialmente a la universidad, a los universitarios y a los profesores, y ¿sabemos qué es?: La discusión. Porque hay carencia de discusión, hay ausencia de crítica y, cuando uno hace críticas, muchas veces la gente toma esas críticas como cuestiones personales, cuando lo que se está atacando son las ideas, son los principios teóricos, son los puntos de partida, son los resultados o la interpretación de los hechos y no las personas.
La Universidad del Siglo XXI ha olvidado esto, o es para ella secundario, cuando lo que se busca es la aprobación de lo ya cocinado por los Chefs de turno. Se llama a eso pragmatismo universitario, es decir “hacer lo que nos piden los de arriba, aunque sea mal hecho”. La comunidad universitaria tiene miedo a discutir, y tiene miedo a discutir porque de esa discusión muchas veces se termina asumiendo que fue un asunto personal, cuando la intención era cuestionar ciertos fundamentos al interior de las prácticas universitarias.
En esta institución que se llama universidad, la cual no tiene ni una visión universal ni tampoco aspira a ella, tenemos a las humanidades, en donde los estudiantes vienen, estudian humanidades y ya. Pero ni siquiera sospechan -porque los mismos profesores no entran en eso- que puedan existir enfrentamientos teóricos al nivel de las disciplinas, acerca de las humanidades; pues en realidad, en otros tiempos, las universidades han sido sumamente criticadas, ¿y a qué responde? siempre responde a esa visión europea occidental de ver el mundo.
En los estudios generales, estamos en un período de decadencia, desde hace -podríamos decir- unos 15 años atrás.
Si nosotros no cambiamos cosas tan sencillas como el programa de guía académica o la manera como se discute la universidad, no habrá cambios positivos y significativos en nuestra vida social. Y para colmo, se exige, post pandemia, que los cursos de las humanidades sean de asistencia obligatoria, trayendo abajo la tradición histórica desde los orígenes de la creación de la escuela de estudios generales, en donde la mayoría de los cursos de humanidades no eran obligatorios, porque se apostaba al desarrollo de la responsabilidad intrínseca de los estudiantes, no mediada por una nota de asistencia.
Antes, se creía en incentivar que los estudiantes ansiaran asistir a los cursos de humanidades por una voluntad no coaccionada, pero actualmente, como la universidad ya no está capacitada para dicho estímulo, se ha recurrido a lo más fácil: a la autoridad, a la coacción, al castigo. Esto, han creído, solucionará el problema de la no asistencia y el abandono de los cursos, cuando más bien podrá actuar en su contra.
Si ahora, los estudiantes no están motivados por sí mismos para asistir a clases -por las razones que sean y de las cuales no podemos hablar en este espacio- resulta que la misma institucionalidad autoritaria se los pone más difícil.
Ahora bien, podemos preguntarnos ¿qué motiva a los estudios generales y a la universidad a imponer la obligatoriedad de asistencia a cursos que históricamente, desde sus inicios, no ha exigido dicha obligatoriedad? ¿Es acaso una preocupación por el estudiantado o una preocupación por los docentes?.
Aunque la preocupación por la supervivencia de la clase docente sea válida, el recurso al facilismo autoritario no lo es, y menos aún, cuando actúa en su contra.
El panorama es bastante claro: Si los estudiantes, desertan de los cursos, esto será evidenciado en los resultados. Antes, los docentes tenían que lidiar con grupos de más de 40 estudiantes, y no es que esto esté disminuyendo en cada grupo. Lo que ha de suceder es que se cerrarán más grupos dejando sin trabajo a profesores interinos, para que los profesores propietarios sigan lidiando hasta la locura con más de 40 estudiantes[1].
Así las cosas, se supone que la obligatoriedad en la asistencia resolverá un problema que se mantiene a oscuras. Pero, aunque fuera verdad, es contraproducente al espíritu libre del estudiantado. Esto significa que, si la preocupación es por los estudiantes, los estudios generales deben enfocarse en el incentivo, más dicho tipo de incentivo debe acomodarse a los nuevos tiempos y a las nuevas generaciones.
Lamentablemente, tampoco puedo ahondar aquí en el tipo de incentivo al que me refiero. Pero, sí es claro, que tal incentivo educativo ha de ser disruptivo frente a la manera caduca y tradicional a como se desarrolla la educación en la universidad, mas eso implicaría un cuestionamiento crítico al posible marco teórico-epistemológico de la escuela de educación, que ha tenido la costumbre de oscilar como una bailarina desbocada de un marco teórico a otro, sin conciencia explicitada respecto a dónde quiere ir y qué desea conseguir (lo que también se refleja en la institución universitaria como un todo)[2].
Al interior de la universidad nos quejamos diciendo que la mayoría de los estudiantes de ahora no discuten, que no son críticos, que no leen ¿y saben qué?, eso es cierto[3].
¿Y a qué se debe eso ?: A la educación que se ha recibido. ¿Por qué? porque los estudiantes son reflejo de los profesores que han tenido, así de sencillo.
La responsabilidad no es un asunto solamente de los estudiantes sino también de los profesores que han tenido y de la educación embrutecedora que han heredado, o sea, desde la escuela se les moldea[4].
¿Cómo es posible que no se atrevan a criticar la universidad? La universidad hay que criticarla, es casi que una obligación, hay que ponerla en crisis.
Bueno… yo entiendo, claro… porque hay aires de autoritarismo…
El profesor interino, digamos, puede sentir más miedo. Pero si uno es miedoso, uno seguirá siendo miedoso como interino y como propietario, esa es la verdad, pero obviamente no es lo mismo -moralmente hablando- ser sumiso y menguado como interino que como propietario; pero, uno puede hacer críticas más suavecitas, más sutiles, con sonrisa en los labios (y casi que pidiendo disculpas por decir lo que se piensa) …pero, uno las puede hacer.
Desde mi propia experiencia, que puede ser similar a la de muchos, noto un cambio grandísimo en los estudiantes. Para precisar, tengo más de 20 años de trabajar en la universidad y percibo los cambios de las generaciones de estudiantes, de los jóvenes, de su mentalidad, del ímpetu, de la energía, y entonces, veo y digo: ¡esto va de mal en peor!” cada vez es más patética esta situación y lo peor es que, al igual que la oveja negra que alertaba de la llegada del lobo, nadie pone atención a lo que se avecina, o muy pocos. Es lamentable, pero hay un cambio notorio, empezando por lo que todo el mundo constata: que la mayoría de la gente ya no lee, que por el contrario ese buen hábito ha sido sustituido por la mayor adicción del Siglo XXI, esa que no se tenía hace 10, 15 o 20 años atrás: la adicción a las pantallas, a los celulares, y estoy hablando de adicción, realmente de adicción. La adicción es una patología muy grave; ahora, esa adicción no solamente la experimentan los jóvenes, también los adultos la experimentamos[5].
En definitiva, el mundo ha cambiado, y ha cambiado drásticamente. Los jóvenes ya no quieren esforzarse, creen que solo tienen derechos y no deberes. Hay muchos cambios que están sucediendo y la universidad no se escapa de eso. ¿Dónde están los congresos abiertos y las mesas redondas -en donde hay discusión? Hace 20 años atrás -por lo menos- los auditorios -aunque suene a locura- se llenaban, y no es que los profesores llevaran a los estudiantes obligatoriamente[6].
Había lo que se llama “comunidad universitaria”, la gente estaba interesada en todo. Y los docentes ¿en qué hemos convertido esta universidad? En una sombra, en una fábula de lo que fue.
Pero ¿al menos, se puede incentivar una actitud crítica?
Y no estoy hablando de los rectores de turno que nos mandan a la calle, o los presidentes que permiten la típica y falsa manifestación del 1 de mayo.
¡Cuidado, cuando tenemos permiso para hacer un berrinche! Porque, cuando la rebelión es casi que obligatoria o tenemos permiso para ella, ese acto fríamente calculado no se llama rebeldía, se llama obediencia.
¿Por qué hemos de esperar tener el agua hasta el cuello para rebelarnos? ¿Es que acaso la falta de conciencia crítica no nos permite desnudar todo este panorama?
Retomemos la criticidad, retomemos la discusión, la cual ni siquiera se manifiesta entre los mismos estudiantes, es decir, los estudiantes no discuten[7] ni siquiera entre ellos (por lo menos no en clases)
Hace poco hablé con un profesor de psicología, acerca de lo peligroso que es cuestionar la ideología de género, porque es como prestarse para que le corten la cabeza. No creo que sea así, pero mucha gente lo siente así y enfrentarse a lo que está de moda trae sus repercusiones. Ese asunto de que sexualmente hoy alguien se siente de una manera y mañana se sienten de otra manera, y de repente, el fin de semana dice: “qué raro… veo un pedófilo frente a mi espejo”.
Raro. También es raro que no cuestionamos esas cosas medulares y ¿cómo es que no cuestionamos eso? Porque tenemos miedo de lo que piensen los demás de nosotros. Hay cosas que nos pasan por la cabeza, pero no nos atrevemos a gestar, a tirarlas ahí, ¿por qué? Porque muchas veces, también, no tenemos argumentos. Porque lo que pensamos es simplemente una creencia y ese es un grave problema. Pero todo el mundo tiene creencias, todo el mundo puede pensar lo que quiera, mas no es ese el problema primordial.
El problema principal son los argumentos, o la ausencia de ellos. Es decir, uno puede pensar o creer lo que quiera, pero, filosóficamente hablando, a nadie le importa lo que atraviese nuestro ser, lo que importan son los argumentos[8].
Finalmente, hay un miedo a la racionalidad. La racionalidad se está resquebrajando.
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[1] Referente al punto de la decadencia de la educación, por atender a grupos que exceden más de 25 estudiantes, ya lo he dicho hasta el cansancio en otras ocasiones y no pienso seguir reiterando en ello, porque, además, es bastante fácil y lógico de inferir.
[2] Dicha “educación”, lo que ha gestado, claramente, son ciudadanos serviles, autómatas y obedientes, siervos menguados con una capacidad crítica menguada. Porque mientras el ministerio de educación pública esté en manos de los intereses privados de los gobiernos de turno, los ciudadanos que saldrán de las filas educativas seguirán creyendo en la democracia ficticia representativa; que vivimos en un país de paz (simplemente porque no podemos notar que los militares sin armas tradicionales se camuflan entre la mayoría de los educadores y pseudo periodistas serviles a los medios de difusión privados y más poderosos) y, lo más patético aún, lo podemos notar en los ticos que reproducen la también patética idea de creer vivir en el país más feliz del mundo, sin sospechar que, para decir eso, sea necesario, por el contrario, vivir en el país más tonto del mundo.
Bien sabemos que dicha idea -difundida para engañar al mundo entero- fue gestada desde los círculos políticos, para que los más tontos transmutaran su infelicidad, en felicidad ficticia. No vaya ser que los demás vean mi tristeza. En Costa Rica no existe el ejército tradicional porque no ha sido necesario. Lo que sí hay que reconocer es el mérito estratégico de las sectores históricos gobernantes. Han sido muy inteligentes. Han tenido a su disposición la educación tradicional y la no tradicional, es decir, a los medios de difusión para difundir su visión de mundo y sus mentiras.
[3] Por su parte, es notorio que se comportan para recibir palo, son obedientes, aguantan las presiones e injusticias sociales, pero en cambio, sí se alteran por nimiedades, por cositas mínimas, por una palabrita mal dicha hay que hacer una revuelta ¡jamás permitir eso! ¡se le salió a la profe!, ¡se le salió el profe!, ¡ay!, ¡el mundo se cae en pedacitos! Sin embargo, para lo que está pasando, para las cuestiones más medulares, por ejemplo, cosas más profundas, como por ejemplo, que una gran parte de ellos no van a tener trabajo o van a tener que emigrar; sobre esas cosas no se manifiestan; cosas más profundas y existenciales ¿verdad? Prefieren seguir repitiendo como loros lo mismo: que “somos el país más feliz del mundo”, ¿verdad?, porque las redes sociales difunden la impresión de los jóvenes que vienen a pasear a Costa Rica y exclaman: “¡Sí, Costa Rica, qué bello que es, qué verde que es, qué libertad!”, etc. Pero si empezamos a cuestionar realmente, en nuestro país no nos atrevemos ni siquiera a cuestionarnos eso entre los mismos ticos. Es como un autoengaño que se reparte por todos lados.
[4] Desde ahí ya están bien moldeaditos, hacen la primera comunión, marchan el 15 de septiembre con los farolitos, repiten que son el país más feliz del mundo, que “en costa rica pura vida, pura vida”. Ahí, digamos, lo básico, es más, hasta terminan creyendo y todavía siguen creyendo en cosas mágicas que les metieron en el cerebro cuando eran niños, ¿y por qué? porque les reconfortan ese montón de mentiras, se acostumbraron a ellas y entonces ya hay un apego emocional, sentimental, existencial: “¿cómo me voy a desprender de lo que abuelita me enseñó, si con ella iba a rezar y a poner velitas?, (y hay ahí un elemento sentimental) “¡y después nos íbamos a comer un helado!”. Por consiguiente, precisamente por esos apegos, no se trascienden huellas que marcan nuestra vida. Luego, llegan a la secundaria y ahí está, para que los adolescentes no se rebelen - porque si uno no se rebela cuando joven no se rebela nunca- se les controla mediante el estudio: “estudien-estudien-estudien, tienen examen mañana y pasado mañana y la próxima semana y la que sigue, estudien, estudien, no piensen, no hay tiempo para la rebelión y tienen que pasar por los múltiples coladeros, hacer los exámenes de bachillerato y de admisión”. Bajo este panorama ¿realmente les están dando todo esto para que adquieran conocimiento? No, no, porque el conocimiento se adquiere solamente por motivación, por lo que a uno le interesa, por eso el conocimiento es interesado. Y llegan a la universidad, ahora sí, démosle un cursito de filosofía para que digan que somos universidad, pero desde niños recibieron religión, desde niños les metieron un montón de miedos y mentiras ¿y qué podemos hacer con todo eso en un curso de filosofía?, no podemos hacer magia. Imagínense lo siguiente: recibir un primer curso de filosofía en la vida, es como estar recibiendo clases de primer grado cuando uno empieza a aprender a agarrar el lápiz para escribir, entonces, no podemos hacer maravillas para que los estudiantes salgan con una conciencia crítica, cuando se les ha mentido y moldeado el cerebro durante 19 años o más, ¡Ah!...pero hay que dar la imagen de que somos universidad, que ¡hasta cursos de filosofía damos! Y si a la par de eso, tenemos profesores que no cuestionan y no critican el statu quo en el que estamos “entonces cerremos y vamonós”. Antes que vociferar malas palabras, quedémonos sin palabras.
[5] Yo personalmente también tengo que -aunque quizás a una escala mucho inferior que el promedio- luchar contra este comportamiento adictivo. De repente, y como dijo el Chavo del 8 “sin querer queriendo” nos percatamos de que habíamos pasado 30 minutos viendo estupideces. ¿Saben ustedes, lo que es pasar 30 o 45 minutos viendo estupideces? Hagamos la contabilidad: pongamos 30 minutos al día, a la semana ¿cuántas horas serían?, ¿y al mes?, … ¿y al año? En el transcurso de tres años ya somos tarados. Solo imagínense el tiempo desperdiciado (por lo que sería bueno tener bajo la almohada De Brevitae Vitae de Séneca) o sea, imaginemos que esas horas las hubiéramos dedicado para aprender a tocar un instrumento, para pintar, para leer y escribir, para sembrar y cuidar flores, para pasear, para pasar más tiempo con nuestros seres queridos y nuestras mascotas, para meditar, y lo más importante, para pasar tiempo-consciente con nosotros mismos.
[6] Cuando les cuento esto a los más jóvenes, piensan que estoy inventando, porque ellos no lo vivieron. Por eso, cuando he presentado un libro de mi autoría o un libro de un amigo o colega, me parece patético el público cautivo que alimenta el autoengaño, también patético. En donde mediante el recurso al público cautivo se le quiere hacer pensar al diminuto público interesado, que la muchedumbre también está interesada en dicha actividad académica, artística o cultural. Es como cuando nos obligan a escuchar a los candidatos a la rectoría, o nos coaccionan para votar en la política universitaria, porque si no lo hacemos seremos castigados con un rebajo salarial. Farsa, autoengaño, hipocresía, doble moral, están a la orden del día. Antes que hablar para un público cautivo es preferible hacerlo para cuatro gatos. Dar clases es diferente, porque nos pagan por eso. Antes, se tenía que llegar temprano a los auditorios, si se quería encontrar sitio, porque de no ser así, terminaba uno sentándose en el piso. Todo eso sucedía. ¿Por qué? Porque eran otros profesores -mea culpa- y eran otros estudiantes.
[7] En los cursos desearía escuchar más oposición, que un estudiante me diga “Hey profe, yo no estoy de acuerdo con lo que dice el compañero, me parece que él hace una mala lectura del texto por tales y tales razones”, y el otro estudiante réplica: “Más bien me parece que es usted quien no entendió el texto, revise el capítulo x, y lea el párrafo z que dice…, y es más, si quiere se lo leo”, etc. Esa actitud crítica genera debate, ganas de seguir discutiendo y pensando, pero no se trata de decir siempre lo que uno piensa, es quizás más importante siempre “pensar lo que se dice”; pero no, no podemos decir nada porque entonces el compañero se va a enojar y va a creer que es un asunto personal. Digamos que todo el mundo cuestiona lo que uno dice, y tienen sus posturas críticas. Pensemos que sí, que están ahí en su cerebro cuestionándolo todo -pero para eso se necesita poner mucha atención- y la gente se dice a sí misma, “no estoy de acuerdo por esto y esto” ¡Pero no lo dicen, no lo manifiestan!. Luego preguntamos, ¿hay dudas, hay comentarios? Pero esas mentes ahí llenas de un montón de ideas callan. Se van sin nunca haber manifestado lo que pensaban. Finalmente, ¿por qué debe importarnos realmente lo que pensaban, si en ningún momento dieron a luz su pensamiento? Es como que no existieran, así de sencillo, aunque lamentable; pero la gente tiene miedo de hablar. Voz en off: “¿qué pasará si digo algo que va en contra de la moda, o de las cosas que en este momento nadie se atreve a cuestionar?”.
[8] Alguien llega y me dice: “sí, existen los ángeles y existen muchos tipos entre ellos”. Pero ¿cuáles son los argumentos si no hay pruebas? Y resulta que los argumentos me resultan sólidos y me convencen. Pues mañana mismo tendré una transformación, seré angeólogo (no angiólogo: médico especialista en las arterias), porque tuve una revelación mística religiosa gracias a esos argumentos poderosos, y solo de ángeles les voy a hablar, a como el “alcohólico anónimo” que ya saben de qué les habla.
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