IV. Las Escuelas de Filosofía o del Confort del Tíbet
- Víctor Manuel
- 3 sept
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Actualizado: 4 sept

IV. Las Escuelas de Filosofía o del confort del Tíbet
Siguiendo la estructura del I Ching:
Imagen:
Filósofo siembra semilla
en medio de la ciudad.
Se retira a la gran montaña
Le cuidan, le alimentan.
Sonríe y duerme
Los acercamientos al universo filosófico son muy diversos, así como los motivos que llevan a cursar la carrera de filosofía.
En primer lugar, muchas veces se confunde “la filosofía” con las “escuelas de filosofía”; he ahí el primer equívoco. Sin embargo, eso es casi que un asunto natural, porque la mayoría de los primerizos no tienen ningún guía que los oriente respecto a dichas distinciones. Incluso, podemos decir que los “guías institucionales” son poco comprometidos o indiferentes, fruto del resquebrajamiento de la academia universitaria.
En las universidades (que, actualmente se han apropiado de manera simbólica e institucional de “la filosofía) es poco frecuente que se problematice la distinción entre filosofía y las carreras de filosofía. Es más, parece que ni siquiera se ve alguna diferencia, por lo que la mayoría de los profesionales en filosofía no notan diferencia alguna entre filosofía y filosofía académica.
Los motivos que conduce a los primerizos a llevar la carrera de filosofía pueden ser muchos. En mi caso, fue debido a una “crisis existencial” profunda; tan profunda que parte de ella aún punza. Y, a pesar de que empecé a leer filosofía desde joven, mi ignorancia era basta con respecto a la formación -o deformación- con la que me iba a topar.
Debido a mis intereses juveniles sobre “misterios” (como los fenómenos paranormales, el triángulo de las Bermudas, las Pirámides, la Reencarnación y la Atlántida, etc.), me encontré en la biblioteca de mis padres con las obras completas de Platón, siendo, lo único que me interesaba, el relato de la Atlántida; mas como el misterio no se revelaba en su plenitud, seguí buscando las respuestas a mis dudas leyendo el resto de los diálogos. No sabía quién era Sócrates y, como Platón no aparecía casi nunca en los diálogos, no me preocupé por saber quién era. Y, respecto al prólogo, no lo leí sino años después, cuando cursaba la carrera de filosofía.
De una u otra manera me fui permeando del discurrir filosófico, mas como mi interés primero se refería a responder unas preguntas específicas, fueron pocos diálogos que dejaron alguna huella en mí, tales como La República (siendo para mí Trasímaco el personaje más interesante), el Banquete y el Teeteto, y aquellas partes que creí entender del Timeo. Mas si actualmente me dan a escoger entre Platón y Aristóteles, prefiero a este último.
Contemporáneamente hablando estaba mi interés por el asunto de Dios y el Alma. Obviamente. Con toda la formación cristiana, ¿qué se podría esperar?
Pues bien, el menor de mis tíos, matemático, era mi único guía respecto a mis intereses de juventud. Y, habiendo él leído las Meditaciones Metafísicas, y reconociendo mi interés por esos temas me recomendó leyera la IV parte, donde Descartes pretendía demostrar la existencia de Dios y el Alma. No convencido, leí el Discurso del Método. Y ambas obras creí entenderlas bastante bien. Incluso, al día de hoy considero que la pluma de Descartes es una de las “corteses”, en la medida en que tuvo la cortesía por darse a entender, o quizás deba darle mérito a la traducción al español. Interesante recordar que dichas obras Descartes no las escribió en latín, sino en francés.
Caso contrario fue Kant con sus “Críticas”, mas no con sus obras menores como la Metafísica de las costumbres, la Paz Perpetua y la Estética Trascendental, en donde, leyendo a éstas, uno se pregunta: ¿cómo gozando Kant de una buena pluma se empeñó en sus “Críticas” por no ser entendido?
Sé que hay algo de broma en todo ello, pero también hay algo de seriedad
Volviendo a la comprensión o al disfrute de las obras de Descartes, hoy reconozco que se debió en gran parte por no saber que era un filósofo que se estudiaba en la universidad. Incluso, debo admitir que para mí un filósofo era alguien que simplemente hacía preguntas, respondía alguna y continuaba con más preguntas. El filósofo era alguien que terminaba por enredarlo más a uno.
Si yo hubiese sabido que un filósofo era alguien muy serio, respetado y profundo, y que se estudiaba en la universidad, es probable que les hubiera entrado a esos textos con el prejuicio de no poder entenderlo porque eran palabras muy profundas que venían de un filósofo. Por suerte, creo, leí esas obras sin pre-juicios, con naturalidad. Tal es así que actualmente creo que lo que entendí de ellas se debió principalmente al disfrute y al deseo de conocer algo que me interesaba.
Ya en cuarto año de colegio me acerqué a la filosofía a través de una pequeña historia de la filosofía. Y, gracias a un compañero[1] de clases (hijo de refugiados salvadoreños) que me obsequió el Manifiesto Comunista, me sentí comunista durante tres años, hasta que leí a Nietzsche.
Sin embargo, no había cursos de Nietzsche para los alumnos principiantes de filosofía; pero gracias a mi amistad con cuatro estudiantes avanzados de filosofía, puede asistir de oyente al Seminario sobre Nietzsche.
Y no es que no hubiese otros cursos interesantes para mí en la escuela de filosofía, pero lo cierto del caso es que abundaban los cursos sobre “los santos”[2].
¡Patético, no? Bajo el supuesto de conocer todas las posiciones filosóficas, nos atiborraban de escolástica y patrística, sacrificando a los auténticos filósofos que no partían de dogmas religiosos.
A pesar de la disciplina escolástica y del nivel de seriedad y de erudición de estos doctos -lo que aquí no está en cuestión- era sutil y subterránea la formación “filosófica” de la academia de filosofía.
Y, como a estas alturas de lo que se trata es de tomar partido y no poner en el mismo saco a todos los pensadores, me niego rotundamente a considerar filósofos a estos “Santos” por el simple hecho de no ser liberados en su “filosofar” del dogma religioso de fe que obstaculiza la razón. Si alguien quiere buscar mi dogma, éste lo es.
*
La teología escolástica, fruto de la edad media, que atentó y amenazó explícita o implícitamente a filósofos como Bruno, Galileo, Descartes y Spinoza, etc., debería ser erradicada de los planes de estudios profundos en las carreras universitarias públicas de filosofía.
Si bien Giordano Bruno era un monje católico; Descartes un filósofo necesitado por dotar a sus creencias de racionalidad; Galileo un filósofo de la naturaleza que se encontraba frente a las exigencias empíricas; Spinoza un autor que repitió en sus obras el vocablo “Dios”; Newton un filósofo de la naturaleza con deslices místicos religiosos; todos ellos condicionados por la formación religiosa de la época (¡y qué decir de Platón, el antiguo que creía en la Metempsicosis!), etc.,...y más cercanos a nuestro tiempo, un Kierkegaard y un Unamuno, etc., etc.; todos ellos luchaban por conciliar sus creencias religiosas a las exigencias racionales del quehacer filosófico. Sufrían -por así decirlo- por lograr una conciliación que no lograron, al menos que fuera ficticia. Pero fue este sufrimiento, o más propiamente ésta angustia, lo que les acercaba más a la filosofía que al dogma. Y, a pesar de no alcanzar la madurez filosófica (por no poder destetarse del seno religioso y de la leche de la fe eterna); al no lograr la plena libertad que se experimenta al percatarse que estamos finalmente solos; que la vida es dolor, efímera y finita, y que estamos “arrojados en el mundo”; solos al fin y al cabo con nosotros mismos cuando estemos al lecho de muerte; esa angustia y ese sufrimiento de fatalidad de lo irremediable, los convirtió en filósofos aunque no hayan podido “atravesar la otra orilla”.
Pero los “Santos”, esos teólogos canonizados actuaban de mala fe; su intención fue siempre dar la apariencia de racionalidad. Su estratagema íntima era llegar fuera como fuera a la conclusión de su principio de fe.
No se trata de prohibir el conocimiento de sus posturas, pero sí, de no propiciarlas.
Si un estudiante de filosofía añora el incienso de los seminarios religiosos, amparado por su nostalgia de no poder haber asumido la vida religiosa de los “hábitos”, desea estudiar a estos defensores de la fe y de los ángeles, ¡adelante! ¡hay que permitírselo!, para que ponga al descubierto sus “argumentos racionales”.
Deconstrucción de las Escuelas de Filosofía
Si de momento no es posible la existencia de centros de estudio filosóficos, independientes de la orientación universitaria pública, al menos se podría venturar una deconstrucción en las escuelas de filosofía.
Inmersos y condicionados por la estructura universitaria de estudios, tenemos los siguientes grados con sus especificaciones:
El primero de ellos, el más importante y primordial, sin el cual, sin esta base, el resto del edificio de grados académicos no existiría. Es más, bastaría con el grado de bachillerato (y licenciatura en cuanto se concluye con una tesis) para formar filósofos libres. Lo demás responde a estratagemas institucionales que poco tienen que ver con el quehacer filosófico (pero como aquí no pretendo ahondar en ello, podemos pasar por alto esta aseveración).
Cosa distinta sería si los otros grados fueran planteados de manera diferente[3].
En el bachillerato ser debería estudiar historia de la filosofía, dividida en segmentos de acuerdo a las ramas filosóficas[4].
Algo importante y positivo en la formación académica que se debe reconocer, consiste en el entrenamiento -en todos los cursos- en la elaboración de ensayos, donde el estudiante ejercita su punto de vista, así como la responsabilidad que debe asumir en la defensa de sus propios argumentos. Esto no se debe perder, así como tampoco la exposición pública de sus planteamientos. Ambos aspectos: la creación de un ensayo y su debida defensa debe seguir siendo integrada en todos los niveles de la carrera, aunque deba cambiar un poco, a como ya veremos.
Luego de un conocimiento general de la historia de la filosofía, se pasaría -al nivel de licenciatura- al estudio de las corrientes o movimientos filosóficos[5].
Se irá, poco a poco, de lo general a lo particular buscando la especificidad. Especificidad de índole académica, cuya plenitud se ha de alcanzar en el nivel de maestría. Al nivel de los cursos de maestría, el énfasis estará puesto en un autor en específico, en un filósofo en particular, en donde, si es posible, se especializará el análisis en un área concreta, es decir, no se estudiará a Aristóteles, por ejemplo, en su generalidad (eso ya lo encontramos en las distintas historias de la filosofía -al menos que la perspectiva sea realmente novedosa), sino en su especificidad, o sea, en su Política o en su Moral, o en su Metafísica, Física, Poética, etc; haciendo a su vez un esfuerzo por penetrar más allá en esa misma especificidad, es decir, no estudiar la Moral de Aristóteles en su generalidad, sino por ejemplo, ¿en qué se sostiene para decir que la Moral ha de estar por encima de la Política?, y ¿en qué sentido lo dice, se fundamenta acaso en un principio existencial apegado a la noción de finitud del ser? ¿No se adelanta con eso a los planteamientos de los filósofos vitalistas y a la noción de la efimeridad de la existencia humana sin alma?
La libertad en la investigación será dada por el surgimiento de más y más interrogantes que irán saliendo sin pretender llegar al final a una conclusión necesariamente cerrada. Valga recordar que las reflexiones e investigaciones filosóficas demuestran su mayor riqueza mediante conclusiones tentativas o abiertas que estimulan más el quehacer filosófico. La filosofía ama lo que no posee: la sabiduría, pues siempre amamos a un ser libre del que no tenemos control. El amor es la evidencia clara de la ausencia de, de la carencia, de la falta, por lo que el filósofo a diferencia del sabio que cree ser el poseedor del saber, sabe que no posee el saber, y en tanto no lo posee, añora y busca el saber a sabiendas que el saber absoluto es imposible, porque si ni la ignorancia absoluta es tal, menos aún el saber.
A nivel de doctorado, se espera haber retribuido a la sociedad con un Filósofo –y no como en la mayoría de los casos, con un profesor de filosofía– Por lo que se espera que los cursos y la tesis final gire en torno a un tema o problema filosófico que se intentará responder o desarrollar desde el punto de vista del autor. Para ello, se podrá recurrir a toda la formación anterior, a cualquiera de las ramas filosóficas, a cualquiera de las corrientes o movimientos filosóficos y a cualquiera de los filósofos que sirvan a los objetivos del investigador.
A este nivel, la asunción de un Marco Teórico externo no es deseable, lo que no significa que no simpatice o se acerque más a un marco teórico específico, pero que, no por ello, vea el fenómeno a estudiar desde el punto de vista de una corriente filosófica y menos aún desde la óptica de un filósofo en particular.
A este nivel, eso ya debería de haber sido superado (al igual que el academicismo universitario)
El único Marco Teórico esperado es el que construye el propio autor dando cuenta de sus recursos, de su estilo y de sus argumentos. Más que la citación de fuentes, se debe limitar el uso de las mismas. Lo que se espera es que el autor se exponga al exponer sus argumentos.
Lo que se espera a este nivel, es que piense, escriba y argumente como un auténtico filósofo, no como un profesor de filosofía o filósofo de academia que llena de referencias textuales a sus tesis para convencer, recurriendo hasta el cansancio a la falacia de autoridad implícita, como si la filosofía fuera “acumulativa”. Por el contrario, la única forma de convencer será mediante los argumentos, demostrando qué tanto se sostiene su propio marco teórico; mismo que no ha de ser inamovible, sino más bien flexible, listo a cambiar cuando otros argumentos le convenzan a cambiar sus postulados o puntos de vista.
A nivel de doctorado, la formación filosófica academicista, ya debe haber sido superada, toca la hora de la auténtica libertad filosófica, lo que a su vez implica responsabilidad carnal de su propia filosofía o quehacer filosófico.
La formación académica filosófica está bien como un preámbulo a la filosofía libre, pero no se debe abusar de ella, creando más grados académicos tales como postdoctorados filosóficos, y “post-post-postdoctorados” ad infinitum.
Esas certificaciones son precisamente certificaciones procedentes de instituciones universitarias en crisis, cuyas escuelas de filosofía tienen su cuota de responsabilidad.
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Responsabilidad y Compromiso de las Escuelas de Filosofía
Toda libertad filosófica implica una alta responsabilidad y ojalá compromiso en vista del bien común; mas, ¿las escuelas filosóficas que forman sus profesionales responden a ello?
Desgraciadamente no es así. Y, según parece, responde a una tradición antiquísima y mal comprometida.
Se ha mal creído que los filósofos se deben abstener y tomar distancia de los problemas sociales, y esto ha llevado que se escuden en sus torres de marfil, algo así como los sabios al estilo de Lao-Tsé.
No cuestiono que el filósofo una vez derrotado opte por la resignación, tras la lucha y el sacrificio, como un antídoto contra la frustración y el sentimiento de fracaso, e incluso, que opte también por la aceptación de la fatalidad y lo irremediable como un mitigador del dolor y el sufrimiento, pero todo ello a una edad madura. Pero tanto la resignación como la aceptación son estados posteriores a la paciencia, es decir, esa paciencia del “todo pasa” y que “lo que ha de llegar llegará”. Siendo la paciencia el mejor antídoto contra el estrés y la ansiedad.
El filósofo, antes de los 60 años, aproximadamente (tomando en consideración las estimaciones de Séneca y Schopenhauer), ha de luchar, ser perseverante, rebelde, irreverente, punzante y “filosofar con el martillo”, como se dice. Ha de recurrir a la paciencia para dominar o controlar su ímpetu, su pasión. La resignación llegará luego, y puede que también la aceptación.
Sin embargo, el academicismo filosófico forja desde las primeras etapas, profesionales resignados. Debido, posiblemente, al arraigo escolástico que, si bien no los refugió en los monasterios y abadías, los refugia en las imaginarias “torres de marfil”.
Protegidos en ese estatus social inefable que es tal porque “nadie sabe para qué sirve un filósofo”, se ven pasar cual parásitos de la sociedad que bien podrían no existir. Esos doctos se refugian en sus cátedras haciendo del silencio la pose primordial de su ser apariencial de sabiduría.
La filosofía ha de ser comprometida, y hablo no solamente de un compromiso de la filosofía por la filosofía misma (del conocimiento por el conocimiento mismo); sino de un compromiso social; siendo tal que cuando la sociedad urja del auxilio filosófico, el filósofo debe responder a ese llamado sacrificando el placer que le denota sumergirse en los tópicos filosóficos que le generan goce (estética, fenomenología, etc.)
Mas la sociedad no sabe cómo pedirle ayuda al filósofo, porque “no sabe para qué sirve”. Lo que significa que el filósofo debe ayudar, como cuando puede liberar de una red al animal que ha caído en ella. El animalito sufre, gime, etc., pero no podemos saber si pide auxilio. Mas podemos liberarlo. Es como cuando alguien que habla otro idioma que no conocemos “parece” nos pide auxilio. No necesitamos entender sus palabras, basta con comprender su necesidad de auxilio. Pero para eso se requiere empatía. ¿Es que acaso el filósofo ha perdido esa empatía por su entorno social?
No se trata que el filósofo comprometido se adhiera a un partido político. Eso sería la negación de su quehacer filosófico –a como en otra parte hemos dicho–. El podrá votar en privado y también compartir en privado con sus más cercanos allegados su preferencia –por así decir– de las propuestas políticas de algún partido. Pero se debe abstener públicamente de hablar de ello. En primer lugar, por prudencia, porque ha de ser consciente que las promesas políticas nunca responden ni responderán a “la realidad”, ya sea porque no se cumplirán o porque dicho partido político traicione aquellos ideales en los que ese pensador ingenuo creyó. Son muchos los ejemplos en los que filósofos pecaron de ingenuidad; sobrepasados por la euforia y sus propios deseos, dieron la adhesión pública y apasionada a un partido político o, peor aún, a uno de sus líderes, sin recordar que en este segundo caso “la inseguridad es más segura”. Es decir, que es más seguro pronosticar que dicho líder estará condicionado por el poder interno del partido, al menos que se erija él mismo en una especie de dictador y, ante cualquier dictadura ha de ser el filósofo el primero en manifestarse en contra; porque el auténtico quehacer filosófico es imposible en cualquier dictadura, al menos que trabaje en la sombra, en la resistencia, en la clandestinidad.
El compromiso filosófico ha de ser respecto a los problemas, a los temas y a la precisión del significado en los vocablos. Su arma será la pluma, su voz y su cuerpo. La pluma comprometida no debe aspirar al descanso. Su voz debe estar presta para denunciar las injusticias y, su cuerpo… su cuerpo hablará aún en el silencio.
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A nivel más prosaico, respecto a la institucionalidad de la filosofía, no debe permitir que otros profesionales asuman el rol que auténticamente le corresponde a él, y esto deberá hacerlo porque ningún otro profesional defenderá el espacio y el derecho que por antonomasia le corresponde a la filosofía académica. Por lo que no debe permitir que otros profesionales impartan las clases de filosofía y, menos aún, personas formadas en dogmas religiosos o ideológicos. Debe, asimismo, impedir que sean otros quienes impartan lecciones de ética cuando lo más que reproducen –éstos otros– son puntos de vista moral desde sus propias disciplinas. Incluso, debe el filósofo asumir la responsabilidad por impartir a otras áreas del conocimiento, lecciones sobre Epistemología y Estética. Siendo las áreas de Filosofía del Arte, Filosofía de la Ciencia y Filosofía del Derecho, entre otras, tal a como la descripción lo indica, responden al universo de la Filosofía. Así, por ejemplo, no siendo la Filosofía del Arte un área del arte, o la Filosofía de la Ciencias perteneciente a las Ciencias, ni la Filosofía del Derecho al Derecho mismo; lo que significa que para impartir cualquiera de ellas se necesita de previo la formación base –a nivel de bachillerato– en Filosofía. Ahora bien, dado el caso, si el filósofo es artista, científico o abogado, mejor aún.
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Es en este ámbito profesional-institucional, donde se demuestra el menor compromiso de los doctos que se encuentran protegidos en el confort de sus cúpulas. Poco les importa la protección y defensa de su disciplina, por lo que les tendrá que corresponder a los profesores principiantes de filosofía, no sólo defender sus áreas de trabajo, sino también luchar por renovar la formación filosófica en la educación.
Filosofía de la Economía
La nueva filosofía de la educación ha de luchar por exigir incluir la filosofía desde la niñez en los planes de estudio de la educación primaria y secundaria, en donde deberían poner el énfasis en una filosofía no solo teórica, sino también pragmática, atinente a la ética, la filosofía política, la lógica y rescatar urgentemente la olvidada Filosofía de la Economía como medio de protección y defensa de los ciudadanos ante las falsedades y tentaciones de las políticas neoliberales tendientes a la creación de esclavos modernos que han de trabajar para los Bancos toda vez que sólo pueden visualizar el bienestar económico de sus familias continuando con el círculo vicioso de endeudamiento mediante préstamos y tarjetas de crédito.
La Filosofía de la Economía debe ser rescatada de sus cenizas. Evidentemente, todas, o casi todas las Escuelas de Filosofía en el mundo, han olvidado los orígenes de la filosofía de la economía; lo que sucedió cuando la Filosofía dejó la Economía en las manos exclusivas de los ahora tan cuestionados “Economistas”, aunque todos saben que las bases de las Ciencias Económicas son filosóficas.
En la actualidad, el mundo está frente a ideologías económicas que, gracias a la institucionalización de las Universidades, se les denomina “Ciencias Económicas”, cuyos profesionales no logran salvar al mundo del caos económico.
Curiosamente, las Ciencias Económicas, aunque bien podrían estar más cerca de su matriz filosófica, son actualmente más cercanas a ideologías o políticas económicas.
La Filosofía o, si se quiere, las Escuelas de Filosofía, deben retomar –con independencia de las Ciencias Económicas– el cauce de la problematización filosófica de la economía, volviendo a Aristóteles, a Smith y a Marx, etc.; renunciando a su vez a los estigmas ideológicos que nublan la filosofía de estos grandes pensadores.
Patético resultan que quienes atacan la filosofía económica de Smith o Marx pocas veces han leído de primera mano a estos autores, siendo lo que conocen de ellos a través de panfletos, publicidad o chismes históricos.
La filosofía abandonó la Economía y debe retomarla con la rigurosidad que la caracteriza. Debe hacer una limpia y volver a leer sin miedo a los grandes autores. Esta edad media ha de ser superada. Ya sabemos que se perdió mucho tiempo y se olvidó mucho de lo que se sabía. Ya sabemos que es como volver de las cenizas, pero hay que hacerlo. Es como haber aprendido a tocar bien la guitarra, haberla abandonado, y luego de varias décadas, volver a desempolvarla. Es mucho lo que se ha perdido. Y aunque no se puede recuperar el tiempo perdido, sí se puede recuperar algo de lo que se sabía en el pasado, incluso, con mucho compromiso y dedicación volver a alcanzar el nivel que se alcanzó en aquel momento, antes de haberla abandonado.
Lo triste sería que las cúpulas filosóficas dijeran: “¿qué es esto de la Filosofía de la Economía?, ¿para qué recuperarla? y, ¿qué hay que recuperar?”.
Ante esto… “¡mejor cerremos y vamonós!”.
Del Espíritu Filosófico
La auténtica vocación filosófica, propia de algunos espíritus –a veces por defecto– debe trascender las ataduras académicas en la que muchas veces se ha mantenido al quehacer filosófico.
Desde las primeras normativas platónicas atinentes a controlar la imaginación –y, por ende al pensamiento– hasta el control moderno del pensamiento, se ha sobrepasado el “término medio” (ideal deseable en cualquier actividad humana) llevando el pensamiento a otro extremo de la balanza, es decir, al extremo del control desde la estructura universitaria, hasta el control estatal del mismo.
Lo irracional, lo instintivo, lo inconsciente, lo pasional; ese caballo desbocado que al ingresar al establo universitario se le ha domado, sino por las malas, al menos por la sutileza del aburrimiento, de las normativas, de la obediencia a los cánones y, sobre todo, por el paso del transcurrir del tiempo que adormece las pasiones mediante la repetición de los cánones.
Con el tiempo se olvida. Se olvida incluso los primeros impulsos que nos llevaron a ingresar al tablado. Con nuestros deseos adormecidos u olvidados, nos acostumbramos asumir o abordar problemas teóricos que no eran nuestros. Mediante el olvido de nuestro ímpetu, nos olvidamos a nosotros mismos. Por dicha, sólo el tiempo ayudará a recuperar la autenticidad, siempre y cuando el ocio prolongado nos despierte; porque, sin él, el recuerdo de lo que dejamos atrás y constituyó nuestro primer motor, será imposible.
Inmersos en la selva de cemento, nos topamos con paredes, con grandes edificios que limitan nuestra vista y nos vuelven miopes. Sólo el retorno a lo primitivo, nos posibilita lanzar nuestra vista hacia las aves, montes, nubes y estrellas, sin lo cual, la conciencia autoreflexiva permanecería adormecida.
Conscientes de ser el sujeto que ve el mundo, recuperamos nuestra mismidad y, quizás, en este contexto, recuperar nuestra auténtica vocación y romper las ataduras de la camisa de fuerza institucional.
El jinete ha abusado domar al caballo con frenos de metal y, mediante ese dominio ha podido ver sólo lo que ha deseado desde sus limitaciones, pues también ha limitado sus propios deseos.
Mediante una correa más suelta, podría darle más libertad a la bestia, para que ésta le llevara por senderos inimaginables para el jinete. Pero, para intuir siquiera esta posibilidad, sólo la madurez que otorga el tiempo podría venturar el surgimiento en un nuevo horizonte.
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No ahondaré en el “por qué”, pero lo cierto es que el sistema universitario pensiona a sus profesionales precisamente en su edad filosófica en plenitud. Por dicha, diría yo. Porque este tiempo podría permitir la recuperación de sí mismo, aunque es sabido que el viejo pensionado, en su mayoría, asume el pensar y sentir de la mayoría acerca de que “el pensionado ya dio lo que podía dar”, que sus neuronas mueren a mayor velocidad, que debe descansar, etc.
Pues bien, algo de cierto hay en ello. En especial si el viejo pensionado se siente cansado y desechable, y ha dejado descansar tanto su cerebro que no estimula ya la formación de nuevas redes neuronales.
Un viejo que ha asumido su fatalidad, se sienta en la mecedora esperando la oscuridad.
Es verdad que el cansancio nos recuerda el sueño y la noción de muerte. Es verdad que a mayor edad más nos agotamos. Es verdad que necesitamos descansar más para alargar nuestra vida. Pero otra cosa es la inactividad. Por el contrario, hay que descansar para recuperar fuerzas y volver a la actividad. Y si no podemos llevar una vida ociosa –en el sentido filosófico de la palabra– en la vejez, no tendremos cuando.
Triste se hace ver a los ancianos que trabajan para poder sobrevivir. Triste.
Sin embargo, mientras las bailarinas de ballet, los pianistas y deportistas encuentran su edad de oro en la niñez o en la juventud; el espíritu filosófico lo encuentra –si puede o desea– en la vejez.
El espíritu filosófico, semilla sin la cual el filósofo es imposible; es propia o innata –si se quiere– a todo ser humano. Tal semilla es la curiosidad. Y, como en otros momentos ya me he referido a eso, simplemente diré:
Aunque en la mayoría de los casos dicha curiosidad fue reprimida y coaccionada, que no le permitió germinar o crecer más que lo que le podía permitir la sombra sobre ella, siempre estará ahí, aunque no se desarrolle y muera.
Mas en la vejez, precisamente el ser humano ya no está verde, o sea, “ha madurado”, lo que significa que “ya pasó por donde asustan”, ya no tiene tanto miedo porque está ahora endurecido por el dolor que vivió en su vida. Es por eso que los viejos no se andan con rodeos, con pincitas, son más auténticos consigo mismos, son más propensos a decir lo que piensan, a dar cuenta de su verdad, de su manera de ver el mundo, Con sutileza o no, han perdido el sentido de la complacencia, ya no pueden perder mucho tiempo en ello, pues la muerte está cada vez más cerca. Incluso, después de toda una vida de cobardía, están dispuestos a cuestionar las “sagradas escrituras” en las que fueron forjados mediante mentiras y miedos. Y esto solo puede ser así, porque la edad filosófica ha tocado sus puertas. El pensamiento ha ido madurando, quiéranlo o no.
*
La edad del espíritu filosófico[6] no solo es la edad de la reflexión mesurada gracias al ocio, es también la edad que sopesa la experiencia propia con la teoría o visiones de mundo asumida. Es el momento en que valoramos nuestra creencia y las ponemos a prueba sin miedo con nuestras propias experiencias. Por otro lado, la edad del espíritu filosófico tiende a la contemplación estética del mundo de las cosas y de la naturaleza. Quizás será el momento en que el espíritu se pierda indiscriminadamente tanto en una obra de arte como en el objeto utilitario más banal posible: en una cajetilla de fósforo, en un dije, en una piedrecilla, en un bututo o chutil de una planta, en una navajilla de afeitar, y miles de etcéteras.
Este perderse en el mundo de las cosas, en lo óntico, sólo es posible gracias a la resignación existencial que reconoce incluso el absurdo de querer compartir dicha experiencia estética, porque ahora, sabe que es imposible; ahora se sabe solo, perdido en ese goce estético inefable.
Está cerca del vacío, de lo irremediable, de la fatalidad. Siendo, esa soledad silenciosa, preámbulo del adiós.
He ahí porque vemos a los viejos perdidos en el más allá, como atravesando las cosas. Al hablarles, les sacamos de ahí. Y, si les preguntamos qué piensan y sienten, nos verán con una sonrisa en los labios, como si los hubiésemos agarrado infraganti en sus pensamientos; y nos dirán “nada”; porque esa “nada” es demasiado profunda para los demás, porque no la comprenderíamos, no la soportaríamos o, simplemente, nos sobrepasaría.
Han encontrado en el filosofar un salvavidas en un mar de confusiones turbulentas.
Y, si por ventura, el espíritu filosófico ha coqueteado con la filosofía décadas atrás, puede que en lugar de un salvavidas; ese viejo tenga a su disposición un bote, un velero ¡o qué sé yo!
[1] Él, ya en El Salvador, es simpatizante de la teología de la liberación, porque no leyó de Marx más que ese panfleto, y no tuvo la madurez y valentía de “matar a Dios”. Basta recordar que “la Religión es el opio del pueblo”, o la frase de Feuerbach -el maestro de Marx- que repetía que “el hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza”.
[2] Esto se debía más por la explicación anterior que se presentaba como justificación, que al hecho de la formación religiosa de los doctos en filosofía.
[3] Valga decir que dicha formación filosófica ideal, se debe precisamente porque así no la recibí y me hubiese gustado cursar. Lo que seguramente me hubiera servido de más y mejor en mi vida, en lugar de los intereses conscientes o inconscientes de un grupo específico de formadores.
[4] (Historia de la…) Ética, Filosofía del Arte, Estética, Filosofía de la Ciencia, Epistemología, Metafísica, Filosofía Política, Filosofía Económica, etc.
[5] Epicureísmo, Estoicismo, Romanticismo, Marxismo, Nihilismo, Existencialismo, Estructuralismo, Postmodernismo, etc.
[6] Obviamente está el caso de los ancianos malos o ineptos que podrán profundizar más en su maldad y en su ineptitud. A excepción de éstos o de los que deben luchar por la subsistencia y de los que están muy enfermos; el anciano puede optar por una vida tranquila.
































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