El lado oscuro de la modernidad latinoamericana
- Víctor Manuel
- 23 may
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Actualizado: hace 15 horas

EL LADO OSCURO DE LA MODERNIDAD LATINOAMERICANA[1]
Víctor Alvarado*
Resumen:
En este ensayo se cuestiona la incidencia de la sensibilidad postmoderna sobre el complejo panorama del arte en América Latina.
Palabras clave:
Arte, Arte latinoamericano, Postmodernidad latinoamericana, Arte Postmoderno, Modernidad
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‘La modernidad’, partió del principio de que, mediante el desarrollo de la ciencia, los problemas vividos por la humanidad encontrarían su solución o, que por lo menos, disminuirían considerablemente. Hoy sabemos que a pesar de que en muchos casos se logró el objetivo - si pensamos en el avance de la medicina y de la tecnología al servicio de grandes proyectos y necesidades colectivas -, también es cierto que sin el desarrollo científico y tecnológico no hubiese sido posible la creación de la bomba atómica y de otras armas letales, como biológicas, que han sido diseñadas para el exterminio de la humanidad. Al mismo tiempo, la creencia en el desarrollo tecnológico ha traído implicaciones desastrosas en el medio ambiente.
Otra de las tareas de la modernidad fue el intento fallido de conformar una moral universal, dotando de una pretendida cientificidad a la ética como rama filosófica, es por eso que en muchos textos se definió erróneamente la ética como una ciencia de los valores morales. Al mismo tiempo, cuando se hablaba de estética, se le presentaba como una "ciencia de lo bello", todo con el fin de legitimar una rama filosófica por esencia especulativa y que rayaba en juicios subjetivos respecto al arte. Es claro que, en la modernidad todo aquello que no llevara el sello de "ciencia" no gozaba ni de prestigio ni de credibilidad.
La crítica a los ideales modernos se dio desde su interior, por eso se dice que una de las características positivas de la modernidad consistió precisamente en su autocrítica. Muchos filósofos modernos desmitificaron los ideales y mentiras de la modernidad, entre los cuales podemos mencionar a los filósofos de la sospecha, entre ellos Marx, Nietzsche, Freud y Husserl, así como los filósofos de la existencia: Sartre, Merleau-Ponty y Camus entre otros.
Me atrevería a decir que, a pesar de que los filósofos de la sospecha y los existencialistas pusieron al desnudo el lado oscuro e inmanente de los presupuestos e ideales modernos, no dejaron de ser modernos en tanto seguían aspirando a utopías que, aunque muy diferentes a las caducas, proyectaban la creencia en la posibilidad de un mundo diferente. Incluso, a pesar de la utopía espiritual nietzscheana del superhombre; del pesimismo freudiano y del hombre absurdo de Camus, siempre se podía vislumbrar un futuro diferente y quizá mejor.
La emergencia de las vanguardias era otro aliciente crítico de los valores estéticos de la modernidad, al cuestionar el devenir del fenómeno artístico que pasaba de la producción a la distribución y finalmente al consumo. El carácter crítico de la vanguardia fue el último grito de la modernidad, lo que antecedía a la fatídica sensibilidad postmoderna.
Basta un somero recorrido por la autocrítica final de la modernidad, para recordar que fueron las vanguardias las que realizaron una crítica radical a los valores estéticos de la modernidad, y a las formas de producción, distribución y consumo que finalmente aniquilaron las esperanzas vanguardistas en la autonomía del arte.
A este respecto, Andreas Huyssen en el texto "En busca de la tradición: vanguardia y postmodernismo en los años 70” sostiene que:
"A pesar de su crítica radical y legítima al evangelio del modernismo, el postmodernismo, que en sus prácticas artísticas y su teoría era un producto de los años 60, debe ser visto como la jugada final del vanguardismo y no como la ruptura radical que a menudo reivindicaba ser " (Huyssen. 1981, 151)
Para Huyssen, la vanguardia postmodernista americana "no es sólo la jugada final del vanguardismo, sino también representa la fragmentación y el declive del vanguardismo como cultura genuinamente crítica y de oposición " (Huyssen. 1981, 154)
Ahora bien, cuando se discute en torno a la modernidad y a la postmodernidad, Habermas por su parte nos habla, más bien, del proyecto inconcluso de la modernidad, mientras Lyotard formula: "¿Qué es la posmodernidad (...) Con seguridad, forma parte de lo moderno (...) Una obra no puede convertirse en moderna si, en principio, no es ya postmoderna. El postmodernismo así entendido no es el fin del modernismo sino su estado naciente, y este estado es constante" (Lyotard. 1985, 164.)
Por mi parte, considero el fenómeno de la postmodernidad inmerso en la modernidad, pero en tanto desilusión, crítica de los ideales de la modernidad, lo que conduce a los postmodernos[2] , posteriormente, a no creer más en los ideales de la modernidad y, lo que, es más, a la pérdida, quizá, de las ansias de crítica propia de los modernos. Incluso, a la par del hombre absurdo camusiano que tendía a lo imposible a sabiendas que era absurdo, el postmoderno ni siquiera aspira a lo imposible. Y no es que sea pesimista, simplemente que ha optado por el escepticismo absoluto.
El postmodernismo no es un movimiento pensado, explicitado. El postmodernismo es el lado oscuro y transfigurado de la modernidad. Un hombre postmoderno no decide ser postmoderno, lo es sin querer serlo, esa es su condición de la que se hace o se le hace responsable.
La condición postmoderna se refleja también en la actitud frente al arte, en donde lo más importante no es - como lo fue para las vanguardias - la innovación y la ruptura, sino más bien la recuperación del pasado mediante el colage y el plagio.
El postmodernismo " no es un estilo sino la copresencia tumultuosa de todos, el lugar donde los capítulos de la historia del arte y del folclore se cruzan entre sí y con las nuevas tecnologías culturales " (Canclini 1977, 33)
Así, el fenómeno de la postmodernidad europea se expresa también en el arte latinoamericano, tocando no sólo al arte elitista, sino también al arte de masas y al arte popular. En el arte elitista, la estética postmoderna se "institucionaliza" mediante los tres antiguos mecanismos de la producción, distribución y consumo. Lo que quiero decir es que a inicios de siglo, optar o incursionar en la estética postmoderna, no conlleva ni siquiera una pizca de rebeldía y muchos menos de excentricismo, sino a lo sumo de cierta creatividad. El arte y la estética postmoderna se institucionaliza desde el momento en que pasa a ser parte de la exhibición en los museos y galerías, y desde el momento en que se premian las obras por su carácter postmoderno.
¡Si el arte postmoderno se vende y se compra, hay que pintar como los "postmodernos", en donde "todo es válido" y “todo está permitido”!
Asimismo, la postmodernidad se infiltra en el "arte para masas”, fenómeno actual en América Latina, donde no resulta sorprendente escuchar una antigua balada romántica convertida ahora en salsa, merengue o ballenato y viceversa. Incluso, si para el mercado es viable convertir un tango en rock, un bolero en reggae, un son al texmex o una ranchera al rap, hay que hacerlo, pues al Capital no se le escapa nada que pueda generar dividendos.
Esta es la lógica postmoderna de la globalización mundial entorno a los intereses de los sectores más poderosos del Mundo. De cualquier forma, los medios de difusión, orientados por psicólogos, etnógrafos, musicólogos y publicistas, vienen trabajando ardua y concienzudamente, desde hace buen tiempo, en la preparación adaptativa de los oyentes, que cada vez gustan, no sólo de las transformaciones y plagios musicales, sino también de la hibridez desmesurada de las nuevas corrientes musicales, fabricadas inteligentemente desde los estudios audiovisuales y desde las discusiones profesionales.
Desde la lógica postmoderna, se sabe que ya pasó la época en que surgían lentamente, corrientes musicales condicionadas por la etnia, por los ritos y la esclavitud, las aspiraciones, sueños, sentimientos de desarraigo, opresión y soledad; por la limitación de los instrumentos que se tenían al inicio, por la economía, el clima, el paisaje, la libido y la geográfica entre otros.
Desde la postmodernidad, se tiene claro que las nuevas corrientes musicales se fabrican rápido en los laboratorios audiovisuales, con plena conciencia de lo efímero.
Por último, la sensibilidad postmoderna se embarra melancólicamente del arte popular. Enamorada de la tradición, añorando una identidad perdida, contamina la cultura y el arte popular, presentándonos finalmente rasgos y matices culturales y artísticos, con los que no logramos finalmente identificarnos del todo, pero que con el tiempo irremediablemente las nuevas generaciones se identificarán.
El drama de la aculturación y transculturación coexistirá de manera móvil, mientras existan grupos culturales un tanto distintos a nosotros, con los que de una u otra forma interactuamos. Lo que nos acerca al fenómeno de la globalización mundial.
Cuando se dice: "Los trabajos de los artistas postmodernos muestran la heterogeneidad de América Latina. El espacio se fragmenta para mostrar simultáneamente tiempos y culturas distantes y muchas veces, antagónicos. Articularlos requiere de una búsqueda constante y crítica en las tradiciones, en la modernidad, en lo más recóndito del artista " (Farias: La postmodernidad y los lenguajes del arte: propuestas de fin de siglo. p, 177.), podemos estar plenamente de acuerdo cuando se rescata y se resalta el carácter híbrido del arte postmoderno en América Latina, pero sospechamos que eso no ayuda mucho en la problemática con la que nos enfrentamos, porque si ser postmoderno es la hibridez de estilos, tendencias y orientaciones constantes, podemos decir que el arte postmoderno, antes de ser euro-norteamericano, ha sido irónicamente el arte por excelencia en América Latina, con la única diferencia de que en lugar de hablar de “postmodernidad” se habla de "arte mestizo", lo que implícitamente supone lo híbrido, lo irracional y lo absurdo, si hacemos eco de las categorías discursivas de Occidente.
Quizá, uno de los problemas más profundos que enfrentamos como latinoamericanos es que no hemos terminado de ser modernos cuando empezamos a padecer los síntomas de la postmodernidad. La hibridez se acentúa, y por encima las "promesas" de la globalización nos agobian.
* Víctor Alvarado Dávila: Magíster Philosophiae. Ensayista. Profesor de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. Entre las publicaciones relacionadas con el artículo presentado se encuentran:
El Arte Zahuate, “ K ” , 2008. (Kafka, Revista de Literatura-Arte-Pensamiento). Año 2, nº 4. Ediciones Hypatia, S.A. de C.V. México DF.
Del Modernismo a las Vanguardias. 2006, Revista “Tópicos del Humanismo”, n° 128, Universidad Nacional, Heredia.
Entre líneas: “Comentario crítico al texto de Derrick Kerckhove: La Piel de la Cultura: investigando la nueva realidad”. 2006, Revista “Tópicos del Humanismo”, n°127, Universidad Nacional, Heredia.
Ética y Educación para el Nuevo Siglo. 2005, Revista “Educación”, vol. 29, no.1., Escuela de Educación / Universidad de Costa Rica. Editorial UCR., San José.
El Último Pasillo (Ensayo sobre la Postmodernidad), 1994 “La Piedra”, # 1., Asociación de Estudiantes de Filosofía / Universidad de Costa Rica, San José.
[1] Originalmente publicado como: El lado Oscuro de la Modernidad Latinoamericana (2010). Adamar (Revista, nº 36, de la Editorial Adamar, España): Dirección digital: http://www.adamar.org/ivepoca/node/884
[2] No pienso aquí en quienes describieron el fenómeno de la postmodernidad: Vattimo, Lyotard, Foucauld, Deleuze, Barthes, Baudrillard y Derrida .
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