ADIÓS A LA UNIVERSIDAD
- Víctor Manuel
- 18 sept
- 58 Min. de lectura

ADIÓS
A LA
UNIVERSIDAD
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Víctor Alvarado Dávila
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I. Autoengaño Universitario
Para entendernos[i], hablemos de “Universidad”, aunque no lo sea.
Acerca del término “Universidad”, mi postura y la postura de otros autores consiste en sostener que es una farsa. Sí. Es una farsa. Universidad, como signo de “universalidad”, es más precisamente una pretensión de universalidad y, en la universidad, eso es falso. Incluso, hay que cuestionar si moralmente le inspira al menos dicha “pretensión”.
Lo que sí es claro, es que en la universidad –por lo general– se reproduce o se gesta la visión de mundo occidental europea. Hay que decir que, aunque no somos europeos, sí somos occidentales. Sí, hemos sido criados con la visión del mundo occidental. Hablamos el castellano, no hablamos ninguna de las miles de lenguas que había en el continente, conocido hoy como americano (gracias a Vespucio).
¿Se estudian acaso en la universidad las lenguas indígenas de Costa Rica? No. ¿Hay indígenas estudiando en la Universidad? Muchos ni siquiera lo saben. Yo he tenido estudiantes indígenas de Costa Rica que hablan su propio idioma. ¿Se estudia su idioma? No se estudia. Pocos conocen esos idiomas y a la universidad realmente no le interesa, ¿qué se estudia? ¿Cuál es la lengua principal que se estudia? el inglés, el idioma del imperio; solo que se estudia el idioma del imperio para que les sirvamos al imperio, es decir, para que cuando vengan los gringos sepamos comunicarnos con ellos, ¿se dan cuenta? nosotros tenemos que aprender el lenguaje de ellos cuando ellos vengan acá. “¡Está legal!” –como se dice– si uno va a los Estados Unidos se aprende el inglés porque vamos para “gringolandia”, pero en cambio, la exigencia es que nosotros aprendamos el inglés para atenderlos a ellos, en nuestro país. “¡El Inglés es el idioma universal!” No. No es que sea el idioma universal, es el idioma del imperio, del que tiene mayor poder sobre el resto.
Esto es simplemente un brochazo de lo que podríamos empezar a cuestionar acerca de lo que entendemos por universidad; en ese sentido es una farsa.
Del Estatuto Monárquico
Volviendo a lo que nos atañe. Esta farsa. Este autoengaño institucional encuentra su asidero en el Estatuto Monárquico ¡Perdón, perdón! quise decir “Estatuto Orgánico”. Veremos si fue un lapsus. Podré seguir de gracioso, pero esto es muy serio. Mejor reír que llorar.
El Estatuto Orgánico le otorga un poder desmesurado a la rectoría, y luego la verticalidad continúa hacia las vicerrectorías, las direcciones de sede y de carrera, y las diversas coordinaciones, etc. Y lo que puede ser tan delicado como lo anterior es la posibilidad de una reelección inmediata, no solo de la rectoría, sino de muchas de las jefaturas universitarias. Este segundo punto es a todas luces “inconstitucional” y, si para algún jurista no lo es, al menos sí es inmoral. ¿Cómo se explica que la Constitución Política prohíba la reelección inmediata del presidente, mientras que en las universidades la reelección pueda ser inmediata? Algunos estirarán recurrir al principio de la autonomía universitaria, y, si es así, me manifiesto en contra de la autonomía universitaria que defienda esa práctica fuente de corrupción. Otros dirán que eso no es nada si recordamos que en las instituciones públicas es peor, porque en ellas se elige una vez y casi que de por vida a otras figuras que son igual o más importantes que las rectorías universitarias, a saber, los magistrados, y los directores de los diferentes ministerios del estado. Por su puesto que esto es peor aún, porque deja entrever que la “democracia representativa” es una farsa que, además de alejarse de la democracia ideal, pone en evidencia que lo que existe es una especie de oligarquía postmoderna con tintes monárquicos (por lo menos en las atribuciones que se le otorgan a ciertas jefaturas), acercándose así cada vez más a un gobierno Cleptocrático. Porque un partido político en particular –que todo el mundo conoce–, es quien ha raptado la democracia ciudadana al poner sus piezas principales en dichos ministerios, lo que significa que estos jefes tienen efectivamente más poder que el propio presidente, que ha de ser electo cada cuatro años.
Podemos estar de acuerdo en que la corrupción disimulada es más evidente fuera de las universidades que dentro de ellas, pero eso no otorga permiso moral para que el estatuto orgánico dé la posibilidad de una reelección inmediata a muchísimas de sus jefaturas.
Alguien preguntará por qué. ¿A estas alturas, será preciso dar una explicación? ¿En serio? Con una sonrisa diré que, la posibilidad de una reelección inmediata genera clientelismo en quienes están bajo su subordinación, y este servilismo afianza el poder, y el poder que crece se vuelve –obviamente– más poderoso. Es por eso que la jefatura que se quiera reelegir, más del 90% de las veces gana, e incluso, casi que no experimenta oposición verdadera, pues a veces escogen a otro de su propio grupo para dar la impresión de que existe un auténtico juego democrático, y, cuando es así, es precisamente un juego.
El “tinte monárquico” del que hablé, se entrevé en las atribuciones que otorga tanto la Constitución Política para que el presidente elija a discreción sus ministros, como el que otorga el Estatuto Orgánico para que la rectoría y algunas jefaturas lleven a cabo la toma de ciertas decisiones que bien deberían estar en mano de las asambleas colegiadas. La figura de la rectoría elije a discreción a sus vicerrectores. Y, la explicación de esto, que se quiere hacer pasar por una justificación (vocablo que se olvida tiene que ver con la justicia) radica (desde la óptica de quienes ostentan el poder) en que deben ser ‘puestos de confianza’; en que se debe creer que la elección remite a la mejor elección posible, cuando todos sabemos que lo que más juega es la deuda política, la amistad o la conveniencia.
De nuevo, este proceder es legal, porque tanto la constitución como el estatuto lo permiten, pero eso no lo convierte en un proceder necesariamente moral. El horror no está tanto en que la elección de los ministros o los vicerrectores presente la dificultad de coordinar con personas que no se conozcan, sino más bien, en que algunos de los elegidos mantengan una posición crítica a la autoridad. Es por eso que, la presidencia o la rectoría puede despedir cuando quiera a quienes ha nombrado. Visto desde arriba, esto resulta lo más cómodo para quienes gobiernan, y es por eso que la susodicha democracia representativa es un traje a la medida para las diversas jefaturas. Mas visto desde abajo, esta forma de gobierno atenta contra el ideal de una democracia más participativa
Por el contrario, la democracia representativa al interior de las rectorías universitarias afianza el poder, pero no el poder de la comunidad universitaria, sino el poder de las rectorías, y con esto fortalece la autoridad de las autoridades. Está irónica democracia representativa supone que se elija a un presidente o a un rector para que elija por los súbditos, bajo el presupuesto que es la mente más lúcida del momento para tomar las mejores decisiones apegadas a las exigencias, necesidades y circunstancias del presente en pos del futuro. ¿No se asemeja esto acaso a la lógica que abrigaba al poder monárquico? El Rey estaba tan cerca de Dios como el Papa. Mejor reír que llorar.
Elección dedocrática del personal
Para empezar, el abordaje del tema que sigue, podrá creerse que es un fenómeno que se padece en la universidad, precisamente porque aquí venimos hablando de esta institución, mas resulta que es un fenómeno que se padece en todas las instituciones públicas. Por dicha la crítica viene desde la universidad –que se supone es “la conciencia crítica de toda sociedad”–, donde toma conciencia de sus propios errores, carencias y pecados.
El papel aguanta lo que le pongan. Si los reglamentos establecen que la elección del personal se hará de una lista de elegibles, la gente termina creyendo que el personal de la institución se ha hecho de dicha manera. Los interinos recién llegados suponen que el Big Brother los ha elegido como tales y, no están lejos de dicha sospecha.
Cuando llega la elección de los nuevos profesores propietarios, debe salir el anuncio publicado en un “medio oficial”. Y los requisitos son tan cerrados que es claro que los puestos están hechos a la medida de una persona con nombres y apellidos. Eso todo el mundo lo sabe, pero debemos actuar como si no lo supiéramos. Y, si alguien no está de acuerdo con eso, debe presentar la denuncia. A ver, detengámonos en eso. ¡Todo el mundo lo sabe!, pero la contraloría no actúa por sí sola, aunque lo sepa. De igual manera, se actúa en las demás instituciones públicas, por ejemplo, las autoridades saben que los nuevos residentes millonarios a quienes les han entregado las costas guanacastecas en bandeja de oro, se apropian de las playas (prohibiendo o cobrando el acceso a quienes quieran disfrutar de ellas), por lo que pronto sucederá como en México que cercan hasta donde revientan las olas. Las autoridades lo saben, todo esto se viene denunciando año tras año de diferentes maneras, hoy día mediante las redes sociales. ¡Todo el mundo lo sabe!, pero las autoridades no actúan sin que alguien interponga una denuncia explícita poniendo no solo su nombre y apellido, sino también su cuerpo.
Estamos ante una actitud nefasta propia de un país corrupto y servil, pero, como es una actitud que se arrastra de generación en generación se ha transformado en una costumbre que se ha encarnado en la piel de los ciudadanos. En la universidad sucede lo mismo, y la complicidad se hace voluntaria o por coacción silenciosa implícita de la asamblea, sobre aquellos que lo ponen en evidencia.
Es común que los profesores propietarios de cada área, por ejemplo, del área de filosofía, no nos demos cuenta ni participemos en la elección de los nuevos profesores interinos de filosofía. No, esa decisión se toma desde arriba, mediante la autoridad burocrática de turno, autoridad que la mayoría de las veces no posee la autoridad profesional para hacerlo, porque no es lo mismo la autoridad burocrática que puede estar dada por ley, a la autoridad profesional; es algo así como la diferencia entre la razón de la autoridad frente a la autoridad de la razón. Es como si un profesor propietario de filosofía se arrogue la autoridad de escoger a los nuevos profesores de filología, historia, música, artes, etc., pasando por encima de aquellos que verdaderamente tienen la autoridad profesional para valorar a sus propios pares.
Estas prácticas inmorales, aunque puedan ser legales, son nefastas y antidemocráticas, reflejo enfermizo de una sociedad enferma, que ha enfermado la mente y los corazones de aquellos que deben poner los ojos precisamente en estos males, porque han de saber que, cualquier virus que salga de la universidad se propagará como una epidemia a toda la sociedad.
Si las universidades no están libres de corrupción, de dobles discursos morales, y de autoritarismo, no podemos esperar que la sociedad esté libre de estos males, porque resulta que los políticos de turno salen formados de estas universidades corruptas, inmorales y autoritarias.
Asimismo, el silencio de los profesores, seamos propietarios o interinos (especialmente los primeros) nos convierte en cómplices directos, porque las autoridades universitarias del pasado, del presente y del futuro, fueron, son y serán por siempre, reflejo de la comunidad universitaria en general, porque dichas autoridades de turno dejarán de serlo, puesto que volverán a las filas docentes[ii].
Congresos universitarios a puertas cerradas, para cocinar el menú esperado con los ingredientes deseados
En muchas latitudes se retoman los congresos universitarios. ¿Por qué? Porque ya no se puede seguir tapando el sol con un dedo, aunque se siga haciendo disimuladamente. Ya no se puede ocultar a la vista de nadie, la decadencia por la que transitan las instituciones universitarias, decadencia de la que han sido responsables. Bueno, al menos eso se espera de los congresos universitarios: que asuman su responsabilidad histórica sin recurrir a estratagemas de autoengaño institucional. Sin embargo, el panorama se oscurece cuando evidenciamos que la antigua práctica de tapar el sol con un dedo, se sigue haciendo con disimulo. Por ejemplo:
Con mucha anticipación se comunica que se celebrará un congreso, sin dar desde el inicio la fecha del congreso. Luego, transcurre un gran silencio, silencio acompañado del tiempo que pasa hasta el punto que la gente se olvida del susodicho congreso. Ya cumplieron con la obligatoriedad de hacer público el comunicado. Y, de repente, aparece de nuevo el anuncio indicando que faltan pocos días para entregar las propuestas de ponencias, recordando que ya pasó la fecha de inscripción como oyente; pues ahora, lo que puede importar es recabar más ponencias, pues no hay suficientes, porque con respecto a los oyentes, pareciera que, desde el inicio, ya se sabía a quién debería ser dirigido el congreso: a las autoridades universitarias actuales y sus representantes.
Es gracioso: Congresos universitarios a puertas cerradas, para cocinar el menú esperado con los ingredientes deseados[iii].
Quién haya creído que con su participación dejará un granito de arena para la mejora efectiva, puede que se lleve una sorpresa. Lo más triste es que las propuestas aprobadas no son determinantes, pues la aplicación y su efectividad, deberá pasar primero por la aprobación de las autoridades universitarias del momento.
Puntos suspensivos…Silencio. ¿Cómo dejar impresa la irónica carcajada que nadie escuchó luego de escribir ese párrafo anterior?
..Tos… Silencio. Ya estoy repuesto.
II. Humanidades y Decadencia
De la Crítica y la Discusión como necesidad Universitaria
Hay que resucitar lo que debe mover especialmente a la universidad, a los universitarios y a los profesores, y ¿sabemos qué es?: La discusión. Porque hay carencia de discusión, hay ausencia de crítica y, cuando uno hace críticas, muchas veces la gente toma esas críticas como cuestiones personales, cuando lo que se está atacando son las ideas, son los principios teóricos, son los puntos de partida, son los resultados o la interpretación de los hechos y no las personas. La Universidad del Siglo XXI ha olvidado esto, o es para ella secundario, cuando lo que se busca es la aprobación de lo ya cocinado por los Chef´s de turno. Se llama a eso pragmatismo universitario, es decir “hacer lo que nos piden los de arriba, aunque sea mal hecho”. La comunidad universitaria tiene miedo a discutir, y tiene miedo a discutir porque de esa discusión muchas veces se termina asumiendo que fue un asunto personal, cuando la intención era cuestionar ciertos fundamentos al interior de las prácticas universitarias.
En esta institución que se llama universidad, la cual no tiene ni una visión universal ni tampoco aspira a ella, tenemos a las humanidades, en donde los estudiantes vienen, estudian humanidades y ya. Pero ni siquiera sospechan –porque los mismos profesores no entran en eso– que puedan existir enfrentamientos teóricos al nivel de las disciplinas, acerca de las humanidades; pues en realidad, en otros tiempos, las universidades han sido sumamente criticadas, ¿y a qué responde? siempre responde a esa visión occidental de ver el mundo.
En los estudios generales, estamos en un período de decadencia, desde hace -podríamos decir- unos 15 años atrás.
Si nosotros no cambiamos cosas tan sencillas como el programa de guía académica o la manera como se discute la universidad, no habrá cambios positivos y significativos en nuestra vida social. Y para colmo, se exige, post pandemia, que los cursos de las humanidades sean de asistencia obligatoria, trayendo abajo la tradición histórica desde los orígenes de la creación de la escuela de estudios generales, en donde la mayoría de los cursos de humanidades no eran obligatorios, porque se apostaba al desarrollo de la responsabilidad intrínseca de los estudiantes no mediada por una nota de asistencia.
Antes se creía en incentivar que los estudiantes ansiaran asistir a los cursos de humanidades por una voluntad no coaccionada, pero actualmente, como la universidad ya no está capacitada para dicho estímulo, se ha recurrido a lo más fácil: a la autoridad, a la coacción, al castigo. Esto, han creído, solucionará el problema de la no asistencia y el abandono de los cursos, cuando más bien podrá actuar en su contra.
Si ahora, los estudiantes no están motivados por sí mismos para asistir a clases –por las razones que sean y de las cuales no podemos hablar en este espacio– resulta que la misma institucionalidad autoritaria se los pone más difícil.
Ahora bien, podemos preguntarnos ¿qué motiva a los estudios generales y a la universidad a imponer la obligatoriedad de asistencia a cursos que históricamente, desde sus inicios, no ha exigido dicha obligatoriedad? ¿Es acaso una preocupación por el estudiantado o una preocupación por los docentes?
Aunque la preocupación por la supervivencia de la clase docente sea válida, el recurso al facilismo autoritario no lo es, y menos aún, cuando actúa en su propia contra.
El panorama es bastante claro: Si los estudiantes, desertan de los cursos, esto será evidenciado en los resultados. Antes, los docentes tenían que lidiar con grupos de más de 40 estudiantes, y no es que esto esté disminuyendo en cada grupo. Lo que ha de suceder es que se cerrarán más grupos dejando sin trabajo a profesores interinos, para que los profesores propietarios sigan lidiando hasta la locura con más de 40 estudiantes[iv].
Así las cosas, se supone que la obligatoriedad en la asistencia resolverá un problema que se mantiene a oscuras. Pero, aunque fuera verdad, es contraproducente al espíritu libre del estudiantado. Esto significa que, si la preocupación es por los estudiantes, los estudios generales deben enfocarse en el incentivo, más dicho tipo de incentivo debe acomodarse a los nuevos tiempos y a las nuevas generaciones.
Lamentablemente, tampoco puedo ahondar aquí en el tipo de incentivo al que me refiero. Pero, sí es claro, que tal incentivo educativo ha de ser disruptivo frente la manera caduca y tradicional de la educación superior, mas eso implicaría un cuestionamiento crítico al posible marco teórico-epistemológico de la escuela de educación, que ha tenido la costumbre de oscilar como una bailarina desbocada, de un marco teórico a otro sin conciencia explicitada respecto a dónde quiere ir y qué busca conseguir (lo que también se refleja en la institución universitaria como un todo)[v].
Al interior de la universidad nos quejamos diciendo que la mayoría de los estudiantes de ahora no discuten, que no son críticos, que no leen ¿y saben qué?, eso es cierto[vi].
¿Y eso a qué se debe?: A la educación que han recibido. ¿Por qué? porque los estudiantes son reflejo de los profesores que han tenido, así de sencillo.
La responsabilidad no es un asunto solamente de los estudiantes sino también de los profesores que han tenido y de la educación embrutecedora que han heredado, o sea, desde la escuela se les moldea[vii].
¿Cómo es posible que no se atrevan a criticar la universidad? La universidad hay que criticarla, es casi que una obligación, hay que ponerla en crisis.
Bueno… yo entiendo, claro… porque hay aires de autoritarismo…
El profesor interino, digamos, puede sentir más miedo. Pero si uno es miedoso, uno seguirá siendo miedoso como interino y como propietario, esa es la verdad, pero obviamente no es lo mismo –moralmente hablando– ser sumiso y menguado como interino que como propietario; pero, uno puede hacer críticas más suavecitas, más sutiles, con sonrisa en los labios (y casi que pidiendo disculpas por decir lo que se piensa) …pero, uno las puede hacer.
Desde mi propia experiencia, que puede ser similar a la de muchos, noto un cambio grandísimo en los estudiantes. Para precisar, tengo más de 20 años de trabajar en la universidad y percibo los cambios de las generaciones de estudiantes, de los jóvenes, de la mentalidad, del ímpetu, de la energía, y entonces, veo y digo: ¡esto va de mal en peor!” cada vez es más patética esta situación y lo peor es que, al igual que la oveja negra que alertaba de la llegada del lobo, nadie pone atención a lo que se avecina, o muy pocos. Es lamentable, pero hay un cambio notorio, empezando por lo que todo el mundo constata: que la mayoría de la gente ya no lee, que por el contrario ese buen hábito ha sido sustituido por la mayor adicción del Siglo XXI, esa que no se tenía hace 10, 15 o 20 años atrás: la adicción a las pantallas, a los celulares, y estoy hablando de adicción, realmente es adicción. La adicción es una patología muy grave; ahora, esa adicción no solamente la experimentan los jóvenes, también los adultos la experimentamos[viii].
En definitiva, el mundo ha cambiado, y ha cambiado drásticamente. Los jóvenes ya no quieren esforzarse, creen que solo tienen derechos y no deberes. Hay muchos cambios que están sucediendo y la universidad no se escapa de eso. ¿Dónde están los congresos abiertos y las mesas redondas en donde hay discusión? Hace 20 años atrás -por lo menos- los auditorios –aunque suene a locura– se llenaban, y no es que los profesores llevaran a los estudiantes obligatoriamente[ix].
Había lo que se llama “comunidad universitaria”, la gente estaba interesada en todo. Y los docentes ¿en qué hemos convertido esta universidad? En una sombra, en una fábula de lo que fue.
Pero ¿al menos, se puede incentivar una actitud crítica?
Y no estoy hablando de los rectores de turno que nos mandan a la calle, o los presidentes que permiten la típica y falsa manifestación del 1 de mayo.
¡Cuidado!, cuando tenemos permiso para hacer un berrinche. Porque, cuando la rebelión es casi que obligatoria o tenemos permiso para ella, ese acto fríamente calculado no se llama rebeldía, se llama obediencia.
¿Por qué hemos de esperar tener el agua hasta el cuello para rebelarnos? ¿Es que acaso la falta de conciencia crítica no nos permite desnudar todo este panorama?
Retomemos la criticidad, retomemos la discusión, la cual ni siquiera se manifiesta entre los mismos estudiantes, es decir, los estudiantes no discuten[x] ni siquiera entre ellos (por lo menos no en clases)
Hace poco hablé con un profesor de psicología, acerca de lo peligroso que es cuestionar la ideología de género, porque es como prestarse para que le corten la cabeza. No creo que sea así, pero mucha gente lo siente así y enfrentarse a lo que está de moda trae sus repercusiones. Ese asunto de que sexualmente hoy alguien se siente de una manera y mañana se sienten de otra manera, y de repente, el fin de semana dice: “qué raro… veo un pedófilo frente a mi espejo”.
Raro. También es raro que no cuestionamos esas cosas medulares y ¿cómo es que no cuestionamos eso? Porque tenemos miedo de lo que piensen los demás de nosotros. Hay cosas que nos pasan por la cabeza, pero no nos atrevemos a gestar, a tirarlas ahí, ¿por qué? Porque muchas veces, también, no tenemos argumentos. Porque lo que pensamos es simplemente una creencia y ese es un grave problema.
–“Pero todo el mundo tiene creencias, todo el mundo puede pensar lo que quiera”. Mas no es ese el problema primordial.
El problema principal son los argumentos, o la ausencia de ellos. Es decir, uno puede pensar o creer lo que quiera, pero, filosóficamente hablando, a nadie le importa lo que atraviese nuestro ser, lo que importan son los argumentos[xi].
Finalmente, hay un miedo a la racionalidad. La racionalidad se está resquebrajando.
III. Deconstrucción Universitaria
Democracia forzada
En término vulgares, la idiosincrasia del país espera que todo ciudadano ejerza su derecho al voto, convirtiéndolo más bien en un deber al voto; porque todo país que se jacta de ser democrático sin realmente serlo, le tiene un pavor al abstencionismo, porque es, precisamente este recurso, quien cuestiona la manera como los gobiernos de turno se apropian del discurso democrático y por ende de la susodicha “democracia”.
A nivel país, no hay represión explícita y directa por no votar. En la universidad sí. Los propietarios universitarios tienen derecho a no votar, pero si no votan se les coacciona y se les castiga con una disminución del salario, es por eso, y no por otra razón, que el nivel del abstencionismo es muy bajo en la institución universitaria; lo que resulta paradójico, porque si bien se dice que la universidad es la conciencia crítica de la sociedad, dicho mecanismo político universitario tiene horror a que se ponga entre paréntesis la supuesta auténtica “democracia” universitaria como institución pública; es algo así como el terror que tiembla cuando al interior de la comunidad universitaria se experimenta una disminución paupérrima del sentido crítico, por lo que se lanzan todos los recursos educativos y psicológicos para supuestamente demostrar que el sentido crítico en los estudiantes y profesores no está por el suelo, sino que, por el contrario, ha sido salvado.
Cualquiera de dichos procederes de autoengaño colectivo, resultan sumamente peligrosos, es como hacerse de la vista gorda cuando nuestra enfermedad se empieza notar a los ojos de los demás: Nosotros, muy en el fondo, sabemos que estamos enfermos, pero no queremos aceptarlo, por lo que nos hacemos los tontos, recurrimos al autoengaño mientras le damos tiempo al cáncer para que se convierta en metástasis.
Partidismo Patético
La Universidad ha sido tomada. La democracia en la universidad compite con la democracia gubernamental (casi que reducida al ámbito del voto y a la pertenencia a los partidos políticos); ha empañado el papel del libre pensador, el cual se mueve especialmente en el entorno universitario.
A la mayoría de los universitarios se le hace muy difícil separar su papel de intelectuales del papel de ciudadano. Si planteamos una pregunta álgida y difícil, como, por ejemplo, “Si tenemos que elegir entre nuestro papel como ciudadano y nuestro papel como intelectual ¿cuál debemos priorizar? Sabemos que, en este contexto, todo intelectual es ciudadano, mas no todo ciudadano es intelectual. Lo que significa, en este caso, que el papel principal del ciudadano universitario consiste en su papel como intelectual[xii], así como el médico de debe primero a sus a sus pacientes y el ingeniero a la seguridad de sus estructuras, etc., y, en segundo lugar, a las necesidades del Estado, que son establecidas y puestas en marcha por los gobiernos de turno que, muchas veces van en contra de los ideales del estado de bienestar para todos (en donde se favorece únicamente a unos pequeños grupos, como a las empresas privadas nacionales e internacionales).
El panorama vivido en la comunidad universitaria es un reflejo en pequeño, de lo que pasa en el país. A nivel país, seguimos siendo muy primitivos. Se continúa viendo el mundo de manera polarizada: Liberacionistas o de la oposición, católicos o evangélicos, saprissistas o liguistas.
¡Patético, ¿no?
Cualquier acción o propuesta, aunque sea buena –y nos beneficie a todos–, si viene de nuestros opositores, hay que buscar la manera de obstaculizarla.
La manera partidista de ver el mundo es uno de los principales cánceres sociales, por lo que también ha infectado a la comunidad universitaria; de ahí que no es reciente que los partidos políticos nacionales funcionen al interior de la comunidad universitaria desde hace muchas décadas, lo que supone, no solo el ocaso del libre pensamiento, sino también el afianzamiento del servilismo, del clientelismo, y del autoritarismo, cuando determinado partido político se instaura en las rectorías universitarias, lo que conlleva muchas veces al acoso laboral y a la represión.
Cuando un profesor universitario se adhiere o pertenece a un partido político, su capacidad y sentido crítico se pone en riesgo, porque verá el mundo desde la óptica del partido político al que se adhirió; es algo así como cuando se pertenece a una religión x, cuya característica esencial es el dogmatismo, sea la religión que sea, y es claro que cualquier tipo de dogmatismo, sea religioso o político, carcome cualquier sentido crítico y cualquier libre pensamiento.
Pues bien, muchísimos profesores ven el mundo desde su prisma partidista. Y es quizás este elemento, el germen del cáncer universitario.
Por el contrario, el libre pensador debe aspirar a cuestionarlo todo, a cuestionar libremente la situación nacional, regional y global, así como la situación al interior del entorno universitario. Solo así se podrá acercar al ideal de objetividad al que aspira.
Si el pensar y el actuar del profesor universitario está mediado por los intereses de partido, se traiciona así el espíritu universitario, porque ni siquiera se verá como una necesidad urgente la purga por eliminar dicha óptica de intereses mediados, sino que, por el contrario, verá dicho proceder como algo natural, que responde a una especie de egoísmo intrínseco.
De tal manera, la supuesta crítica subyacente en la opinión de los docentes, se escapa a cualquier argumentación racional, limpia de otros intereses mezquinos, por lo que, sigue siendo una opinión acrítica, lejos de una auténtica argumentación.
Al no salir de dicho pantano, cualquier sentido o pensamiento crítico es imposible, lo que significa que, sin solventar esta situación, el mal canceroso universitario está lejos de ser erradicado y, lo que, es más, es posible que entremos en un periodo de metástasis que llevará a la aniquilación de lo que en la actualidad y predominantemente se entiende por “universidad”.
Ante este panorama, puede que algo distinto surja, aunque lleve el mismo vocablo “universidad”, pero que heredará los genes del mismo virus.
Ojalá sólo unas pocas enfermedades aquejaran a la universidad, pero ya vemos que son muchas.
Universidad Enferma
Desde antes del arribo de la Pandemia del COVID, ya se veía acercarse una voluntad Autoritaria -cual ola que crece al estilo de Okusai- al interior de las políticas de gobierno nacional, como al interior de la estructura y el sistema de las políticas universitarias. Pasada la Pandemia, hoy surfeamos en las indiferentes aguas tumultuosas de una universidad politizada, desordenada, burocratizada y poco amigable; entregada al discurso y a los intereses globales de capital, gestados por las políticas al interior de la homogeneización de la educación superior.
Aunque en la Universidad existe en las periferias un discurso crítico de tales políticas, al interior de sus prácticas la Universidad actúa en contra de ellas. Lo que se evidencia en un discurso que da por sentado ciertos presupuestos, como, por ejemplo, lo atinente al susodicho "Desarrollo" y sus sucedáneos (Desarrollo sostenible, desarrollo amigable con el ambiente, etc.) De igual manera, lo atinente al discurso de "Descentralización" y "Regionalización" que, si funciona, solo funciona en el texto, en la teoría.
Se ha dado también una pérdida de la actitud crítica real. Las decisiones cada vez son más diametrales, amparadas en la cuestionable "Democracia Representativa" que más bien atenta con la utopía democrática al interior de la comunidad universitaria.
Claro resulta que la visión de desarrollo a la que apunta la universidad, es poco crítica, o, mejor dicho, es servil a los intereses de desarrollo de las políticas globales internacionales. La universidad, se ha montado en el tren del “desarrollo global”, movida por el horror de quedarse atrás. Ha firmado la carta magna universitaria. Se ha creído el discurso de la globalización de la educación. Por lo que se ha encaminado a la estandarización y homogeneización de las carreras, de los planes de estudio, los títulos, las acreditaciones, las políticas de intercambio internacional entre docentes y estudiantes, y se enorgullece por subir en los rankings internacionales entre las “mejores universidades” por obedecer las políticas educativas que voluntariamente ha firmado. Y lo más alarmante aún, es haber aceptado los préstamos del Banco Mundial aún a sabiendas de lo que eso implica.
En síntesis, si una institución sin “fines de lucro” no puede pagar a tiempo sus deudas –lo que es muy probable– se les “perdona” su atraso si entregan su soberanía y autonomía, mediante la aceptación de las nuevas “políticas educativas globales”: readaptación a las “nuevas necesidades”, a los “nuevos tiempos”.
El “Desarrollo neoliberal” de la Universidad actual nos aventura a visualizarla a 10 años plazos como una especie de desastre en amplias esferas. Y tras de eso, hay un hecho contundente que ni siquiera se toma en cuenta y que tampoco las universidades en el mundo se han dado a la tarea de estudiar seriamente. Se trata del efecto pandemia.
El efecto pandemia se da en la mayoría de las esferas de la civilización moderna, occidental y oriental. Pero aquí solo precisaría referirse superficialmente a la esfera educativa superior.
La gente quedó harta de la pandemia. Nadie quiere hablar de ella. Ni siquiera pensarla. Y mucho menos, problematizar su efecto mediante simposios, charlas, mesas redondas, libros, etc. Y su abordaje ha sido somero y muy por la superficie. Parece que solo pasamos de la presencialidad a la virtualidad y de nuevo a la presencialidad. Parece que solo hubo un cambio de método. Mas la situación de pandemia agudizó lo ya patente: la individualidad, la indiferencia y el egoísmo; y entramos a la nueva situación de presencialidad con un rebosamiento de todo ello.
Por otro lado, la situación de pandemia improvisó prácticas institucionales que resultaron cómodas y que, luego entrada en la presencialidad, se han continuado gestando precisamente por su comodidad. Los docentes nos acostumbramos a las reuniones virtuales en las que muchas veces asistíamos de mentirillas mientras hacíamos otras cosas. Sin poner mucha atención a los temas que se discutían, aprobamos sin reflexión y crítica alguna, disposiciones que venían cocinadas desde arriba y que solo necesitaban de un simple voto virtual. Y, por otro lado, las autoridades veían todo ello como una vía fácil para “avanzar”, algo así como cuando sube la gasolina y la canasta básica en tiempos en que los ciudadanos están enajenados sumergidos en las festividades religiosas o políticas, en sus fiestas cívicas y en los campeonatos de fútbol.
Si bien la ciudadanía estaba acostumbrada a la obediencia acrítica, el efecto pandemia reforzó la obediencia en los ciudadanos y la voluntad autoritaria en las autoridades universitarias. El confort se da en ambas vías.
Asimismo, aunque antes de la pandemia, la democracia –o lo que se cree de ella– se venía resquebrajando gracias a la susodicha “democracia representativa”, el efecto pandemia la hace más patética y alejada de un ideal de democracia decente y aceptable. Tal es así que la creencia en que la democracia universitaria se refleja mediante el voto, se coacciona a sus propietarios a que voten, eliminando casi a la fuerza la posibilidad de abstencionismo. Se le tiene horror al abstencionismo porque es el que verdaderamente atenta contra la democracia ficticia; no vaya a ser que se evidencie que nadie cree en dicha ficción.
El abstencionismo es importante para toda institución que se cree democrática, porque es un síntoma de enfermedad. ¿Qué pasaría si los síntomas de enfermedad no existieran o no quisiéramos hacer caso de ellos? Simplemente la gente caería muerta en los caños.
En materia de institución que brinda títulos universitarios, puede que la cantidad de títulos disminuyan y esto porque cada vez hay menos matrícula, hay menos estudiantes y hay más deserción paulatina con el tiempo. Desde hace una década ha sido así, pero ahora la situación se agudiza.
Docentes interinos ven que disminuyen sus posibilidades de supervivencia en la institución universitaria que los desangra con bajos salarios, con aumento en el control autoritario, con la ausencia de estímulo realmente efectivo, con disminución en sus condiciones de trabajo, con aumento en años de trabajo y cotización para pensiones que desde ya están amenazadas de no existir, permanecen en ella porque simplemente no ven mejores condiciones de supervivencia.
Inmersos en una desafección profunda estarán dispuestos a regalar las notas (y por ende los títulos) incluso a estudiantes fantasmas, con tal de que no disminuya la cantidad de estudiantes inscritos en sus clases para que no les cierren sus cursos y no terminen en la calle taxiando con un automóvil eléctrico que les financió la misma institución donde trabajan.
Antes de la situación de pandemia, se hicieron factibles los préstamos del Banco Mundial para la construcción de varios edificios, “previendo”, supuestamente, un crecimiento en las universidades públicas, aún a sabiendas del rebajo paulatino de los gobiernos de turno al presupuesto a la educación.
Llegó la pandemia: Caos.
Se volvió a las aulas: Disminución y deserción de estudiantes es la tendencia, y en algunos casos, hasta ahora se están empezando las construcciones que se aprobaron años atrás. El panorama puede que apunte a universidades con pocos estudiantes y profesores, pero con gigantescas estructuras fantasmas que se deteriorarán porque no habrá presupuesto para mantenimiento.
Esto es parte del pronóstico a 10 años plazo de este “desarrollo liberal-real” en la universidad. Mas como no me interesa seguir ahondando en lo obvio, por inevitable, termino diciendo lo siguiente:
Si se piensa en base a lo ideal, obviamente, al susodicho “desarrollo” no solo hay que cambiarle su significado, sino también, acuñar otro mejor término que, bien podría ser “devenir”, el cual no arrastra un trasfondo ideológico o moral. O quizás, explicitar más lo que se entiende por “desarrollo”, y es esto lo que siempre se ha intencionado ocultar, pues no se habla de “Desarrollo Liberal” o de “Desarrollo Socialista”. Ningún “Desarrollo” per se, incluye o excluye a todos, es decir, que no existe tal “Desarrollo” sin su apellido, lo cual es importante para saber de qué estamos hablamos o a qué nos estamos refiriendo. Si no fuera eso importante, tampoco sería necesario que cada uno de nosotros llevara apellidos.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre o bien darle un nombre para identificarlo, aunque dicho apellido sea contrario a la realidad, como el caso de los partidos políticos a los que se les puede dar el nombre que quiera, aunque no respondan realmente a eso.
Así las cosas, para entendernos o para darme a entender, hablaré idealmente de un “Desarrollo Ideal” (pues aún no quiero improvisar un apellido sin antes una debida meditación, cosa en la que en este momento no tengo tiempo para gastar).
El “Desarrollo Ideal” (frente al “Desarrollo Liberal” en el que está inmersa la Universidad), es casi que imposible. Para ello tendría que empezar por discutirse críticamente el “sagrado” Estatuto Orgánico. Mas dicha discusión ha de ser auténticamente democrática y que incluya verdaderamente a toda la comunidad universitaria, pero para que eso sea efectivo, los resultados no se logran de la noche a la mañana mediante un “Congreso Universitario”, en donde sus memorias guardarán polvo por años.
Quizás, la única forma posible es mediante una práctica constante de apertura crítica a la discusión. Pero hoy más que nunca, la Universidad está muy lejos de propiciar una efectiva realización. Eso implicaría también sacrificar la docencia[xiii], en favor de la inexistente Acción Comunitaria (eje que no se incluye en la Acción Social). Y esto sólo sería posible, si hay modificación de la actual concepción de docencia, para incluir dentro de ella la acción comunitaria, es decir, que parte del papel de los docentes sea dedicarle tiempo laboral a las mesas redondas, conferencias, simposios, etc.
Para que se modifique el Estatuto Orgánico, se le debe primero discutir, y para discutirlo se le debe primero conocer en sus implicaciones, y las ganas de conocerlo solo puede ser estimulado si existe una comunidad universitaria activa, en donde los universitarios deseen asistir a las mesas redondas, etc., movidos por el simple deseo gratuito de aprender, como cuando las personas desean ir a un concierto o actividad cultural sin que medie recompensa o castigo por no asistir.
Luego de un interés por conocer, discutir y modificar el Estatuto Orgánico, ha de estar el interés por discutir la Universidad que tenemos y la Universidad que deseamos, lo que no sería tan difícil, instaurado ya un quehacer sólido y necesario por el conocimiento y la discusión, mediante las actividades antes mencionadas.
A su vez, es imprescindible la necesidad por “conocer el conocer”, es decir, la necesidad de conocer qué debemos entender por “conocimiento”, o cuál es el tipo de “deseo de conocimiento” al que debe aspirar la futura universidad. Y quizás podemos decir que uno de los graves problemas en los que está inmersa la universidad, radica en una “crisis existencial epistemológica”, en donde se ha puesto el énfasis en una epistemológica dirigida, altamente controlada y poco eficiente, olvidando que el auténtico conocimiento que se sostiene y se arraiga es el conocimiento que es interesado, cuya fuente está en el interés intrínseco de aquél que desea conocer porque le place, sin mira exclusiva a un fin, es decir, cuando la acción de conocer se ve a sí misma como medio, siendo a sí misma su propio fin.
Solo mediante un cambio de actitud existencial en lo que respecta al conocimiento y a la manera de adquirirlo, de contrastarlo, de ponerlo a prueba y de afianzarlo, podríamos aventurarnos a imaginar una nueva universidad verdaderamente libre, comprometida y responsable, y por ende sólida.
Personalmente, el ideal de universidad que concibo. Implica primero la defensa de su propia autonomía, y se trata de una verdadera autonomía, no solo respecto a los intereses de los gobiernos de turno, sino también a la incidencia de las políticas universitarias internacionales, por lo que la universidad debería:
Sembrar la necesidad de discusión y crítica al interior de sí misma, como pilar fundamental de la comunidad universitaria.
Fusionar la acción social y la investigación con la docencia.
Liberar sus ataduras epistemológicas para que los científicos innoven conforme a las necesidades intrínsecas de las regiones.
Adaptarse –en términos pedagógicos– a la era de la “inteligencia artificial”.
Renunciar a seguir inscrita a las políticas universitarias globales.
Renunciar a depender moralmente de los rankings internacionales de las supuestas “mejores universidades del mundo” (que son tales por la obediencia a acercarse a los estándares gestados por las universidades económicamente más poderosas, y por la incidencia del BM y el FMI, etc., en las políticas educativas).
Transuniversidad
Uno de los problemas medulares en toda “institución universitaria” radica en la visión política de mundo que, implícita o explícitamente sostiene y exterioriza.
Grave sería suponer que lo que actualmente se entienda por “Política” incluya la visión filosófica, cuando es precisamente lo contrario. Es más, lo que se podría entender actualmente por “política” está muy alejado de su concepción filosófica originaria (en textos tan antiguos como “La Política” de Aristóteles). La “política” actual responde a un accionar tendiente al “desarrollo” y a un desarrollo que solo es liberador, sostenible y justo en el papel, en su retórica.
O, dicho de otra manera, el grave problema radica en la "visión de desarrollo" que incluso se reproduce en el discurso institucional universitario, olvidando o ignorando que ni siquiera el uso de los términos es gratuito, ya que el vocablo "desarrollo" ha sido acuñado por la ideología política liberal o neoliberal.
Por otro lado, suponiendo la ingenuidad en el uso de los términos, lo primero que hay que decir, es que dicho "desarrollo" no debe responder a las necesidades de las políticas neoliberales, en las que la universidad se ha inscrito sin meditado cuestionamiento, al aceptar las premisas de la globalización y los dictados de los tratados internacionales que ha firmado (como la Carta Magna Universitaria que busca homogeneizar la educación y estandarizar los planes de estudio y las carreras, olvidando las situaciones específicas de cada región).
Así las cosas, para alcanzar el ideal de transuniversidad, éste se lograría si:
Se incluye una reflexión crítica sobre la función ética y social de cada curso al interior de sus carreras. Es decir, que las humanidades estén siempre presentes en cada uno de los cursos. Pero para ello, es menester un cambio en la manera como se “pragmatizan” las humanidades.
2. Menester será que la acción social y la investigación dejen de funcionar separadamente. Es decir, actualmente, un docente puede hacer investigación si desea subir de categoría académica, y hará oficialmente acción social si tiene un proyecto inscrito. Mas la propuesta consiste en que parte del curso se divida en una actividad de impacto social y un tiempo de al menos de 3 lecciones que se dediquen a investigación, en donde una 4ta semana sea para presentar a los estudiantes y a la comunidad universitaria los resultados de dicha investigación. Es obvio que la preocupación mezquina y limitada de ese ente abstracto que es el contratante y que se conoce como Universidad esté “preocupada” (¿?) por saber en qué se ocuparían los estudiantes durante esas tres semanas. Pues bien, pueden ocuparse en la lectura y en la asimilación de la misma, en contraste con otras actividades académicas, tales como, análisis de documentales, películas y libros y en la elaboración de un trabajo de evaluación. La educación, la pedagogía y la metodología de la educación debe cambiar apuntando a la asimilación, lo que constituye el verdadero aprendizaje, en contraposición a la actual “política educativa” que, más bien, apuesta a la acumulación de contenidos que, por exceso, no se logran asimilar adecuadamente.
3. La Inteligencia Artificial que, actualmente está en pañales, debe ponerse al servicio del conocimiento interesado, pero el docente debe cerrar las puertas al estudiantado que, abusando de la IA realice trampa. Se deberá volver a las presentaciones, exposiciones, mesas redondas, etc., (preferiblemente no virtuales) sacrificando la entrega de trabajos escritos, lo que puede que incluya a las tradicionales tesis de graduación.
4. En el ámbito político y económico, al interior del posicionamiento universitario, urgente y necesaria se hace la negación del accionar tendiente a la visión de desarrollo neoliberal, así como la desmitificación de dicho discurso.
El discurso neo-liberal de desarrollo económico; “desarrollo económico” que es imposible de alcanzar sin haberse subido de previo al tren de la globalización (que se mueve encima de los rieles puestos por los países más poderosos del mundo) se debe desmitificar. Porque una mejor forma de práctica económica de con-vivencia para nosotros, sí es posible. Pero dicha práctica no es rentable para el tipo de “desarrollo económico” que sólo sirve a los países más poderosos.
No sólo los medios de difusión se han encargado de difundir la mentira neoliberal que se ha convertido en una “verdad” sentida por repetición, sino que al mismo tiempo ha sido puesta en boca de los titulados de las universidades que se acoplan y reproducen el discurso de poder de los grupos más poderosos. No obstante, referirme más en detalle a lo que sigue, no será posible, no solo por falta de tiempo, sino más bien porque me abriga un sentimiento de impotencia y de “pérdida de tiempo”. No creo que esto sea leído, y si lo es, siento que no será tomado en cuenta como lo que hasta el momento he venido diciendo y repitiendo por años. El problema no es tanto la desafección, sino el por qué, de dónde viene, cuáles son sus causas. Quizás, la universidad ya llegó muy tarde a toda esta preocupación. Si es que llegó. Inmersos en esta situación global, ser optimista es un síntoma de ignorancia o ingenuidad. Y, sin embargo, lo único a lo que jamás debemos renunciar es a la resistencia o a la rebeldía, aunque sea absurda.
5. Se debe denunciar y renunciar a las políticas universitarias globales, porque de no ser así, todo lo anterior será baladí e imposible de conseguir. Por lo que antes de la renuncia se ocupa de una convicción por parte de la comunidad universitaria; y aún más, para que exista dicha convicción es necesaria previamente una estructura que permita efectivamente la crítica y la discusión de las políticas universitarias a través de actividades como las ya dichas: congresos, simposios, mesas redondas, etc., abiertas libremente a toda la comunidad universitaria. De esta manera, puede que la estructura se active. Pero para que dicha estructura pueda activarse, es menester una conciencia por parte de la comunidad universitaria, pero como la comunidad universitaria cada vez es más indiferente, ignorante y obediente; pareciera que sólo mediante el accionar de las “autoridades políticas universitarias” (aprovechando la moral de obediencia que mueve a la comunidad universitaria) podría activarse dicha estructura organizativa. Lo lamentable, es que las autoridades políticas universitarias también padecen el virus de la indiferencia, la ignorancia y la obediencia. En este caso, o hay ignorancia o hay conocimiento. Si hay conocimiento, este conocimiento sería cínico o maquiavélico, lo que confirma a su vez la indiferencia. Respecto a la obediencia, puede que se dé también por ignorancia o baja autoestima. O imitamos por carecer de autonomía (como siervos menguados) a los “hermanos mayores”, o siguiendo el camino marcado por las universidades más poderosas, nos replegamos a las relaciones de poder y control impuestas por los estados más fuertes.
Se debe romper con la globalización de la universidad. Porque romper con las políticas universitarias de la globalización da libertad. Seguir como firmantes de estos tratados internacionales, significa seguir bailando el vals con la música y los cánones de la voluntad impuesta por las universidades más poderosas, que no casualmente coinciden en su origen con los países más poderosos del mundo.
6. Se debe renunciar a la moral de los rankings internacionales. La renuncia moral a los rankings internacionales de las supuestas “mejores universidades del mundo”; implica que, los auténticos estándares a los que debe aspirar una universidad son los construidos de manera autónoma al interior de sí misma, mediante una continua discusión, reflexión y crítica de sus propias aspiraciones. Ya es tiempo de abandonar la edad infantil de la obediencia y de asumir la edad adulta de la libertad, la responsabilidad y el compromiso.
7. Se deben romper las ataduras epistemológicas. Y esto es también muy difícil, porque existe un elemento subjetivo interiorizado que condiciona la famosa “objetividad" del científico. Si bien la situación de las universidades o de las comunidades universitarias de América Latina, padecen de un problema de autoestima o de sentimiento de inferioridad, algunos pocos, sí tienen fe en sus científicos y pensadores. Podrá sorprender llevar síntomas individuales a ámbitos más generales, pero también es obvio reconocer que, si hay 10 cobardes, estos 10 cobardes unidos conformarán un grupo de cobardes. Por lo que, si la mayoría de los individuos que conforman una comunidad universitaria no se manifiestan individualmente, y no son personas críticas individualmente hablando, no lo serán tampoco en grupo. Podrán convertirse en hienas o pirañas en grupo, pero siempre necesitarán de un Cristo dispuesto a “dar su vida” por ellos e incluso dispuesto a perdonarlos cuando no sepan lo que hagan.
Si en América Latina los miembros (de manera individual) de las comunidades universitarias arrastran una baja autoestima o un sentimiento de inferioridad al momento de compararse con sus “pares” de las “universidades más prestigiosas del mundo”, es obvio que agrupados sudarán en grupo su baja autoestima y su inferioridad. Lo que se manifiesta en no creerse capaces de fabricar para su país, sus propios automóviles, sus propios electrodomésticos, sus propias bombillas, etc., etc. Aquí estamos frente a un problema de mentalidad, por lo que es necesario un cambio de la misma, pero volvemos a lo mismo, eso será posible sólo si hay un cambio en la educación y en la visión de mundo, pero para esto es necesario primero una crisis, es decir, una crítica, una discusión y una reflexión profunda. Y es aquí cuando la filosofía es necesaria, pero no la filosofía monopolizada por la academia universitaria, indiferente al acontecer de los tiempos. Se necesita de una acción filosófica disruptiva.
III. Las Escuelas de Filosofía o del confort del Tibet
Siguiendo la estructura del I Ching:
Imagen:
Filósofo siembra semilla
en medio de la ciudad.
Se retira a la gran montaña
Le cuidan, le alimentan.
Sonríe y duerme
Los acercamientos al universo filosófico son muy diversos, así como los motivos que llevan a cursar la carrera de filosofía.
En primer lugar, muchas veces se confunde “la filosofía” con las “escuelas de filosofía”; he ahí el primer equívoco. Sin embargo, eso es casi que un asunto natural, porque la mayoría de los primerizos no tienen ningún guía que los oriente respecto a dichas distinciones. Incluso, podemos decir que los “guías institucionales” son poco comprometidos o indiferentes, fruto del resquebrajamiento de la academia universitaria.
En las universidades (que, históricamente se apropiaron de manera simbólica e institucional de “la filosofía) es poco frecuente que se problematice la distinción entre filosofía y las carreras de filosofía. Es más, parece que ni siquiera se ve alguna diferencia, por lo que la mayoría de los profesionales en filosofía no notan diferencia alguna entre filosofía y filosofía académica.
Los motivos que conduce a los primerizos a llevar la carrera de filosofía pueden ser muchos. En mi caso, fue debido a una “crisis existencial” profunda; tan profunda que parte de ella aún punza. Y, a pesar de que empecé a leer filosofía desde joven, mi ignorancia era basta con respecto a la formación –o deformación– con la que me iba a topar.
Debido a mis intereses juveniles sobre “misterios” (como los fenómenos paranormales, el triángulo de las Bermudas, las Pirámides, la Reencarnación y la Atlántida, etc.), me encontré en la biblioteca de mis padres con las obras completas de Platón, siendo, lo único que me interesaba, el relato de la Atlántida; mas como el misterio no se revelaba en su plenitud, seguí buscando las respuestas a mis dudas leyendo el resto de los diálogos. No sabía quién era Sócrates y, como Platón no aparecía casi nunca en los diálogos, no me preocupé por saber quién era. Y, respecto al prólogo, no lo leí sino años después, cuando cursaba la carrera de filosofía.
De una u otra manera me fui permeando del discurrir filosófico, pero como mi interés primero se refería a responder unas preguntas específicas, fueron pocos diálogos que dejaron alguna huella en mí, tales como La República (siendo para mí Trasímaco el personaje más interesante), el Banquete y el Teeteto, y aquellas partes que creí entender del Timeo. Mas si actualmente me dan a escoger entre Platón y Aristóteles, prefiero a este último.
Contemporáneamente hablando estaba mi interés por el asunto de Dios y el Alma. Obviamente. Con toda la formación cristiana, ¿qué se podría esperar?
Pues bien, el menor de mis tíos, matemático, era mi único guía respecto a mis intereses de juventud. Y, habiendo él leído las Meditaciones Metafísicas, y reconociendo mi interés por esos temas me recomendó leyera la IV parte, donde Descartes pretendía demostrar la existencia de Dios y el Alma. No convencido, leí el Discurso del Método. Y ambas obras creí entenderlas bastante bien. Incluso, al día de hoy considero que la pluma de Descartes es una de las “corteses”, en la medida en que tuvo la cortesía por darse a entender, o quizás deba darle mérito a la traducción al español. Interesante recordar que dichas obras Descartes no las escribió en latín, sino en francés.
Caso contrario fue Kant con sus “Críticas”, mas no con sus obras menores como la Metafísica de las costumbres, la Paz Perpetua y la Estética Trascendental, en donde, leyendo a éstas, uno se pregunta: ¿cómo gozando Kant de una buena pluma se empeñó en sus “Críticas” por no ser entendido?
Sé que hay algo de broma en todo ello, pero también hay algo de seriedad
Volviendo a la comprensión o al disfrute de las obras de Descartes, hoy reconozco que se debió en gran parte por no saber que era un filósofo que se estudiaba en la universidad. Incluso, debo admitir que para mí un filósofo era alguien que simplemente hacía preguntas, respondía alguna y continuaba con más preguntas. El filósofo era alguien que terminaba por enredarlo más a uno.
Si yo hubiese sabido que un filósofo era alguien muy serio, respetado y profundo, y que se estudiaba en la universidad, es probable que les hubiera entrado a esos textos con el prejuicio de no poder entenderlo porque eran palabras muy profundas que venían de un filósofo. Por suerte, creo, leí esas obras sin pre-juicios, con naturalidad. Tal es así que actualmente creo que lo que entendí de ellas se debió principalmente al disfrute y al deseo de conocer algo que me interesaba.
Ya en cuarto año de colegio me acerqué a la filosofía a través de una pequeña historia de la filosofía. Y, gracias a un compañero[xiv] de clases (hijo de refugiados salvadoreños) que me obsequió el Manifiesto Comunista, me sentí comunista durante tres años, hasta que leí a Nietzsche.
Sin embargo, no había cursos de Nietzsche para los alumnos principiantes de filosofía; pero gracias a mi amistad con cuatro estudiantes avanzados de filosofía, puede asistir de oyente al Seminario sobre Nietzsche.
Y no es que no hubiese otros cursos interesantes para mí en la escuela de filosofía, pero lo cierto del caso es que abundaban los cursos sobre “los santos”[xv].
¡Patético, ¿no? Bajo el supuesto de conocer todas las posiciones filosóficas, nos atiborraban de escolástica y patrística, sacrificando a los auténticos filósofos que no partían de dogmas religiosos.
A pesar de la disciplina escolástica y del nivel de seriedad y de erudición de estos doctos –lo que aquí no está en cuestión– era sutil y subterránea la formación “filosófica” de la academia de filosofía.
Y, como a estas alturas de lo que se trata es de tomar partido y no poner en el mismo saco a todos los pensadores, me niego rotundamente a considerar filósofos a estos “Santos” por el simple hecho de no ser liberados en su “filosofar” del dogma religioso de fe que obstaculiza la razón. Si alguien quiere buscar mi dogma, éste lo es.
*
La teología escolástica, fruto de la edad media, que atentó y amenazó explícita o implícitamente a filósofos como Bruno, Galileo, Descartes y Spinoza, etc., debería ser erradicada de los planes de estudios profundos en las carreras universitarias públicas de filosofía.
Si bien Giordano Bruno era un monje católico; Descartes un filósofo necesitado por dotar a sus creencias de racionalidad; Galileo un filósofo de la naturaleza que se encontraba frente a las exigencias empíricas; Spinoza un autor que repitió en sus obras el vocablo “Dios”; Newton un filósofo de la naturaleza con deslices místicos religiosos; todos ellos condicionados por la formación religiosa de la época (¡y qué decir de Platón, el antiguo que creía en la Metempsicosis!), etc.,...y más cercanos a nuestro tiempo, un Kierkegaard y un Unamuno, etc., etc.; todos ellos luchaban por conciliar sus creencias religiosas a las exigencias racionales del quehacer filosófico. Sufrían –por así decirlo– por lograr una conciliación que no lograron, al menos que fuera ficticia. Pero fue este sufrimiento, o más propiamente ésta angustia, lo que les acercaba más a la filosofía que al dogma. Y, a pesar de no alcanzar la madurez filosófica (por no poder destetarse del seno religioso y de la leche de la fe eterna); al no lograr la plena libertad que se experimenta al percatarse que estamos finalmente solos; que la vida es dolor, efímera y finita, y que estamos “arrojados en el mundo”; solos al fin y al cabo con nosotros mismos cuando estemos al lecho de muerte; esa angustia y ese sufrimiento de fatalidad de lo irremediable, los convirtió en filósofos aunque no hayan podido “atravesar la otra orilla”.
Pero los “Santos”, esos teólogos canonizados actuaban de mala fe; su intención fue siempre dar la apariencia de racionalidad. Su estratagema íntima era llegar fuera como fuera a la conclusión de su principio de fe.
No se trata de prohibir el conocimiento de sus posturas, pero sí, de no propiciarlas.
Si un estudiante de filosofía añora el incienso de los seminarios religiosos, amparado por su nostalgia de no poder haber asumido la vida religiosa de los “hábitos”, desea estudiar a estos defensores de la fe y de los ángeles, ¡adelante! ¡hay que permitírselo!, para que ponga al descubierto sus “argumentos racionales”.
Deconstrucción de las Escuelas de Filosofía
Si de momento no es posible la existencia de centros de estudio filosóficos, independientes de la orientación universitaria pública, al menos se podría venturar una deconstrucción en las escuelas de filosofía.
Inmersos y condicionados por la estructura universitaria de estudios, tenemos los siguientes grados con sus especificaciones:
El primero de ellos, el más importante y primordial, sin el cual, sin esta base, el resto del edificio de grados académicos no existiría. Es más, bastaría con el grado de bachillerato (y licenciatura en cuanto se concluye con una tesis) para formar filósofos libres. Lo demás responde a estratagemas institucionales que poco tienen que ver con el quehacer filosófico (pero como aquí no pretendo ahondar en ello, podemos pasar por alto esta aseveración).
Cosa distinta sería si los otros grados fueran planteados de manera diferente[xvi].
En el bachillerato se debería estudiar historia de la filosofía, dividida en segmentos de acuerdo a las ramas filosóficas[xvii] .
Algo importante y positivo en la formación académica que se debe reconocer, consiste en el entrenamiento –en todos los cursos– en la elaboración de ensayos, donde el estudiante ejercita su punto de vista, así como la responsabilidad que debe asumir en la defensa de sus propios argumentos. Esto no se debe perder, así como tampoco la exposición pública de sus planteamientos. Ambos aspectos: la creación de un ensayo y su debida defensa debe seguir siendo integrada en todos los niveles de la carrera, aunque deba cambiar un poco, a como ya veremos.
Luego de un conocimiento general de la historia de la filosofía, se pasaría –a nivel de licenciatura– al estudio de las corrientes o movimientos filosóficos[xviii].
Se irá, poco a poco, de lo general a lo particular buscando la especificidad. Especificidad de índole académica, cuya plenitud se ha de alcanzar en el nivel de maestría. Al nivel de los cursos de maestría, el énfasis estará puesto en un autor en específico, en un filósofo en particular, en donde, si es posible, se especializará el análisis en un área concreta, es decir, no se estudiará a Aristóteles, por ejemplo, en su generalidad (eso ya lo encontramos en las distintas historias de la filosofía (al menos que la perspectiva sea realmente novedosa), sino en su especificidad, o sea, en su Política o en su Moral, o en su Metafísica, Física, Poética, etc; haciendo a su vez un esfuerzo por penetrar más allá en esa misma especificidad, es decir, no estudiar la Moral de Aristóteles en su generalidad, sino por ejemplo, ¿en qué se sostiene para decir que la Moral ha de estar por encima de la Política?, y ¿en qué sentido lo dice, se fundamenta acaso en un principio existencial apegado a la noción de finitud del ser? ¿No se adelanta con eso a los planteamientos de los filósofos vitalistas y a la noción de la efimeridad de la existencia humana sin alma?
La libertad en la investigación será dada por el surgimiento de más y más interrogantes que irán saliendo sin pretender llegar al final a una conclusión necesariamente cerrada. Valga recordar que las reflexiones e investigaciones filosóficas demuestran su mayor riqueza mediante conclusiones tentativas o abiertas que estimulan más el quehacer filosófico.
La filosofía ama lo que no posee: la sabiduría, pues siempre amamos a un ser libre del que no tenemos control. El amor es la evidencia clara de la ausencia de, de la carencia, de la falta, por lo que el filósofo a diferencia del sabio que cree ser el poseedor del saber, sabe que no posee el saber, y en tanto no lo posee, añora y busca el saber a sabiendas que el saber absoluto es imposible, porque si ni la ignorancia absoluta es tal, menos aún el saber.
A nivel de doctorado, se espera haber retribuido a la sociedad con un Filósofo –y no como en la mayoría de los casos, con un profesor de filosofía– Por lo que se espera que los cursos y la tesis final gire en torno a un tema o problema filosófico que se intentará responder o desarrollar desde el punto de vista del autor. Para ello, se podrá recurrir a toda la formación anterior, a cualquiera de las ramas filosóficas, a cualquiera de las corrientes o movimientos filosóficos y a cualquiera de los filósofos que sirvan a los objetivos del investigador.
A este nivel, la asunción de un Marco Teórico externo no es deseable, lo que no significa que no simpatice o se acerque más a un marco teórico específico, pero que, no por ello, vea el fenómeno a estudiar desde el punto de vista de una corriente filosófica y menos aún desde la óptica de un filósofo en particular.
A este nivel, eso ya debería de haber sido superado (al igual que el academicismo universitario)
El único marco teórico esperado es el que construye el propio autor dando cuenta de sus recursos, de su estilo y de sus argumentos. Más que la citación de fuentes, se debe limitar el uso de las mismas. Lo que se espera es que el autor se exponga al exponer sus argumentos.
Lo que se espera a este nivel, es que piense, escriba y argumente como un auténtico filósofo, no como un profesor de filosofía o filósofo de academia que llena de referencias textuales a sus tesis para convencer, recurriendo hasta el cansancio a la falacia de autoridad implícita, como si la filosofía fuera “acumulativa”. Por el contrario, la única forma de convencer será mediante los argumentos, demostrando qué tanto se sostiene su propio marco teórico; mismo que no ha de ser inamovible, sino más bien flexible, listo a cambiar cuando otros argumentos le convenzan a cambiar sus postulados o puntos de vista.
A nivel de doctorado, la formación filosófica academicista, ya debe haber sido superada, toca la hora de la auténtica libertad filosófica, lo que a su vez implica responsabilidad carnal de su propia filosofía o quehacer filosófico.
La formación académica filosófica está bien como un preámbulo a la filosofía libre, pero no se debe abusar de ella, creando más grados académicos tales como postdoctorados filosóficos, y “post-post-postdoctorados” ad infinitum.
Esas certificaciones son precisamente certificaciones procedentes de instituciones universitarias en crisis, cuyas escuelas de filosofía tienen su cuota de responsabilidad.
Responsabilidad y Compromiso
Toda libertad filosófica implica una alta responsabilidad y ojalá compromiso en vista del bien común; mas, ¿las escuelas filosóficas que forman sus profesionales responden a ello?
Desgraciadamente no es así. Y, según parece, responde a una tradición antiquísima y mal comprometida.
Se ha mal creído que los filósofos se deben abstener y tomar distancia de los problemas sociales, y esto ha llevado que se escuden en sus “torres de marfil”, algo así como los sabios al estilo de Lao-Tsé.
No cuestiono que el filósofo una vez derrotado opte por la resignación tras la lucha y el sacrificio, como un antídoto contra la frustración y el sentimiento de fracaso, incluso, que opte también por la aceptación de la fatalidad y lo irremediable como un mitigador del dolor y el sufrimiento, pero todo ello a una edad madura. Pero tanto la resignación como la aceptación son estados posteriores a la paciencia, es decir, esa paciencia del “todo pasa” y que “lo que ha de llegar llegará”. Siendo la paciencia el mejor antídoto contra el estrés y la ansiedad.
El filósofo, antes de los 60 años, aproximadamente (tomando en consideración las estimaciones de Séneca y Schopenhauer), ha de luchar, ser perseverante, rebelde, irreverente, punzante y “filosofar con el martillo”, como se dice. Ha de recurrir a la paciencia para dominar o controlar su ímpetu, su pasión. La resignación llegará luego, y puede que también la aceptación.
Sin embargo, el academicismo filosófico forja desde las primeras etapas, profesionales resignados. Debido, posiblemente, al arraigo escolástico que, si bien no los refugió en los monasterios y abadías, los refugia en las imaginarias “torres de marfil”.
Protegidos en ese estatus social inefable que es tal porque “nadie sabe para qué sirve un filósofo”, se ven pasar cual parásitos de la sociedad que bien podrían no existir. Esos doctos se refugian en sus cátedras haciendo del silencio la pose primordial de su ser apariencial de sabiduría.
La filosofía ha de ser comprometida, y hablo no solamente de un compromiso de la filosofía por la filosofía misma (del conocimiento por el conocimiento mismo); sino de un compromiso social; siendo tal que cuando la sociedad urja del auxilio filosófico, el filósofo debe responder a ese llamado sacrificando el placer que le denota sumergirse en los tópicos filosóficos que le generan goce (estética, fenomenología, etc.)
Mas la sociedad no sabe cómo pedirle ayuda al filósofo, porque “no sabe para qué sirve”. Lo que significa que el filósofo debe ayudar, como cuando puede liberar de una red al animal que ha caído en ella. El animalito sufre, gime, etc., pero no podemos saber si pide auxilio. Mas podemos liberarlo. Es como cuando alguien que habla otro idioma que no conocemos “parece” nos pide auxilio. No necesitamos entender sus palabras, basta con comprender su necesidad de auxilio. Pero para eso se requiere empatía. ¿Es que acaso el filósofo ha perdido esa empatía por su entorno social?
No se trata que el filósofo comprometido se adhiera a un partido político. Eso sería la negación de su quehacer filosófico –a como en otra parte hemos dicho–. Él podrá votar en privado y también compartir en privado con sus más cercanos allegados su preferencia –por así decir– de las propuestas políticas de algún partido. Pero se debe abstener públicamente de hablar de ello. En primer lugar, por prudencia, porque ha de ser consciente que las promesas políticas nunca responden ni responderán a “la realidad”, ya sea porque no se cumplirán o porque dicho partido político traicione aquellos ideales en los que ese pensador ingenuo creyó. Son muchos los ejemplos en los que filósofos pecaron de ingenuidad; sobrepasados por la euforia y sus propios deseos, dieron la adhesión pública y apasionada a un partido político o, peor aún, a uno de sus líderes, sin recordar que en este segundo caso “la inseguridad es más segura”. Es decir, que es más seguro pronosticar que dicho líder estará condicionado por el poder interno del partido, al menos que se erija él mismo en una especie de dictador y, ante cualquier dictadura ha de ser el filósofo el primero en manifestarse en contra; porque el auténtico quehacer filosófico es imposible en cualquier dictadura, al menos que trabaje en la sombra, en la resistencia, en la clandestinidad.
El compromiso filosófico ha de ser respecto a los problemas, a los temas y a la precisión del significado en los vocablos. Su arma será la pluma, su voz y su cuerpo. La pluma comprometida no debe aspirar al descanso. Su voz debe estar presta para denunciar las injusticias y, su cuerpo… su cuerpo hablará aún en el silencio.
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A nivel más prosaico, respecto a la institucionalidad de la filosofía, no debe permitir que otros profesionales asuman el rol que auténticamente le corresponde a él, y esto deberá hacerlo porque ningún otro profesional defenderá el espacio y el derecho que por antonomasia le corresponde a la filosofía académica. Por lo que no debe permitir que otros profesionales impartan las clases de filosofía y, menos aún, personas formadas en dogmas religiosos o ideológicos. Debe, asimismo, impedir que sean otros quienes impartan lecciones de ética cuando lo más que reproducen –éstos otros– son puntos de vista moral desde sus propias disciplinas. Incluso, debe el filósofo asumir la responsabilidad por impartir a otras áreas del conocimiento, lecciones sobre Epistemología y Estética. Siendo las áreas de Filosofía del Arte, Filosofía de la Ciencia y Filosofía del Derecho, entre otras, tal a como la descripción lo indica, responden al universo de la Filosofía. Así, por ejemplo, no siendo la Filosofía del Arte un área del arte, o la Filosofía de la Ciencias perteneciente a las Ciencias, ni la Filosofía del Derecho al Derecho mismo; lo que significa que para impartir cualquiera de ellas se necesita de previo la formación base –a nivel de bachillerato– en Filosofía. Ahora bien, dado el caso, si el filósofo es artista, científico o abogado, mejor aún.
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Es en este ámbito profesional-institucional, donde se demuestra el menor compromiso de los doctos que se encuentran protegidos en el confort de sus cúpulas. Poco les importa la protección y defensa de su disciplina, por lo que les tendrá que corresponder a los profesores principiantes de filosofía, no sólo defender sus áreas de trabajo, sino también luchar por renovar la formación filosófica en la educación.
Filosofía de la Economía
La nueva filosofía de la educación ha de luchar por exigir incluir la filosofía desde la niñez en los planes de estudio de la educación primaria y secundaria, en donde deberían poner el énfasis en una filosofía no solo teórica, sino también pragmática, atinente a la ética, la filosofía política, la lógica y rescatar urgentemente la olvidada Filosofía de la Economía como medio de protección y defensa de los ciudadanos ante las falsedades y tentaciones de las políticas neoliberales tendientes a la creación de esclavos modernos que han de trabajar para los Bancos toda vez que sólo pueden visualizar el bienestar económico de sus familias continuando con el círculo vicioso de endeudamiento mediante préstamos y tarjetas de crédito.
La Filosofía de la Economía debe ser rescatada de sus cenizas. Evidentemente, todas, o casi todas las Escuelas de Filosofía en el mundo, han olvidado los orígenes de la filosofía de la economía; lo que sucedió cuando la Filosofía dejó la Economía en las manos exclusivas de los ahora tan cuestionados “Economistas”, aunque todos saben que las bases de las Ciencias Económicas son filosóficas.
En la actualidad, el mundo está frente a ideologías económicas que, gracias a la institucionalización de las Universidades, se les denomina “Ciencias Económicas”, cuyos profesionales no logran salvar al mundo del caos económico.
Curiosamente, las Ciencias Económicas, aunque bien podrían estar más cerca de su matriz filosófica, están actualmente más cercanas a ideologías o políticas económicas.
La Filosofía o, si se quiere, las Escuelas de Filosofía, deben retomar –con independencia de las Ciencias Económicas– el cauce de la problematización filosófica de la economía, volviendo a Aristóteles, a Smith, Mill, Marx, Keynes y Hayek, etc.; renunciando a su vez a los estigmas ideológicos que nublan la filosofía de estos grandes pensadores.
Patético resultan que quienes atacan la filosofía económica de Smith o Marx pocas veces han leído de primera mano a estos autores, siendo lo que conocen de ellos a través de panfletos, publicidad o chismes históricos.
La filosofía abandonó la Economía y debe retomarla con la rigurosidad que la caracteriza. Debe hacer una limpia y volver a leer sin miedo a los grandes autores. Esta edad media ha de ser superada. Ya sabemos que se perdió mucho tiempo y se olvidó mucho de lo que se sabía. Ya sabemos que es como volver de las cenizas, pero hay que hacerlo. Es como haber aprendido a tocar bien la guitarra, haberla abandonado, y luego de varias décadas, volver a desempolvarla. Es mucho lo que se ha perdido. Y aunque no se puede recuperar el tiempo perdido, sí se puede recuperar algo de lo que se sabía en el pasado, incluso, con mucho compromiso y dedicación volver a alcanzar el nivel que se alcanzó en aquel momento, antes de haberla abandonado.
Lo triste sería que las cúpulas filosóficas dijeran: “¿qué es esto de la Filosofía de la Economía?, ¿para qué recuperarla? y, ¿qué hay que recuperar?”.
Ante esto… “¡mejor cerremos y vamonós!”.
Del Espíritu Filosófico
La auténtica vocación filosófica, propia de algunos espíritus –a veces por defecto– debe trascender las ataduras académicas en la que muchas veces se ha mantenido al quehacer filosófico.
Desde las primeras normativas platónicas atinentes a controlar la imaginación –y, por ende, al pensamiento– hasta el control moderno del pensamiento, se ha sobrepasado el “término medio” (ideal deseable en cualquier actividad humana) llevando el pensamiento a otro extremo de la balanza, es decir, al extremo del control desde la estructura universitaria, hasta el control estatal del mismo.
Lo irracional, lo instintivo, lo inconsciente, lo pasional; ese caballo desbocado que al ingresar al establo universitario se le ha domado, sino por las malas, al menos por la sutileza del aburrimiento, de las normativas, de la obediencia a los cánones y, sobre todo, por el paso del transcurrir del tiempo que adormece las pasiones mediante la repetición de los cánones.
Con el tiempo se olvida. Se olvida incluso los primeros impulsos que nos llevaron a ingresar al tablado. Con nuestros deseos adormecidos u olvidados, nos acostumbramos asumir o abordar problemas teóricos que no eran nuestros. Mediante el olvido de nuestro ímpetu, nos olvidamos a nosotros mismos. Por dicha, sólo el tiempo ayudará a recuperar la autenticidad, siempre y cuando el ocio prolongado nos despierte; porque, sin él, el recuerdo de lo que dejamos atrás y constituyó nuestro primer motor, será imposible.
Inmersos en la selva de cemento, nos topamos con paredes, con grandes edificios que limitan nuestra vista y nos vuelven miopes. Sólo el retorno a lo primitivo, nos posibilita lanzar nuestra vista hacia las aves, montes, nubes y estrellas, sin lo cual, la conciencia autoreflexiva permanecería adormecida.
Conscientes de ser el sujeto que ve el mundo, recuperamos nuestra mismidad y, quizás, en este contexto, recuperar nuestra auténtica vocación y romper las ataduras de la camisa de fuerza institucional.
El jinete ha abusado domar al caballo con frenos de metal y, mediante ese dominio ha podido ver sólo lo que ha deseado desde sus limitaciones, pues también ha limitado sus propios deseos.
Mediante una correa más suelta, podría darle más libertad a la bestia, para que ésta le llevara por senderos inimaginables para el jinete. Pero, para intuir siquiera esta posibilidad, sólo la madurez que otorga el tiempo podría venturar el surgimiento en un nuevo horizonte.
*
No ahondaré en el “por qué”, pero lo cierto es que el sistema universitario pensiona a sus profesionales precisamente en su edad filosófica en plenitud. Por dicha, diría yo. Porque este tiempo podría permitir la recuperación de sí mismo, aunque es sabido que el viejo pensionado, en su mayoría, asume el pensar y sentir de la muchedumbre acerca de que “el pensionado ya dio lo que podía dar”, que sus neuronas mueren a mayor velocidad, que debe descansar, etc.
Pues bien, algo de cierto hay en ello. En especial si el viejo pensionado se siente cansado y desechable, y ha dejado descansar tanto su cerebro que no estimula ya la formación de nuevas redes neuronales.
Un viejo que ha asumido su fatalidad, se sienta en la mecedora esperando la oscuridad.
Es verdad que el cansancio nos recuerda el sueño y la noción de muerte. Es verdad que a mayor edad más nos agotamos. Es verdad que necesitamos descansar más para alargar nuestra vida. Pero otra cosa es la inactividad. Por el contrario, hay que descansar para recuperar fuerzas y volver a la actividad. Y si no podemos llevar una vida ociosa –en el sentido filosófico de la palabra– en la vejez, no tendremos cuando.
Triste se hace ver a los ancianos que trabajan para poder sobrevivir. Triste.
Sin embargo, mientras las bailarinas de ballet, los pianistas y deportistas encuentran su edad de oro en la niñez o en la juventud; el espíritu filosófico lo encuentra –si puede o desea– en la vejez.
El espíritu filosófico, semilla sin la cual el filósofo es imposible; es propia o innata –si se quiere– a todo ser humano. Tal semilla es la curiosidad. Y, como en otros momentos ya me he referido a eso, simplemente diré:
Aunque en la mayoría de los casos dicha curiosidad fue reprimida y coaccionada, que no le permitió germinar o crecer más que lo que le podía permitir la sombra sobre ella, siempre estará ahí, aunque no se desarrolle y muera.
Mas en la vejez, precisamente el ser humano ya no está verde, o sea, “ha madurado”, lo que significa que “ya pasó por donde asustan”, ya no tiene tanto miedo porque está ahora endurecido por el dolor que vivió en su vida. Es por eso que los viejos no se andan con rodeos, con pincitas, son más auténticos consigo mismos, son más propensos a decir lo que piensan, a dar cuenta de su verdad, de su manera de ver el mundo, Con sutileza o no, han perdido el sentido de la complacencia, ya no pueden perder mucho tiempo en ello, pues la muerte está cada vez más cerca. Incluso, después de toda una vida de cobardía, están dispuestos a cuestionar las “sagradas escrituras” en las que fueron forjados mediante mentiras y miedos. Y esto solo puede ser así, porque la edad filosófica ha tocado sus puertas. El pensamiento ha ido madurando, quiéralo o no.
*
La edad del espíritu filosófico[xix] no solo es la edad de la reflexión mesurada gracias al ocio, es también la edad que sopesa la experiencia propia con la teoría o visiones de mundo asumida. Es el momento en que valoramos nuestra creencia y las ponemos a prueba sin miedo con nuestras propias experiencias. Por otro lado, la edad del espíritu filosófico tiende a la contemplación estética del mundo de las cosas y de la naturaleza. Quizás será el momento en que el espíritu se pierda indiscriminadamente tanto en una obra de arte como en el objeto utilitario más banal posible: en una cajetilla de fósforo, en un dije, en una piedrecilla, en un bututo o chutil de una planta, en una navajilla de afeitar, y miles de etcéteras.
Este perderse en el mundo de las cosas, en lo óntico, sólo es posible gracias a la resignación existencial que reconoce incluso el absurdo de querer compartir dicha experiencia estética, porque ahora, sabe que es imposible; ahora se sabe solo, perdido en ese goce estético inefable.
Está cerca del vacío, de lo irremediable, de la fatalidad. Siendo, esa soledad silenciosa, preámbulo del adiós.
He ahí porque vemos a los viejos “perdidos en el más allá”, como atravesando las cosas. Al hablarles, les sacamos de ahí. Y, si les preguntamos qué piensan y sienten, nos verán con una sonrisa en los labios, como si los hubiésemos agarrado infraganti en sus pensamientos; y nos dirán “nada”; porque esa “nada” es demasiado profunda para los demás, porque no la comprenderíamos, no la soportaríamos o, simplemente, nos sobrepasaría.
Han encontrado en el filosofar un salvavidas en un mar de confusiones turbulentas.
Y, si por ventura, el espíritu filosófico ha coqueteado con la filosofía décadas atrás, puede que en lugar de un salvavidas; ese viejo tenga a su disposición un bote, un velero ¡o qué sé yo!
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[i] Por aquello de las dudas o especulaciones, confieso que nunca he simpatizado con ningún partido político, ni dentro ni fuera de la universidad. Con todas mis limitaciones, defiendo mi vocación filosófica, incluso por encima de las escuelas académicas de filosofía. Mi lealtad es para con el espíritu filosófico.
[ii] Al menos que se pensionen o no suelten el vicio por perpetuarse en carrera política universitaria, al estilo de las familias políticas nacionales que todos conocemos, que se perpetúan en puestos políticos de generación en generación, cambiando simplemente de puestos: de munícipes y alcaldes pasan a ministros y diputados, soñando con la presidencia. Panorama patético y enfermizo. Reflejo-reflejante de una sociedad patológica.
[iii] Lo que sí es seguro, es el disfrute de los bocadillos y el buen café (¡ojalá si hay vinitos!), y los mejores momentos serán después de concluidas las sesiones. ¡Yo quiero ir!
[iv] Referente al punto de la decadencia de la educación, por atender a grupos que exceden más de 25 estudiantes, ya lo he dicho hasta el cansancio en otras ocasiones y no pienso seguir reiterando en ello, porque, además, es bastante fácil y lógico de inferir.
[v] Dicha “educación”, lo que ha gestado, claramente, son ciudadanos serviles, autómatas y obedientes, siervos menguados con una capacidad crítica menguada. Porque mientras el ministerio de educación pública esté en manos de los intereses privados de los gobiernos de turno, los ciudadanos que saldrán de las filas educativas seguirán creyendo en la democracia ficticia representativa; que vivimos en un país de paz (simplemente porque no podemos notar que los militares sin armas tradicionales se camuflan entre la mayoría de los educadores y pseudo periodistas serviles a los medios de difusión privados y más poderosos) y, lo más patético aún, lo podemos notar en los ticos que reproducen la también patética idea de vivir en el país más feliz del mundo, sin sospechar que, para decir eso, sea necesario, por el contrario, vivir en el país más tonto del mundo.
Bien sabemos que dicha idea -difundida para engañar al mundo entero- fue gestada desde los círculos políticos, para que los más tontos transmutaran su infelicidad, en felicidad ficticia. No vaya ser que los demás vean mi tristeza. En Costa Rica no existe el ejército tradicional porque no ha sido necesario. Lo que sí hay que reconocer es el mérito estratégico de los sectores históricos gobernantes. Han sido muy inteligentes. Han tenido a su disposición la educación tradicional y la no tradicional, es decir, a los medios de difusión para difundir su visión de mundo y sus mentiras.
[vi] Por su parte, es notorio que se comportan para recibir palo, son obedientes, aguantan las presiones e injusticias sociales, pero en cambio sí se alteran por nimiedades, por cositas mínimas, por una palabrita mal dicha hay que hacer una revuelta ¡jamás permitir eso! ¡se le salió a la profe!, ¡se le salió el profe!, ¡ay!, ¡el mundo se cae en pedacitos! Sin embargo, para lo que está pasando, para las cuestiones más medulares, por ejemplo, cosas más profundas, como que una gran parte de ellos no van a tener trabajo o van a tener que emigrar; sobre esas cosas no se manifiestan; cosas más profundas y existenciales ¿verdad? Prefieren seguir repitiendo como loros lo mismo: que “somos el país más feliz del mundo”, ¿verdad?, porque las redes sociales difunden la impresión de los jóvenes que vienen a pasear a Costa Rica y exclaman: “¡Sí, Costa Rica!, ¡qué bello que es!, ¡qué verde que es!, ¡qué libertad!”, etc. Pero si empezamos a cuestionar realmente, en nuestro país no nos atrevemos ni siquiera a cuestionarlo entre los mismos ticos. Es como un autoengaño que se reparte por todos lados.
[vii] Desde ahí ya están bien moldeaditos: hacen la primera comunión, van el 15 de septiembre con los farolitos, repiten que son el país más feliz del mundo, que “en costa rica pura vida, pura vida”. Ahí, digamos, lo básico, es más, hasta terminan creyendo y todavía siguen creyendo en cosas mágicas que les metieron en el cerebro cuando eran niños, ¿y por qué? porque les reconfortan ese montón de mentiras, se acostumbraron a ellas y entonces ya hay un apego emocional, sentimental, existencial: “¿cómo me voy a desprender de lo que abuelita me enseñó, si con ella iba a rezar y a poner velitas, (y hay ahí un elemento sentimental) y después nos íbamos a comer un helado?” Por consiguiente, precisamente por esos apegos, no se dejan de lado cuestiones que marcan nuestra vida. Luego, llegan a la secundaria y ahí está, para que los adolescentes no se rebelen –porque si uno no se rebela cuando joven no se rebela nunca– se les controla mediante el estudio: estudien-estudien-estudien, tienen examen mañana y pasado mañana y la próxima semana y la que sigue, estudien, estudien, no piensen, no hay tiempo para la rebelión y tienen que pasar por los múltiples coladeros, hacer los exámenes de bachillerato y de admisión. Bajo este panorama ¿realmente les están dando todo esto para que adquieran conocimiento? No. No, porque el conocimiento se adquiere solamente por motivación, por lo que a uno le interesa, por eso el conocimiento es interesado. Y llegan a la universidad, ahora sí, démosle un cursito de filosofía para que digan que somos universidad, pero desde niños recibieron religión, desde niños les metieron un montón de miedos y mentiras ¿y qué podemos hacer con todo eso en un curso de filosofía?, No podemos hacer magia. Imagínense lo siguiente: recibir un primer curso de filosofía en la vida es como estar recibiendo clases de primer grado cuando uno empieza a aprender a agarrar el lápiz para escribir, entonces, no podemos hacer maravillas para que los estudiantes salgan con una conciencia crítica, cuando se les ha mentido y moldeado el cerebro durante 19 años o más, ¡Ah! ... pero hay que dar la imagen de que “somos universidad”, que ¡hasta cursos de filosofía damos! Y si a la par de eso, tenemos profesores que no cuestionan y no critican el statu quo en el que estamos “entonces cerremos y vamonós”. Antes que vociferar malas palabras, quedémonos sin palabras.
[viii] Yo personalmente también tengo que estar -aunque quizás a una escala mucho inferior que el promedio- enfrentándome a este comportamiento adictivo. De repente, y como dijo el Chavo del 8 “sin querer queriendo” nos percatamos de que habíamos pasado 30 minutos viendo estupideces. ¿Saben ustedes, lo que es pasar 30 o 45 minutos viendo estupideces? Hagamos la contabilidad: pongamos 30 minutos al día, a la semana ¿cuántas horas serían?, ¿y al mes?, … ¿y al año? En el transcurso de tres años ya somos tarados. Solo imagínense el tiempo desperdiciado (por lo que sería bueno tener bajo la almohada De Brevitae Vitae de Séneca) o sea, imaginemos que esas horas las hubiéramos dedicado para aprender a tocar un instrumento, para pintar, para leer y escribir, para sembrar y cuidar flores, para pasear, para pasar más tiempo con nuestros seres queridos y nuestras mascotas, para meditar, y lo más importante, para pasar tiempo-consciente con nosotros mismos.
[ix] Cuando les cuento esto a los más jóvenes, piensan que estoy inventando, porque ellos no lo vivieron. Por eso, cuando he presentado un libro de mi autoría o un libro de un amigo o colega, me parece patético el público cautivo que alimenta el autoengaño, también patético. En donde mediante el recurso al público cautivo se le quiere hacer pensar al diminuto público interesado, que la muchedumbre también está interesada en dicha actividad académica, artística o cultural. Es como cuando nos obligan a escuchar a los candidatos a la rectoría, o nos coaccionan para votar en la política universitaria, porque si no lo hacemos seremos castigados con un rebajo salarial. Farsa, autoengaño, hipocresía, doble moral, están a la orden del día. Antes que hablar para un público cautivo es preferible hacerlo para cuatro gatos. Dar clases es diferente, porque nos pagan por eso. Antes, se tenía que llegar temprano a los auditorios, si se quería encontrar sitio, porque de no ser así, terminaba uno sentándose en el piso. Todo eso sucedía. ¿Por qué? Porque eran otros profesores -mea culpa- y eran otros estudiantes
[x] En los cursos desearía escuchar más oposición, que un estudiante me diga “Hey profe, yo no estoy de acuerdo con lo que dice el compañero, me parece que él hace una mala lectura del texto por tales y tales razones, y el otro estudiante réplica “Más bien me parece que es usted quien no entendió el texto, revise el capítulo x, y lea el párrafo z que dice…, y, es más, si quiere se lo leo”, etc. Esa actitud crítica genera debate, ganas de seguir discutiendo y pensando, pero no se trata de decir siempre lo que uno piensa, es quizás más importante siempre “pensar lo que se dice”; pero no, no podemos decir nada porque entonces el compañero se va a enojar y va a creer que es un asunto personal. Digamos que todo el mundo cuestiona lo que uno dice, y tienen sus posturas críticas Pensemos que sí, que están ahí en su cerebro cuestionando todo –pero para eso se necesita poner mucha atención– y la gente se dice a sí misma, “no estoy de acuerdo por esto y esto” ¡Pero no lo dicen, no lo manifiestan! Luego preguntamos, ¿hay dudas, hay comentarios? Pero esas mentes ahí llenas de un montón de ideas callan. Se van sin nunca haber manifestado lo que pensaban. Finalmente, ¿por qué debe importarnos realmente lo que pensaban, si en ningún momento dieron a luz su pensamiento? Es como que no existieran, así de sencillo, aunque lamentable; pero la gente tiene miedo de hablar. Voz en off: “¿qué pasará si digo algo que va en contra de la moda, o de las cosas que en este momento nadie se atreve a cuestionar?”.
[xi] Alguien llega y me dice “Sí, existen los ángeles y existen muchos tipos entre ellos”. Pero ¿cuáles son los argumentos si no hay pruebas? Y resulta que los argumentos me resultan sólidos y me convencen. Pues mañana mismo tendré una transformación, seré angeólogo (no angiólogo: médico especialista en las arterias), porque tuve una revelación mística religiosa gracias a esos argumentos poderosos, y solo de ángeles les voy a hablar, a como el “alcohólico anónimo” que ya saben de qué les habla.
[xii] Los otros tres pilares han de depender del cultivo de la intelectualidad, porque sin esta base principal, la investigación, la docencia y la acción social serán estériles. Cuando un universitario deja de leer, estudiar, analizar y discutir, su reflejo, como decadencia, se evidenciará en cualquiera de los otros pilares.
[xiii] Tal parece que, al intelectual latinoamericano, además de que se le disminuye su tiempo de ocio, se le vuelca exclusivamente a la docencia (o peor aún, a las labores burocráticas que contribuyen con el olvido de lo que antes sabía).
[xiv] Él, ya en El Salvador, es simpatizante de la teología de la liberación, porque no leyó de Marx más que ese panfleto, y no tuvo la madurez y valentía de “matar a Dios”. Basta recordar que “la Religión es el opio del pueblo”, o la frase de Feuerbach -el maestro de Marx- que repetía que “el hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza”.
[xv] Esto se debía más por la explicación anterior que se presentaba como justificación, que al hecho de la formación religiosa de los doctos en filosofía.
[xvi] Valga decir que dicha formación filosófica ideal, se debe precisamente porque así no la recibí y me hubiese gustado cursar. Lo que seguramente me hubiera servido de más y mejor en mi vida, en lugar de los intereses conscientes o inconscientes de un grupo específico de formadores
[xvii] (Historia de la…) Ética, Filosofía del Arte, Estética, Filosofía de la Ciencia, Epistemología, Metafísica, Filosofía Política, Filosofía Económica, etc.
[xviii] Epicureísmo, Estoicismo, Romanticismo, Marxismo, Nihilismo, Existencialismo, Estructuralismo, Postmodernismo, etc.
[xix] Obviamente está el caso de los ancianos malos o ineptos que podrán profundizar más en su maldad y en su ineptitud. A excepción de éstos o de los que deben luchar por la subsistencia y de los que están muy enfermos; el anciano puede optar por una vida tranquila.
































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