AIRES DE AUTORIDAD POSTPANDEMIA EN LA INSTITUCIÓN UNIVERSITARIA
- Víctor Manuel
- 15 may
- 6 Min. de lectura
Actualizado: hace 3 horas

(Víctor Alvarado Dávila)
En tiempos de Pandemia, la institución universitaria fue salvada por la virtualidad. Gracias a la virtualidad, los docentes pudieron seguir devengando su salario, aunque a otros les tocó la mala suerte de ser destituidos por la disminución en la demanda académica estudiantil…según se “justificó”.
Difícil, según el caso, fue la adaptación a la enseñanza virtual; que si bien denotaba debilidades frente a la enseñanza presencial, con el tiempo se empezaron a notar sus fortalezas; fue entonces cuando se “sacralizó” la virtualidad. Luego, cuando finalizó la crisis tope de pandemia, algunos sectores deseaban volver a la presencialidad , hartos de estar encerrados en sus aposentos.
Precisamente cuando los involucrados se estaban adaptando a la virtualidad, se pasó bruscamente -sin proceso de adaptación alguna (proceder típico en los países subdesarrollados)- a la presencialidad. Esto con la salvedad que solo ciertas áreas privilegiadas pueden continuar con cierto grado de enseñanza virtual.
En resumen, se pasó de la “sacralización de la virtualidad” a la “satanización” de la misma, es decir, a su prohibición. ¡Eso sí!: Cuando fuera necesario, se le exigiría a los docentes que por “casos especiales” corrieran a dar sus clases de modo virtual. Lo que en el fondo significa que la virtualidad puede funcionar como un comodín o un salvavidas cuando a las autoridades universitarias se les ocurra. Es decir, es como resucitar a Lázaro de su tumba.
Quizás, lo más triste, es que finalizada la situación de pandemia, pocos países en el mundo entero se enfocaron, con sus respectivas instituciones a reflexionar y discutir los efectos masivos vividos en tiempos de pandemia. Y lo que no se puede disculpar, es que ni las instituciones educativas de enseñanza superior se dedicaron concienzudamente a dicho fin (la discusión). Y digo ´concienzudamente´, porque sí hubo instancias burocráticas para maquillar el supuesto interés en semejante cuestión.
Emocionalmente hablando, es comprensible que la gente librada de la situación de pandemia, de lo último que quería hablar y saber, era sobre la pandemia. Todos estaban hartos.
Sin embargo, no es comprensible (y hablo aquí de entelequia, no de comprehensión), que al interior de la Universidad, no se haya tomado con seriedad la discusión de los efectos de la situación de pandemia en la educación; en la actitud de los estudiantes, docentes e investigadores, etc., al interior de las comunidades universitarias y de sus países…para no hablar de los efectos globales.
Evidentemente, la mentalidad subdesarrollada primero padece, y después, mucho tiempo después, piensa sobre lo padecido; si es que se da la oportunidad para pensar en ello.
Dicho subdesarrollo mental no solo depende de un subdesarrollo económico, sino que a su vez se manifiesta como actitud; es decir, que si los “hermanos mayores”, ídolos o las grandes figuras políticas de los países “desarrollados” instauran de nuevo, para sí mismos la virtualidad -por ejemplo-; como borregos correremos a hacer lo mismo, sin que ellos primero nos lo aconsejen, y mucho antes que nos lo pidan o exijan. Tal es nuestra voluntad de obediencia.
Implantada la presencialidad, y ante la obvia desadaptación o adaptación inmediata, se empezaron a evidenciar actitudes que no encajaban con la presencialidad forzada; y esto a causa de una ausencia de reflexión provisoria -a como ya se dijo. Y la respuesta más fácil e inmediata para tapar los problemas fue recurrir a la autoridad, a la amenaza, al castigo y a la represión.
De arriba cae la lluvia autoritaria sobre los subordinados. Los pequeños jefes, a veces muy pequeñitos, obedecen sin reflexión y crítica alguna, cual soldados rabiosos, a los otros jefes que, por no poseer la autoridad de la razón, se escudan en la razón de la autoridad.
Finalmente, quizás estamos a tiempo de reflexionar y discutir sobre los efectos de la situación de pandemia al interior de cada una de las cátedras y departamentos de la Universidad para tal vez llevar las inquietudes a las Asambleas.
Quizás, estamos a tiempo para pensar en la transmutación de la Universidad caduca con sus estatutos, reglamentos, directrices, ocurrencias y discursos dobles. Porque algo que sí es cierto, es que bien se puede hablar de la Universidad antes del Covid y la Universidad después del Covid.
Después de ello -y ya estamos en el “Después”- , la Universidad está cambiando para mal, con sus aires autoritarios, pero también puede cambiar para bien, después de una mesurada y concienzuda meditación y discusión.
Si el mundo ha cambiado y seguirá cambiando por los efectos de la situación de pandemia global, ¿por qué creer que la Universidad se ha de mantener inmutable en sus principios antiguos?
Otra educación superior es posible, simplemente porque es inevitable. Eso es obvio. Pero otra cosa es que seamos partícipes meditabundos o no, de dicha transmutación. Es mejor ver el cambio de frente con los ojos muy abiertos, antes que sufrir el cambio de espaldas con los ojos bien cerrados. Y es esto último lo que precisamente pasa con las universidades y los países subdesarrollados.
El clip de la cuestión es, primeramente, reactivar la dormida actitud crítica (responsabilidad fundamental de las Escuelas de Humanidades y Ciencias Sociales) para no dejar el camino libre a la burocracia universitaria representada por sus autoridades. Solo basta recordar que dichas autoridades universitarias volverán en cualquier momento a sus funciones por las que originalmente fueron contratadas (como docentes); o sea, que volverán a ver la montaña desde la planicie.
Segundo, hay que repensar el funcionamiento de la educación superior antes de su muy posible desaparición* -tal a como la percibimos hoy- que acabe con la presencialidad a ultranza, para que en cada curso exista la posibilidad según la situación, de integrarla no solo con la virtualidad, sino también con la creación intelectual de los docentes, que supone la presentación formal de ponencias de su autoría, audios, videos y una mesurada educación a distancia que promueva la asimilación del conocimiento, en lugar de la actual acumulación de información que se disipa en tiempos de espacio a veces sorprendentes, que sale casi apenas entra.
No es verdad que un buen docente lo es cuando está presencial. Porque si es así, existe también el otro lado: que un mal docente lo es cuando está virtual.
En primer lugar, no todos aprendemos igual. Hay quienes necesitan más tiempo a solas, inmersos en sus lecturas y reflexiones, protegidos del bullicio de las gentes. Las grandes ideas -si es que son posibles- brotan en soledad, inmersas en concentración absoluta, y en un ambiente propicio para la asimilación.
Si la educación universitaria, tal a como se vive en la actualidad, se sigue imponiendo mediante esa autoridad que sospecha y piensa en la ineptitud e irresponsabilidad de sus docentes, sin cuidar de sus condiciones adecuadas de trabajo, sin luchar por proteger y salvaguardar la situación salarial de sus subordinados, y tras de eso, sin estimular su creatividad intelectual (mediante el castigo de brindar puntajes miserables para que puedan subir de categoría académica y así su mejorar situación económica). Terminará, cuando sus docentes no tengan estímulos para dar cuenta de su creatividad intelectual por imponer la producción intelectual a los docentes para que así justifiquen su permanencia en una institución neoliberal y autoritaria (los dos componentes esenciales de la Derecha y de la Izquierda), presta a dar las gracias a la demanda de esa maquila intelectual que necesita comer, aunque sus profesionales hambrientos sean tratados como los nuevos esclavos modernos.
De tal manera, la producción académica pasará de ser una opción, un estímulo, a ser obligatoria.
Pero antes de eso, bien se puede fundar una educación -al menos como último intento de supervivencia, algo así como el último coletazo de una Ballena moribunda- que estimule la creatividad intelectual de sus docentes -a como hemos bosquejado anteriormente- , y de seguro la Universidad se sorprenderá de lo que son capaces de producir sus académicos cuando se les brinda una libertad responsable, y un ambiente universitario estimulante.
Solo imaginemos si mañana mismo la Universidad nos pide demostremos qué es lo que producimos en nuestro tiempo de ocio (y hablo acá desde la categoría original de ocio de los griegos) ¿De seguro mostraremos nuestros audios y documentos, nuestros poemas y canciones, audiovisuales de nuestras conferencias, obras artísticas o avances de investigación científica, artículos, ensayos y libros inéditos?
Puede que ese momento llegue, no vaya a ser que nos tome por sorpresa…¡a todos!
Si dejamos perpetuar el ambiente de autoridad que sentimos al interior de la autoridad universitaria, difícil será devenir creativamente cuando dichas “autoridades” pasean por los pasillos, cual gendarmes, confundiendo su misión de representantes académicos con el de policías, olvidando no sólo la situación de injusticia salarial dentro del gobierno de turno (no importa cuál) donde el sector privado sube el precio de sus servicios para mantenerse acorde a la inflación; mientras al sector público se les tiene congelado sus ingresos desde hace tiempo, y se les hace llevar la cruz de la economía del país, y olvidando también la acumulación de trabajo de sus docentes que en un solo curso y en aulas inadecuadas tienen a su cargo más de 30 estudiantes; y cómplices también del detrimento de la educación, debido al comodín ancestral de las autoridades universitarias que reza: “no hay presupuesto”; mientras a todas luces se ve el levantamiento de edificios gracias a los préstamos multimillonarios de los Bancos Mundiales, que imponen sus condiciones cuando dichos préstamos no son devueltos a su debido tiempo. He aquí también, la cara de la esclavitud moderna.
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